THE STATEMENT. 2003. 118´. Color.
Dirección: Norman Jewison; Guión: Ronald Harwood, basado en la novela de Brian Moore; Dirección de fotografía: Kevin Jewison; Montaje: Andrew S. Eisen y Stephen E. Rivkin; Música: Normand Corbeil; Decorados: Françoise Benoit-Fresco; Diseño de producción: Jean Rabasse; Vestuario: Carine Sarfati; Producción: Norman Jewison y Robert Lantos, para Serendipity Point Films- Odessa Films-Company Pictures (Canadá-Francia-Reino Unido).
Intérpretes: Michael Caine (Pierre Brossard); Tilda Swinton (Annemarie Livi); Jeremy Northam (Coronel Roux); Alan Bates (Armand Bertier);Charlotte Rampling (Nicole); John Neville (El Viejo); Ciarán Hinds (Pochon); Frank Finlay (Comisario Vionnet); William Hutt (Le Moine); Matt Craven (David Manembaum); Noam Jenkins, Peter Wight, Malcolm Sinclair, Colin Salmon, David De Keyser.
Sinopsis: En 1944, Pierre Brossard trabajaba para el régimen colaboracionista de Vichy y fue responsable del fusilamiento de varios judíos. Casi medio siglo después, ha cambiado de identidad y sigue viviendo en el sur de Francia. Su apacible existencia se convertirá en una frenética huida cuando una tenaz magistrada se empeñe en procesarle por crímenes contra la Humanidad y un comando de activistas judíos le busque para asesinarle.
La última obra de Norman Jewison es este interesante thriller de formato telefímico en el que se exploran a conciencia los fantasmas de la Segunda Guerra Mundial y a quienes colaboraron con el régimen nazi en Francia. El protagonista de esta película es uno de tantos galos que ayudaron con entusiasmo a los invasores alemanes y después de la guerra consiguieron pasar desapercibidos, en este caso gracias a la ayuda de la Iglesia católica y de personas con cargos de relevancia en el Gobierno francés.
A veces, bajo la apariencia amable de un jubilado se esconde un monstruo. Pierre Brossard, católico devoto con aspecto de no haber roto nunca un plato, fue responsable de crímenes terribles de los que en el fondo no se arrepiente. Ha cambiado su apellido y vive una existencia plácida en el Sur de Francia gracias a la protección y al dinero que recibe por parte de organizaciones católicas radicales muy bien implantadas en los despachos parisinos. Todo se tuerce para el criminal de guerra cuando la juez Livi empieza a mover hilos para capturarle y procesarle por los graves delitos que cometió en 1944, cuando era un colaborador entusiasta de los nazis. Casi al mismo tiempo, Brossard sufre el acoso de un comando judío que envía a algunos de sus hombres a asesinarle, y debe escapar y recurrir a la ayuda de quienes durante casi medio siglo le han amparado. Con la judicatura y la policía movilizadas en pos de su detención, a muchos de los protectores de corbata o sotana de Brossard ya no les resulta tan cómodo (ni tan invisible) ocultarle, con lo que el protagonista nunca deja de notar el aliento de sus perseguidores en la nuca. Su huida es cada vez más desesperada, y sus posibilidades de volver a la placidez de su retiro, cada vez menores.
A quienes se acerquen a esta película les recomendaría que no se dejen llevar por su aspecto formal de telefilme de sobremesa. El guión es sólido, la trama posee el sufiente interés, el reparto es formidable y Jewison no pierde el buen toque formal que siempre le caracterizó. Cierto es que no se nos dice nada que no hayamos visto en otras películas, y que el final es previsible (aunque muy coherente), pero lo que se nos cuenta, se nos cuenta con rigor, con sentido del entretenimiento y con riqueza de matices. Es lícito preguntarse si tiene sentido perseguir a decrépitos ancianos para hacerles pagar por los crímenes que cometieron en su juventud. Jewison se hace esta pregunta, si bien Brossard está lejos de ser un desvalido jubilado. La proximidad del peligro hace salir al criminal disfrazado de hombre devoto que nunca dejó de ser, a un tipo especializado en salvar el pellejo que no repara en medios para conseguirlo. En este aspecto, la escena en la que Brossard se refugia en la casa de su esposa Nicole deja bien a las claras de qué clase de hombre estamos hablando, cómo es en la intimidad y sin máscara el inofensivo ancianito. Quizá el interés de la narración decae cuando ésta se centra en la relación entre la magistrada y el militar que buscan capturar al prófugo, pero así y todo La Sentencia nos ofrece una historia interesante sobre fantasmas del pasado que siguen viviendo entre nosotros, y sobre quienes, entonces y ahora, les amparan.
Si bien el acabado técnico se queda en lo estrictamente pulcro, la labor de los actores es quizá lo que realmente realza la película. Michael Caine está soberbio, y es capaz de mostrarnos quién es de verdad su personaje con sólo girar la cabeza. En esta última década, Sir Maurice se ha decantado por interpretar a secundarios de lujo en grandes producciones, y en protagonizar historias pequeñas que le interesan y le brindan la opotunidad de plasmar el inmenso caudal de registros interpretativos que posee. La Sentencia es una de ellas, y su trabajo habla por sí mismo. Mientras Tilda Swinton y Jeremy Northam están poco más que correctos, es de destacar la fuerza que tiene Charlotte Rampling en la única escena en la que aparece. Además, tenemos a rostros veteranos e ilustres, y a la vez muy buenos actores, como Alan Bates, Frank Finlay o John Neville, cuya presencia sin duda resulta un aliciente para el cinéfilo curioso, ése que nunca deja de buscar oro donde aparentemente no lo hay y a quien me permito recomendar esta película.
En su filmografía, Norman Jewison siempre intentó provocar la reflexión sin renunciar al entretenimiento. Desde ese punto de vista, esta pequeña película consigue ambas cosas, y está lejos de ser el pasatiempo rutinario que a primera vista parece.