THE KILLING. 1956. 83´. B/N.
Dirección: Stanley Kubrick; Guión: Stanley Kubrick y Jim Thompson (diálogos), basado en la novela Clean break, de Lionel White; Dirección de fotografía: Lucien Ballard; Montaje: Betty Steinberg; Música: Gerald Fried; Dirección artística: Ruth Sobotka; Decorados: Harry Reif; Producción: James B. Harris, para Harris-Kubrick Pictures Corporation (EE.UU.).
Intérpretes: Sterling Hayden (Johnny Clay); Coleen Gray (Fay); Vince Edwards (Val Cannon); Jay C. Flippen (Marvin Unger); Ted De Corsia (Randy Kennan); Marie Windsor (Sherry Peatty); Elisha Cook, Jr. (George Peatty); Joe Sawyer (Mike O´Reilly); Timothy Carey (Nikki Arcane); James Edwards (Empleado del parking); Kola Kwariani, Jay Adler, Tito Vuolo, Dorothy Adams, James Griffith, Joe Turkel.
Sinopsis: Después de salir de la cárcel, Johnny Clay planea un elaborado atraco al hipódromo, para cuyo éxito necesita de la colaboración de diferentes personajes no relacionados con los bajos fondos, pero cuyas necesidades les empujan a participar en el robo.
La primera gran película de Stanley Kubrick es un nuevo ejercicio de cine negro, muy influido por el clásico de John Huston La jungla de asfalto, y cuya huella es a su vez palpable en un film tan destacado como Reservoir dogs. Con un presupuesto más holgado que en su film anterior, un plantel técnico y artístico de mucha más enjundia, y la destacable colaboración literaria de uno de los grandes de la novela negra, Jim Thompson, Kubrick empieza a demostrar su enorme talento como cineasta, plasmado en este caso en dos vertientes fundamentales: la atmósfera y la arquitectura del relato. Desde el principio, el espectador tiene claro que Atraco perfecto es una historia de perdedores: Johnny Clay, el cerebro que planifica el robo, ha vuelto a las calles después de un lustro en prisión, con la idea de continuar al otro lado de la ley, pero a lo grande; su chica, Fay, le ama pese a que a su lado pocas cosas buenas le han ocurrido; el resto de personajes, sin excepción, son pobres diablos con poco futuro que ven en el atraco el golpe de fortuna que necesitan para huir de sus más bien tristes existencias. No son, en casi todos los casos, delincuentes, sino seres derrotados por la vida que esperan que una lluvia de dinero cambie su destino. El plan de Johnny es preciso hasta lo milimétrico, pero para que un robo de tanta envergadura salga de acuerdo a lo previsto se necesita que muchas personas hagan lo que tienen que hacer, y que no intervengan circunstancias externas que lo desbaraten. En cierto modo, una vuelta de tuerca al esquema de otro clásico del cine, rodado poco antes y en un tono muy distinto: El quinteto de la muerte.
Lo más novedoso de esta película es que el atraco se nos muestra varias veces desde diferentes puntos de vista, tantos como personas intervienen en el plan. Algo se ha torcido antes del día decisivo: la esposa de George, un pusilánime empleado del hipódromo, le ha sonsacado la suficiente información como para planear, junto a su joven amante Vince, quedarse con el botín. La incógnita es saber si ese inconveniente, del que la banda es en parte conocedora (Sherry, que así se llama la esposa de George, comete la gran torpeza de espiar a la banda mientras se discute el plan, y el desliz aún mayor de dejar que la pillen haciéndolo), dará al traste con la metódica planificación de Johnny, que incluye a dos personas cuyo trabajo es pagado de antemano y que no participarán en el reparto del botín: el francotirador que ha de disparar al caballo favorito en las apuestas en plena carrera, y un veterano luchador que ha de atraer a los policías que custodian la caja fuerte del hipódromo. El resto, cumplida su tarea, queda citado en un piso la misma tarde del robo para hacer el reparto del dinero. ¿Saldrá el atraco como Johnny ha previsto o, como dijo Kant, nada puede salir recto si está construido con la madera del hombre?
Atraco perfecto es tensa, vibrante y directa como un puñetazo en la mandíbula. Cuenta mucho en poco más de hora y veinte minutos de metraje, y lo cuenta muy bien: los diálogos escritos por Thompson son tan afilados, brillantes y escuetos como los de sus mejores novelas, y la estructura narrativa es original y acertada, muestra temprana del gran talento de su director. Kubrick vuelve a acreditar su poderío visual, su atracción por el claroscuro, su meticulosidad en la sala de montaje y su poco convencional habilidad para mostrar la turbiedad de lugares y personajes. No es de extrañar que, después de este trabajo, al cineasta neoyorquino se le abrieran las puertas de la primera división de Hollywood, la reservada a los grandes.
En cuanto a los actores, hay un poco de todo. El protagonismo recae en Sterling Hayden (quien, precisamente, también lideró el reparto de La jungla de asfalto), actor ideal para encarnar personajes duros y descreídos. Su interpretación de un hombre que ha decidido jugarse la vida a todo o nada en general es más que correcta, pero es en la fantástica última escena cuando llega a lo más alto. Bajo su aparente impasibilidad, en los planos finales su rostro dice muchísimas cosas. Más allá de Hayden, tenemos un nutrido plantel de secundarios, de entre los que destaco a Elisha Cook, Jr., que hace una de sus mejores interpretaciones en el cine. El resto de mueve entre lo correcto (Ted De Corsia, Jay C. Flippen, Marie Windsor) y lo poco distinguido (Vince Edwards, Timothy Carey). Aún no podía permitírselo demasiado, pero ya empieza a entreverse una tendencia que marcará gran parte de la obra de Kubrick: su perfeccionismo extremo, traducido en su costumbre de repetir los planos una y otra vez, suele llevar a los intérpretes que pueden permitírselo a la sobreactuación, y a los otros, a que sus limitaciones se disimulen mal.
Insinuado quedó, pero lo repito: Atraco perfecto tiene, en mi opinión, uno de los mejores finales que he visto en el cine, el cual por sí mismo da numerosos argumentos para la reflexión. Kubrick, que siempre fue presuntuoso, no iba a conformarse con hacer otra película de atracos, quería algo más. Y, gracias a su forma de contarla, a las frases de Thompson y a ese magnífico final, consiguió una joya del cine negro, al que ya no volvería en el resto de su ecléctica carrera, lo que prueba que consiguió, desde el punto de vista artístico, aquello que ambicionaba.