THE BOSTON STRANGLER. 1968. 112´. Color.
Dirección: Richard Fleischer; Guión: Edward Anhalt, basado en el libro de Gerold Frank; Dirección de fotografía: Richard H. Kline; Montaje: Marion Rothman; Música: Lionel Newman; Dirección artística: Richard Day y Jack Martin Smith; Decorados: Stuart A. Reiss y Walter M. Scott; Producción: Robert Fryer, para Twentieth Century-Fox (EE.UU.).
Intérpretes: Tony Curtis (Albert DeSalvo); Henry Fonda (John S. Bottomly); George Kennedy (Detective Di Natale); Murray Hamilton (Detective McAfee); Mike Kellin (Julian Soshnick); Hurd Hatfield (Terence Hurtley); Jeff Corey (Asgeirsson); Sally Kellerman (Dianne Cluny); William Marshall (Fiscal General); George Voskovec (Peter Hurkos); Carolyn Conwell (Irmgard DeSalvo); William Hickey (Eugene T. O´Rourke); Jeanne Cooper, George Furth, Eve Collyer, Carole Shelley, Almira Sessions, James Brolin.
Sinopsis: En la primera mitad de la década de los sesenta, una serie de mujeres aparecen asesinadas en Boston y alrededores. La policía investiga el caso y sigue la pista de los delincuentes sexuales conocidos, pero los asesinatos se siguen sucediendo.
Al principio fue Hitchcock, y después llegó Fleischer. El director londinense realizó en 1948 La Soga, recreación de un célebre asesinato que, una década después, el neoyorquino retomó para llevar a cabo una de sus mejores obras, Impulso criminal. Poco después del estreno de esta película, Hitchcock enseñó al mundo Psicosis, la obra de referencia del cine sobre asesinos en serie. Los crímenes de uno de ellos, Albert DeSalvo, el confeso estrangulador de Boston, dieron pie a la que quizá sea la obra maestra de Fleischer, piedra angular del psycho-thriller moderno junto a la mencionada película de Sir Alfred. Hasta aquí, las coincidencias. Mientras Hitchcock parte de lo real hacia la ficción, Fleischer trata de alejarse de los hechos lo menos posible, y su visión cinematográfica del hombre que aterrorizó a las mujeres de Boston en los primeros años sesenta se acerca a la de un documentalista. Paradójicamente, el triunfo de la película está casi tanto en la dramatización de la historia que se cuenta como en ella misma.
La ciudad de Boston recibe con entusiasmo a dos famosos cosmonautas mientras una anciana es estrangulada en su domicilio. Lo que enseñan los focos, y lo que pasa en las sombras de una gran ciudad. Después morirán, de la misma manera, varias ancianas más, y las autoridades movilizan a las fuerzas del orden sin que todavía esté muy claro si los crímenes se deben a un solo hombre, o a varios. La primera mitad de la película se centra en las pesquisas realizadas para capturar al asesino, en los métodos policiales (cada vez más extraños, cada vez más desesperados) utilizados, y en todo lo que esconden los bajos fondos. Prostitutas que delatan a clientes con inclinaciones sexuales peculiares, violadores, acosadores telefónicos de jovencitas, homosexuales ricos que leen al Marqués de Sade y son denunciados por ex-amantes despechadas y todo tipo de pervertidos desfilan por las dependencias policiales sin que los asesinatos se detengan. Antes al contrario: su ritmo va in crescendo. El ansia de matar del estrangulador es cada vez más incontenible, lo que le lleva a cometer errores. La policía, desorientada, acabará atrapándole a causa de ellos. Porque el estrangulador de Boston no es un individuo sospechoso, alguien catalogado como un pervertido sexual, sino un trabajador casado y con hijos.
Aunque las licencias dramáticas que la película se toma sobre los hechos reales no son pocas, Fleischer juega hasta el final la baza del documentalismo, y triunfa de lleno. Viendo esta obra de ficción, el espectador cree además estar viendo la crónica detallada de la búsqueda y captura de un asesino psicópata, y ello pese a que los más destacados protagonistas de la historia son conocidos rostros de la gran pantalla. La verosimilitud es absoluta, y Fleischer no repara en medios para conseguirla: narración cronológica, ausencia de música, realismo hasta el último detalle en vestuario, decorados e incluso en el lenguaje utilizado por los personajes… Destacaría el retrato de los bajos fondos, de lo que la ciudad esconde bajo la alfombra, las redadas policiales en bares de ambiente homosexual o el desfile de conductas sexuales anormales que, a pesar de todo, se tratan en la película con delicadeza y respeto. En este aspecto, diría que la tesis del film es que uno no puede elegir cómo es, sexualmente hablando, y que el no ajustarse a los cánones establecidos es una simple fatalidad, más cercana a la desgracia que al vicio pintoresco.
La segunda parte de esta película con guión de hierro se centra en Albert DeSalvo, cuya primera aparición en pantalla hiela la sangre sin que haga falta que el actor que le interpreta mueva un músculo o diga una sola palabra, y en John Bottomly, el recto funcionario a quien el fiscal general pone al mando del caso. DeSalvo es un hombre con dos vidas sin más enlace entre sí que ser vividas por el mismo cuerpo. El abnegado trabajador y padre de familia, y el criminal sexual que viola y asesina tienen idéntico rostro. O eso cree Bottomly, empeñado en hacer salir al exterior al Mister Hyde que esconde DeSalvo.
De una manera u otra, ya he dicho que el film es técnicamente impecable. El tan criticado uso de la pantalla múltiple nunca es gratuito, sino justificado por la narración, y la estética fría, casi clínica, un acierto indudable, que se acentúa en las escenas finales de la película, en esa sala blanca que es, paradójicamente, el retrato de nuestro lado más oscuro. La cámara parece que nunca esté, y siempre está donde tiene que estar (a veces, en varios sitios a la vez). Para subrayar la monstruosidad de los actos que pueden brotar de una mente enferma, Hitchcock utilizó a un maestro, Bernard Herrmann. Fleischer utilizó el silencio y ambos, cada uno a su manera, lograron su objetivo.
Para completar el círculo, el reparto es excelente. Tony Curtis dio una bofetada a su fama de seductor, así como a aquellos que decían que sólo era capaz de brillar en papeles frívolos y galanescos (quizá no habían visto otra película magistral que él coprotagonizó, Chantaje en Broadway) e hizo la mejor interpretación de toda su carrera en el rol más inesperado. Como ya he dicho, su aparición en pantalla es magistral, y su actuación nunca deja de ser soberbia, un prodigio de capacidad de provocar sensaciones en el público a partir de una economía gestual notable. Su rostro en el momento del éxtasis de su personalidad psicopática, cuando sus manos aprietan el cuello de sus víctimas, es tan historia del cine como el de Anthony Perkins en la desolada sala blanca del manicomio. A su lado, Henry Fonda borda ese papel de hombre recto, honrado, frío y meticuloso que parece estar siempre escrito expresamente para él, y la presencia de secundarios tan eficaces como George Kennedy, en uno de sus mejores papeles, Murray Hamilton o William Marshall, dueño de una voz fantástica, no hace más que ensalzar una obra ya de por sí mayúscula. Dos actuaciones más a destacar: la de Sally Kellerman en el papel de la única víctima del estrangulador que salió con vida de su encuentro, y la de un conmovedor William Hickey en el papel de un hombre torturado por sus inclinaciones sexuales.
Enorme película, por lo que es y por lo que representó. Desde su estreno, se han hecho infinidad de películas sobre asesinos en serie y pocas, muy pocas, tienen la calidad y el magnetismo de El estrangulador de Boston.