THE FLIGHT OF THE PHOENIX. 1965. 142´. Color.
Dirección: Robert Aldrich; Guión: Lukas Heller, basado en la novela de Trevor Dudley Smith (Elleston Trevor); Dirección de fotografía: Joseph Biroc; Montaje: Michael Luciano; Música: Frank DeVol; Dirección artística: William Glasgow; Producción: Robert Aldrich, para The Associates & Aldrich Company-20th Century Fox (EE.UU.).
Intérpretes: James Stewart (Frank Towns); Richard Attenborough (Lew Moran); Peter Finch (Capitán Harris); Hardy Kruger (Heinrich Dorfmann); Ernest Borgnine (Trucker Cobb); Ian Bannen (Crow); George Kennedy (Bellamy); Ronald Fraser (Sargento Watson); Christian Marquand (Dr. Renaud); Dan Duryea (Standish); Gabriele Tinti, Alex Montoya, William Aldrich, Barrie Chase.
Sinopsis: Un avión que se dirige a Bengasi se ve atrapado en una tormenta de arena y debe hacer un aterrizaje de emergencia en mitad del desierto. Los tripulantes y pasajeros supervivientes no tardan en comprobar que las opciones de ser rescatados son mínimas, y que tendrán que salir del desierto por sus propios medios si no quieren morir allí.
En la década de los 60, en la cual obtuvo sus mayores éxitos, la filmografía de Robert Aldrich oscila, casi exclusivamente, entre los films bélicos y de aventuras eminentemente masculinos, y los dramas femeninos de tono teatral y granguiñolesco. El vuelo del Fénix se enmarca con claridad dentro del primer grupo, y es una clásica película de aventuras y supervivencia que trasciende el mero entretenimiento gracias a los logrados esfuerzos del director, apoyado en el guión escrito por Lukas Heller, para captar la psicología de unos personajes que, en mitad de un entorno hostil que supone una amenaza inmediata para su supervivencia, sacarán al exterior lo mejor y lo peor de sí mismos.
Aldrich utiliza con profusión dos de sus mejores bazas como cineasta: el buen pulso para las escenas de acción (basta con ver la escena del accidente con la que se inicia la película) y la acertada dirección de actores. Con unos caracteres bien definidos y unos logrados diálogos, el director consigue hacernos entrar en la problemática de unos personajes condenados a una muerte lenta y penosa si no son capaces de superar sus diferencias y trabajar en equipo.
Después del accidente, en el que dos de los pasajeros fallecen y uno queda herido de gravedad, el veterano piloto Frank Towns se culpa de lo ocurrido. Su avión ha quedado inutilizado en una zona desértica en la que la posibilidad de rescate es casi nula. Toca racionar víveres y, sobre todo, el agua, pero todos saben que, aún así, morirán en un plazo no superior a diez días. Harris, un estricto oficial británico, decide no esperar sentado a la muerte y salir en busca de ayuda, pese a las escasas posibilidades que tiene de alcanzar una zona habitada. En el improvisado campamento que los supervivientes han montado junto al avión empiezan a surgir las disensiones, algunos de los pasajeros empiezan a perder la cordura y todo parece precipitarse hacia el desastre hasta que uno de los hombres, un ingeniero aeronáutico alemán, plantea una solución a priori descabellada: según sus cálculos, con los restos del avión siniestrado puede construirse uno nuevo, que les permita huir del desierto. Nadie le cree, pero la falta de alternativas viables (Harris ha regresado al campamento, sin éxito y al borde de la muerte) les lleva a trabajar juntos en la construcción de su única esperanza de sobrevivir, el Fénix.
El equipo técnico habitual de Aldrich, con el que a esas alturas el director había conseguido una sintonía casi telepática, vuelve a poner toda su eficiencia al servicio de una historia que progresivamente va enganchando al espectador hasta hacerle cómplice de unos tipos no especialmente heroicos, enfermos de autocompasión, cobardía o arrogancia, que deben escoger entre resignarse a su suerte o luchar para cambiarla, pese a las dificultades de la empresa que deben afrontar. El vuelo del Fénix es una historia de superación, con un tono menos misántropico del habitual en su director y un metraje extenso que no supone un obstáculo para el disfrute de la aventura. Destacar una frase que, dicha en 1965, tiene un mérito fabuloso: «los hombrecillos de las computadoras y los cálculos serán los que hereden la Tierra». Sin duda, Robert Aldrich y Lukas Heller eran dos tipos listos. Al director le encantaba manejar repartos amplios y multiestelares, y en esta ocasión se rodea de una de las mayores estrellas del Hollywood clásico y de un puñado de buenos actores de diferentes nacionalidades. Al frente de todos ellos, un James Stewart que ya tenía una gran experiencia en eso de pilotar aviones y que pone todo su carisma al servicio de un personaje con muchas dobleces cuya complejidad hace recordar a aquellos que le hizo interpretar Alfred Hitchcock. La indiscutible calidad de la nutrida sección británica del elenco (Richard Attenborough, Peter Finch, Ian Bannen y Ronald Fraser) coloca el nivel actoral donde corresponde, y la presencia de secundarios de lujo como Ernest Borgnine, Dan Duryea o George Kennedy ponen la guinda a un film en el que ver desenvolverse a los actores es un lujo. He dejado para el final al personaje clave, el arrogante, soberbio, frío y talentoso ingeniero alemán interpretado con maestría por Hardy Kruger. El tratamiento de este personaje hizo que algunos tildaran a Aldrich de germanófilo, acusación que el director se encargó de desmentir de manera rotunda con su siguiente película, Doce del patíbulo.
Imprescindible film de aventuras, El vuelo del Fénix es la obra de un director en el mejor momento de su carrera, cuya filmografía constituye uno de los puentes más sólidos entre el Hollywood clásico y el moderno. Entretenimiento hecho con inteligencia, talento puesto al servicio de una historia que lo tiene todo para enganchar al público (y para dar origen a un innecesario remake), esta película es una de las mejor valoradas de Robert Aldrich, y lo es con absoluto merecimiento.