IT´S A MAD, MAD, MAD, MAD WORLD. 1963. 160´. Color.
Dirección: Stanley Kramer; Guión: William Rose y Tania Rose; Dirección de fotografía: Ernest Laszlo; Montaje: Frederic Knudtson, Robert C. Jones y Gene Fowler, Jr.; Música: Ernest Gold; Diseño de producción: Rudolph Sternad; Dirección artística: Gordon Gurnee; Producción: Stanley Kramer, para Casey Productions-United Artists (EE.UU.).
Intérpretes: Spencer Tracy (Capitán Culpepper); Milton Berle (J. Russell Finch); Sid Caesar (Melville Crump); Buddy Hackett (Benjy Benjamin); Mickey Rooney (Ding Bell); Ethel Merman (Mrs. Marcus); Dick Shawn (Sylvester Marcus); Phil Silvers (Otto Meyer); Terry Thomas (J. Algernon Hawthorne); Jonathan Winters (Lennie Pike); Edie Adams (Monica Crump); Dorothy Provine (Emeline); Eddie Rochester Anderson, Jim Backus, Joe E. Brown, Peter Falk, William Demarest, Andy Devine, Edward Everett Horton, Buster Keaton, Mike Mazurki, Charles McGraw, Zasu Pitts, The Three Stooges, Jimmy Durante, Jack Benny, Jerry Lewis.
Sinopsis: Un veterano delincuente, cuyos pasos sigue la policía, sufre un accidente de tráfico y, antes de morir, comunica al grupo de personas que ha acudido al lugar para intentar auxiliarle que al sur de California, cerca de la frontera mexicana, hay enterrados 350.000 dólares. Todos los testigos del accidente se lanzan a una loca carrera en busca del dinero.
Después del éxito de Vencedores o vencidos, Stanley Kramer se planteó trasladar la misma fórmula a la comedia, con resultados mucho más irregulares. Un reparto kilométrico, integrado en esta ocasión por la flor y nata de los humoristas de éxito en la época y aderezado con algunos guiños a la comedia clásica americana, un equipo técnico de lujo y casi idéntico al de la célebre obra anterior de Kramer y mucho, mucho espectáculo, eran las bazas que esta película ponía sobre la mesa para triunfar. El problema es que el guión, que parte de una idea muy ingeniosa, es repetitivo y ni la mitad de brillante que los geniales títulos de crédito ideados por el maestro Saul Bass, y que lo que pretende ser puro slapstick se convierte, sobre todo en el último tramo de la película, en una buena muestra de una tara que se ha hecho casi marca de fábrica en el cine americano de las últimas décadas: tratar de hacer olvidar las carencias narrativas a base de un espectacular más difícil todavía, que en este caso acaba resultando más aparatoso que divertido. Esta película, que sin duda es un producto muy bien hecho, muere de exceso y genera en su inicio unas expectativas que no cumple. Los ya mencionados créditos, el reparto y el vertiginoso comienzo hacen pensar que nos encontramos ante una comedia magistral. No obstante, la cosa se va deshinchando, Kramer acaba construyendo una obra demasiado pasada de vueltas (y de metraje), y la idea de responder a cada nuevo desafío de la forma más espectacular e inverosímil posible no siempre se sostiene.
Y, como he dicho, la idea es muy ingeniosa: un tesoro escondido, y un puñado de honestos ciudadanos lanzados a una frenética carrera a la caza del maná divino que les libre de sus muy honestas y muy miserables existencias. En pocas películas se pone el foco en lo que el ser humano puede llegar a hacer por dinero tanto como en ésta: el problema es que al enésimo destrozo de decorados y a la enésima pirueta te das cuenta de que los personajes corren mucho, e incluso vuelan, pero la historia no anda, y que esa sola idea no da tanto juego. Ergo, disimulémoslo con más caras conocidas, más explosiones, más acrobacias aéreas, más gritos (en esta película, se grita bastante más de lo que se habla y casi todo es bastante histriónico) y más de todo. Las mejores comedias tienen la habilidad de decir grandes, y a veces dolorosas, verdades sin dejar de provocar sonrisas. Kramer, capaz de darle a esta mastodóntica obra un aspecto visual magnífico, no es Blake Edwards, y desde luego el guión no lo escribieron Wilder y Diamond. Los dos Ernestos, Laszlo en la fotografía y Gold en la música, hacen un gran trabajo, lo que hace que a uno le quede aún mayor sensación de obra fallida que le queda tras ver una película que lo tenía todo para ser no sólo un homenaje, sino una modernización de las grandes comedias de la etapa muda. Hay momentos divertidos, qué duda cabe, pero las más de las veces los gags resultan demasiado estridentes y parecen forzados.
En cuanto a los actores, entre los que se encuentran numerosos cómicos famosos en América hace medio siglo pero hoy olvidados, decir que el tono general es el de la sobreactuación. Pocos personajes se libran de ella, y no son tantos los intérpretes que salen bien librados del envite. Uno de ellos es Spencer Tracy, aunque, como la película, su capitán de policía Pulpepper (el carácter más interesante de la función, porque es un hombre que toda la vida fue y quiso ser honesto) deriva al final en algo forzadamente caricaturesco. Los demás personajes son más arquetípicos, y ofrecen buenos momentos (Sid Caesar, Phil Silvers, Ethel Merman, Peter Falk) o sencillamente se ven barridos por la marea, o por la falta de buenos diálogos.
En resumen, un pudo haber sido y no fue, una fábula sobre la codicia que prometía mucho sobre el papel y a la que le pesan demasiado un guión escaso de ideas brillantes y lo desmedido de la propuesta. Lo que a Kramer le funcionó de maravilla en el drama, le sirvió sólo a ratos en la comedia, que por algo dicen que es el género más difícil.