JEAN DELUMEAU, El miedo en Occidente. Taurus. 595 páginas.
Desde que el mundo tiene un pasado, quienes ostentan el poder suelen sentir un desmedido afán por reescribir la Historia a su interés, valiéndose para ello de científicos convenientemente bienpagados. En contraste, si algún sentido tiene el estudio de los hechos pretéritos, éste es sin duda su utilidad para hacernos comprender mejor el presente. Desde este punto de vista, El miedo en Occidente es una obra histórica imprescindible, que nos explica algo muchas veces ignorado: que el miedo es el motor de las acciones de personas y pueblos en muchas más ocasiones de las que se quiere reconocer. Lo hace centrándose en el período comprendido entre los siglos XIV Y XVIII, y en las sociedades occidentales cristianas y, para empezar, aporta poderosos elementos que desvirtúan un extendido prejuicio: en contra de lo que suele creerse, las sociedades de la Alta Edad Media eran más libres, tolerantes y abiertas que las que vinieron después, pese a las Cruzadas y a las frecuentes guerras tribales de expansión territorial. El libro nos explica, con todo lujo de detalles y extenso apoyo documental, cómo al principio los miedos del hombre fueron principalmente naturales (a la oscuridad, al mar, a las grandes catástrofes climatológicas), pero más tarde, con las epidemias de peste y las virulentas disputas religiosas, los miedos colectivos se encarrilaron de un modo más provechoso para el poder político y, sobre todo, eclesiástico. Por toda Europa, si bien a ritmos e intensidades variables, se extendió la idea de que el mundo estaba cerca de su fin, de que el Juicio Final estaba próximo y de que el hombre, esa criatura impura y pecadora por naturaleza, debía purificarse para conseguir la salvación eterna. La invención de la imprenta, hábilmente aprovechada por quienes tenían el monopolio de la cultura en beneficio de sus intereses, influyó sobremanera en ese cambio de paradigma del miedo, encarnado en la figura de Satán. Era evidente, se decía, que las epidemias de peste eran un castigo divino impuesto al hombre por su impiedad, su codicia, su lascivia y su nulo arrepentimiento. Los hombres habían aceptado, una tras otra, las tentaciones del Maligno y se habían apartado del camino de la salvación. Ya que el fin de los tiempos estaba cerca, era preciso evangelizar, purificar, castigar. Edictos papales, órdenes mendicantes y hombres de letras dejaban claro cuál era el camino a seguir, y quiénes eran los agentes de los que se valía Satán para gobernar la Tierra: musulmanes, judíos, mujeres, mendigos, idólatras que seguían practicando de modo recalcitrante viejos ritos paganos. El Cisma de Occidente fue a la vez consecuencia y elemento potenciador de este clima, en el que temor y violencia caminaban de la mano, Por último, el descubrimiento de América trajo, además de la necesidad de evangelizar dentro de las murallas (con especial atención a la persecución y castigo de la brujería), la obligación de cristianizar a los habitantes de aquellas tierras. Acierta Delumeau en muchas cosas: en enfatizar cómo el poder aprovecha y utiliza el miedo al otro (en eso no hemos cambiado mucho), adoptando comportamientos de ciudad sitiada (recuérdese a cierto país que osó llamarse reserva espiritual de Occidente, o piénsese en el mundo musulmán en estos tiempos) y empleando todo tipo de violencias, primero desde libros y púlpitos y después con el Derecho y las armas, contra quienes persistían en sus malas costumbres e, incluso, pretendían propagarlas. Triste panorama que no ha variado mucho con los siglos, ni es previsible que lo haga en el futuro, en especial en aquellas naciones cuyas élites derrochan interés en que sus ciudadanos (para ellos, súbditos) sean cuanto más idiotas y obedientes, mejor.
Volvamos al libro. Por metodología, por tratar una cuestión tan relevante como inexplorada y por su rigor científico, El miedo en Occidente es un libro imprescindible para todos aquellos que quieran entender el pasado sin dogmatismos (el autor expone hechos y documentos, pero nunca olvida situarlos en su contexto) y prefieran pensar a ser adoctrinados. Es decir, que es una obra para minorías, al menos por estas latitudes.