Suele decirse, entre los profesionales del mundo jurídico, que es preferible un mal acuerdo a un buen pleito. Tras la firma del pacto internacional sobre el programa nuclear de Irán, uno espera que, de nuevo, dicha frase sea cierta. Entiendo las susceptibilidades de Israel, pues el pueblo judío suele ser quien al final paga la complacencia de Occidente con aquellos que planean su destrucción, pero también a mí el acuerdo firmado me parece positivo… siempre que se cumpla. Por un lado, aleja la posibilidad de que el régimen de los ayatolás pueda disponer en breve de armas atómicas, y por otro supone un respiro para Irán, que previsiblemente conllevará un apaciguamiento de su odio. El mundo vive hoy en día una guerra por el control del mundo islámico, cuyo campo de batalla más llamativo es ahora mismo Siria, entre países que representan a diversas facciones de la religión musulmana. Ante esto, Occidente debe limitarse a mirar o, en todo caso, a colaborar desde un discreto segundo plano a que triunfen las facciones moderadas. Dice Obama que desde ayer el mundo es un lugar más seguro. En sólo medio año sabremos si acierta. Lo que está en juego es la mayor amenaza para la paz y la seguridad de todo Occidente, empezando por Israel, y es de esperar que los mismos que se felicitan por el pacto firmado sean inflexibles ante cualquier eventual incumplimiento.