GATTACA. 1997. 102´. Color.
Dirección: Andrew Niccol; Guión: Andrew Niccol; Dirección de fotografía: Slawomir Idziak; Montaje: Lisa Zeno Churgin; Música: Michael Nyman; Diseño de producción: Jan Roelfs; Dirección artística: Sarah Knowles; Producción: Danny De Vito, Michael Shamberg y Stacey Sher, para Jersey Films-Columbia Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Ethan Hawke (Vincent Freeman); Uma Thurman (Irene Cassini); Jude Law (Jerome Morrow); Alan Arkin (Detective Hugo); Loren Dean (Anton); Gore Vidal (Director Josef); Ernest Borgnine (Caesar); Xander Berkeley (Dr. Lamar); Elias Koteas (Antonio Freeman); Jayne Brook (Marie Freeman); Blair Underwood (Genetista); Tony Shalhoub (German); Mason Gamble, Chad Christ, William Lee Scott.
Sinopsis: En un mundo regido por la biogenética, Vincent Freeman, un niño concebido por el método tradicional, tiene vetado el acceso a las naves espaciales tripuladas, con las que sueña desde niño, por sus limitaciones físicas. No obstante, Vincent está dispuesto a hacer lo que sea necesario para cumplir su sueño. Incluso hacerse pasar por un espécimen genéticamente apto.
El talentoso guionista y director neozelandés Andrew Niccol hizo su debut en la realización cinematográfica con esta obra, que es la mejor película de ciencia-ficción que han visto mis ojos desde Blade Runner. En ella se retrata un porvenir, de cronología no especificada (un futuro no tan lejano), en el que los hijos son concebidos a la carta y la sociedad entera divide a los individuos de acuerdo a su mayor o menor perfección genética. Un mundo en el que, al nacer, uno ya sabe cuándo y de qué va a morir, y en el que los individuos mejor conseguidos tienen reservados los lugares más altos de la escala social y laboral. Por ejemplo, la posibilidad de formar parte de las tripulaciones enviadas al espacio. Vincent, que ha soñado desde siempre con visitar otros planetas, es considerado un individuo inválido a causa de una afección cardíaca hereditaria que limita su esperanza de vida a treinta años. Relegado a trabajos no cualificados, Vincent no abandona su sueño pese a saber que la sociedad no le permitirá cumplirlo. Entrena y estudia como si cualquier dia pudiera entrar a trabajar en la corporación que se encarga de enviar las naves al espacio, o, una vez ascendido ese peldaño, ser seleccionado para tripular una de ellas. Y un día le llega la ocasión: suplantar a Jerome Morrow, un individuo genéticamente perfecto que se quedó postrado en una silla de ruedas a causa de un accidente. Siendo otra persona, Vincent podrá llegar donde siempre quiso, y donde por capacidad merece. Eso sí, tendrá que sortear los frecuentes controles de sangre y orina a los que son sometidos los empleados de la empresa, al tiempo que se convierte en sospechoso del asesinato de uno de los altos ejecutivos de la corporación. Día tras día, Vincent vive con la necesidad de extremar las precauciones para que nadie sepa que él no es Jerome Morrow. Después del crimen, esa tensión que es su inseparable compañera de viaje se incrementará hasta unos niveles difíciles de soportar incluso para alguien dotado de una voluntad tan férrea. Una línea muy delgada separa a Vincent de la total caída en desgracia, del fracaso y la condena unánime. La duda es si conseguirá no cruzarla, si logrará huir de la tragedia que suele acompañar a quienes desafían su destino.
Alguna vez he hablado sobre el casi unánime carácter distópico de la ciencia-ficción moderna. El futuro ideado por Niccol da el mismo miedo que da la perfección. Su mirada se centra casi en exclusiva en las capas altas de la sociedad o, por decirlo de otro modo, Niccol nos cuenta cómo vivirán los que vivan dentro de unos cuantos lustros. De los demás, de los genéticamente inferiores, apenas unos retazos sobre la vida anterior de Vincent y su relación con Caesar, su jefe en la empresa de limpieza. En el mundo de los elegidos, todo está predeterminado y controlado hasta niveles microscópicos, y todo es tan limpio, pulcro, aseado y aséptico que asusta. Para recrear este universo de hielo, Niccol se apoya en el magnífico trabajo de escenografía, y en especial en la maestría de Slawomir Idziak, pues una de las cosas a destacar de esta película es la elegancia y el estilo que desprenden sus fotogramas… a la manera de esa sociedad inquietantemente perfecta que se nos muestra. Que, como en Un mundo feliz, el héroe de la función (el cual, por cierto, encuentra el amor en otro ser genéticamente imperfecto) sea un individuo que se opone a su destino prefijado refleja la postura ética de Niccol, que tampoco se priva de mostrar el hastío que su propia perfección produce al verdadero Jerome Morrow. Todos estos factores otorgan a Gattaca un trasfondo filosófico que la emparenta con los grandes clásicos de la ciencia-ficción, algo en lo que ella misma se ha convertido. Por mi parte, suscribo que esta sociedad imperfecta necesita mejoras radicales (sí, los aberrantes son quienes se oponen al aborto eugenésico, no los demás), y que gran parte de ellas han de provenir de la ciencia, como también suscribo que una sociedad que no deje margen a lo imprevisto, a un pequeño margen de libre albedrío, o a la diferencia, no ha de ser en modo alguno el objetivo. Volviendo al terreno puramente cinematográfico, he de añadir que incluso me gusta la partitura de Michael Nyman, compositor que en general me entusiasma más bien poco.
Respecto al reparto, decir que éste no puede ser más adecuado ni estar mejor elegido. Ethan Hawke, el único actor surgido de la cantera de El club de los poetas muertos que ha tenido una carrera cinematográfica interesante, es un buen actor y aquí está a muy buena altura, lo mismo que Jude Law, intérprete que me parece respetable cuando no intenta ser Michael Caine. La química entre Hawke y una Uma Thurman más dotada de belleza que de expresividad es intensa. Se capta en la película, y se deduce por el hecho de que ambos actores formaron pareja en la vida real después del rodaje. Los secundarios son de lujo, desde dos actores excelentes como Alan Arkin y Ernest Borgnine (cuyo papel perdió parte de su relevancia en el montaje final) hasta toda una polifacética figura de la cultura del siglo XX como el recientemente fallecido Gore Vidal. Con ellos, Andrew Niccol da forma a una ópera prima que no ha conseguido superar hasta ahora, y que, desde la sobriedad, es toda una joya de la ciencia-ficción.