THE BIG KNIFE. 1955. 111´. B/N.
Dirección: Robert Aldrich; Guión: James Poe, basado en la obra teatral de Clifford Odets; Dirección de fotografía: Ernest Laszlo; Montaje: Michael Luciano; Música: Frank DeVol; Dirección artística: William Glasgow; Producción: Robert Aldrich, para The Associates & Aldrich Company-United Artists (EE.UU.).
Intérpretes: Jack Palance (Charlie Castle); Ida Lupino (Marion Castle); Wendell Corey (Smiley Coy); Jean Hagen (Connie Bliss); Rod Steiger (Stanley Hoff); Everett Sloane (Nat); Ilka Chase (Patty Benedict); Shelley Winters (Dixie Evans); Wesley Addy (Hank Teagle); Paul Langton (Buddy Bliss); Nick Dennis (Mickey); Bill Walker, Nick Cravat, Strother Martin.
Sinopsis: Charlie Castle es una estrella de cine atormentada por la falta de calidad de las exitosas películas que protagoniza y por algún oscuro episodio de su pasado. Stanley Hoff, un poderoso productor, le ofrece renovar por siete años el contrato que les une, lo que para Charlie, y en especial para su esposa Marion, supondría el abandono definitivo de sus ideales.
Después de El crepúsculo de los dioses, Hollywood se mostró más dispuesto a levantar el velo que ocultaba unos trapos sucios que se remontan, prácticamente, a la época de los pioneros. Fruto de esa nueva perspectiva surgió un clásico indiscutible como Cautivos del mal, y también un buen número de películas que, sin llegar a cotas tan altas, mostraban el lado más áspero de la industria del cine. El gran cuchillo es una de ellas, y tiene su origen en una pieza teatral escrita por un dramaturgo, Clifford Odets, que conocía de primera mano los entresijos de Hollywood. Robert Aldrich, por entonces un cineasta en pleno ascenso, produjo y dirigió una adaptación cinematográfica que presenta ciertas similitudes con la mencionada película de Vincente Minnelli. La principal de ellas es la figura de un productor tan poderoso como despiadado, en quien muchos han querido ver la figura de Louis B. Mayer. En El gran cuchillo el productor no es el protagonista, sino la peor pesadilla de una estrella de cine que vive en una jaula de oro. Charlie Castle, que años atrás era un actor joven y talentoso, firmó un contrato en exclusiva con ese productor, Stanley Hoff, que le convirtió en una estrella taquillera a cambio de hacerle intervenir en películas sin entidad artística y pensadas exclusivamente para hacer dinero. En el fondo, Castle y Hoff se detestan, pero se necesitan para obtener lo que desean: éxito y dinero. En el pasado, la estrella tenía otros sueños: actuar en películas relevantes tanto a nivel artístico como social. De ese pasado le quedan unos principios a los que no ha renunciado del todo y una esposa, Marion, que se debate entre el amor por el Charlie Castle que conoció y el desprecio hacia la estrella vendida, infiel y alcoholizada en que su todavía marido acabó convirtiéndose. Podría decirse que Stanley Hoff es una figura demoníaca, y la clave de la película es la tentación suprema que el productor ofrece a su estrella: un nuevo y jugoso contrato de siete años a cambio de lo que a Charlie Castle le queda de alma.
El principal escollo al que debía enfrentarse Aldrich en El gran cuchillo es, precisamente, su origen teatral. La acción transcurre en un único espacio, la lujosa vivienda de Charlie Castle en Bel Air, y el interés de la función reside en los diálogos y las actuaciones. El director trata de combatir el riesgo del teatro filmado con encuadres en los que la influencia de Orson Welles es notoria, abundancia de primeros planos y algunos barrocos movimientos de cámara, pero aún así la sensación de teatralidad nunca deja de estar presente. Aldrich, que ya por entonces tenía formada su troupe de técnicos fieles, es un cineasta valiente y capaz, que aprovecha al máximo las posibilidades del guión pero no acaba de tener éxito en darle un auténtico envoltorio cinematográfico a la obra, pese al notable trabajo de Ernest Laszlo en la fotografía y al tratamiento, muy cercano al cine negro, que se le da a la historia. El film funciona porque la obra es muy buena y los personajes están definidos de manera excelente. Es cierto que hay un exceso de ampulosidad en algunos diálogos, pero también que la película es atrevida e incómoda, mostrándonos de un modo descarnado la destrucción de un hombre que en apariencia lo tiene todo, pero que en el camino a la cima ha ido perdiendo lo que realmente quería. Charlie Castle es una víctima, pero fundamentalmente de sus propios errores y traiciones. Su pasaporte a la redención pasa por volver a ser valiente, por afrontar y corregir sus pasados yerros y, sobre todo, por rechazar el millonario contrato que Hoff le ofrece. Charlie sabe que el productor puede destruirle, y que lo hará sin ni siquiera ensuciarse las manos: sus ayudantes, carentes de escrúpulos, y la prensa amarilla hollywoodiense, personificada en el personaje de Patty Benedict (alter ego de Louella Parsons), harán el trabajo por él.
Al frente del reparto aparece un hombre, Jack Palance, cuya vida guardaba no pocas semejanzas con la del personaje que interpreta. Actor talentoso pero encasillado a causa de su físico, Palance hace un gran trabajo, que no llega a la excelencia porque en ocasiones resulta excesivo. Lo mismo puede decirse del actor que encarna a Stanley Hoff, Rod Steiger, intérprete formidable pero que aquí tiende a la sobreactuación. En mi opinión, de todo el elenco quien merece los mayores elogios es esa gran actriz llamada Ida Lupino, y también es preciso señalar el muy buen trabajo que hace Shelley Winters en su breve aparición, el buen hacer de Everett Sloane, y lo inquietante que resulta Wendell Corey en el papel de la malvada mano derecha de Hoff.
El gran cuchillo es un ácido retrato del lado oscuro de la meca del cine, y también un interesante estudio de lo que se gana y se pierde por llegar y mantenerse en la cima. Se trata, cronológicamente hablando, de la primera obra granguiñolesca de Aldrich, un subgénero en el que en el futuro rodaría algunas de sus mejores obras. Seguramente, El gran cuchillo no está entre ellas, y aún así es una notable película, muy recomendable para los buenos cinéfilos.