SHANE. 1953. 116´. Color.
Dirección: George Stevens; Guión: A.B. Guthrie, Jr., basado en la novela de Jack Schaefer. Diálogos adicionales de Jack Sher; Dirección de fotografía: Loyal Griggs; Montaje: William Hornbeck y Tom Mc Adoo; Música: Victor Young; Dirección artística: Hal Pereira y Walter Tyler; Decorados: Émile Kuri; Vestuario: Edith Head; Producción: George Stevens, para Paramount Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Alan Ladd (Shane); Jean Arthur (Marian Starrett); Van Heflin (Joe Starrett); Brandon DeWilde (Joey Starrett); Jack Palance (Jack Wilson); Ben Johnson (Chris Calloway); Edgar Buchanan (Fred Lewis); Emile Meyer (Rufus Ryker); Elisha Cook, Jr. (Stonewall Torrey); John Dierkes (Morgan Ryker); Douglas Spencer, Ellen Corby, Paul McVey, John Miller.
Sinopsis: Shane, un solitario forastero, entra por casualidad en las tierras de los Starrett, una familia de colonos a quienes los Ryker, terratenientes de la zona, quieren echar de sus tierras. Shane decide quedarse junto a los Starrett y ayudarles en su lucha.
He aquí uno de los westerns más conocidos, populares y emblemáticos de la historia del cine, que a su vez ha ejercido una poderosa influencia sobre infinidad de películas realizadas posteriormente, empezando por El jinete pálido. Se trata de un proyecto personal de George Stevens, uno de los cineastas más representativos del Hollywood clásico, y a la vez un claro ejemplo de eso que se da en llamar dirección invisible, es decir, la aparente carencia de estilo visual propio y la absoluta subordinación de lo visual a la narración. Stevens, mejor productor que director según algunas de las abundantes malas lenguas de la meca del cine, dirigió películas importantes de diversos géneros, incluyendo el documental, pues fue uno de los cineastas que mostró al mundo la barbarie nazi. En esta ocasión puso su sabiduría cinematográfica en un género, el western, que por aquellos años gozaba de una salud extraordinaria.
Raíces profundas es la historia de un pistolero, Shane, sobre cuyo pasado no se nos dice absolutamente nada en toda la película. Es un hombre solitario y misterioso, que por puro azar conoce a una familia de honrados colonos, formada por el íntegro Joe Starrett, su bella esposa, Marian, y su hijo Joey, y decide trabajar para ellos. En apariencia, Shane sólo desea asentarse y llevar una vida tranquila y libre de preocupaciones. Sin embargo, los Starrett, así como otras familias de colonos de la zona, son acosados por los Ryker, dueños de la mayor parte de las tierras del condado y deseosos de expulsar a los colonos de lo que consideran sus terrenos. El conflicto es inevitable, y Shane decide apoyar a unos granjeros que no desean otra cosa que trabajar la tierra y vivir honradamente.
Más allá del conflicto entre colonos y terratenientes, que Stevens, sabedor de que el público del western ama la acción, maneja con tino concediendo gran importancia (y metraje) a las escenas de peleas y tiroteos, lo que distingue a Raíces profundas de otros films del género es su carga psicológica, la complejidad de las relaciones que se establecen entre los distintos personajes. La llegada del forastero trastoca las vidas y los sentimientos de todos los que le rodean, premisa que unos años más tarde abordará de una manera mucho más descarnada Pier Paolo Pasolini en Teorema. Aquí todo es mucho más casto (estamos en el Hollywood de principios de los cincuenta), pero nadie queda inmune al magnetismo del mesiánico pistolero, del libertador que, cuando se ve entre la espada y la pared, renuncia al pacifismo y lucha con todas las consecuencias, y notable pericia. La figura tan típicamente americana del justiciero solitario pocas veces ha sido tratada con tanta brillantez en el cine como en Raíces profundas, en los rasgos de ese forastero que llega de la nada, salva a los justos de la amenaza de los malvados y desaparece rodeado del mismo misterio con el que llegó. Por el camino, se gana la admiración, y en cierto modo la envidia, de Joe Starrett, el amor (castísimo, ya se ha dicho) de Marian y la absoluta idolatría que le profesa Joey, el pequeño de la familia.
Raíces profundas es, sobre todo, el triunfo de un guión rico y complejo, que va mucho más allá de las persecuciones y los tiroteos típicas en el western y sitúa la psicología de los personajes en un plano mucho más protagónico del habitual en el género. A destacar la banda sonora, que firma el prolífico Victor Young (autor también de las partituras de otros clásicos del western como Rio Grande, Johnny Guitar o Tambores de guerra), así como la fotografía de Loyal Griggs. Destacar en este punto que la película, a excepción de la escena inicial, es mucho más de interiores que de exteriores, cosa no muy frecuente en los films del Oeste, y se centra mucho más en la narración que en la exhibición de paisajes.
Gran película esta Raíces profundas en la que, sin embargo, el elenco protagonista no ayuda mucho. Alan Ladd, actor más bien flojo, asume un papel que le viene grande dando mucho mejor resultado en las escenas de acción que en las de diálogo, y el niño Brandon DeWilde, cuyo papel tiene tanta relevancia en la historia, resulta más bien cargante. Jean Arthur cumple, a secas, y el único actor del cuarteto protagonista que se luce es Van Heflin. Lo mejor está en los secundarios, empezando por la harto inquietante interpretación de Jack Palance en el papel del pistolero que contratan los Ryker para acabar con Starrett y Shane, y por la carismática presencia de Ben Johnson. Otros rostros típicos del western clásico, como Edgar Buchanan, o del Hollywood de siempre, como Elisha Cook, Jr., contribuyen a darle credibilidad interpretativa a una película que, como ya se ha se ha mencionado, no tiene en el aspecto actoral uno de sus muchos puntos fuertes.
No creo que sea uno de los diez mejores westerns de la historia del cine, como suele decirse, pero Raíces profundas es una gran película, resulta imprescindible para entender muchas de las claves del género, así como su evolución posterior, posee un guión poderoso y jamás resulta aburrida. Es uno de esos clásicos de siempre que lo tiene todo para seguir conquistando a las nuevas generaciones de cinéfilos.