EMPEROR OF THE NORTH. 1973. 119´. Color.
Dirección: Robert Aldrich; Guión: Christopher Knopf, inspirado en relatos de Jack London; Dirección de fotografía: Joseph Biroc; Montaje: Michael Luciano; Música:Frank DeVol; Dirección artística: Jack Martin Smith; Producción: Stan Hough y Kenneth Hyman, para Inter Hemisphere- 20th Century Fox (EE.UU.).
Intérpretes: Lee Marvin (Número 1); Ernest Borgnine (Shack); Keith Carradine (Cigaret); Charles Tyner (Cracker); Malcolm Atterbury (Hogger); Simon Oakland (Policía); Harry Caesar, Hal Baylor, Elisha Cook Jr., Matt Clark, Joe DiReda, Liam Dunn, Diane Dye, Robert Foulk, Ray Guth.
Sinopsis: En plena Gran Depresión, legiones de vagabundos se cuelan en los trenes buscando lugares en los que poder escapar de la miseria. Hay un tren, el 19, en el que ningún mendigo ha logrado viajar, y ello porque Shack, su despiadado supervisor, lo impide utilizando todos los medios, incluso los más crueles. Un famoso vagabundo, a quien llaman Número 1, decide intentar llegar a Portland colándose en el tren de Shack.
En 1971, Robert Aldrich hizo un muy buen trabajo con La banda de los Grissom, película ambientada en un período hasta entonces alejado de su filmografía, la Gran Depresión. Dos años más tarde, el director fue el encargado de llevar a la pantalla un proyecto inspirado en las andanzas de un escritor de vida y obra harto interesantes, Jack London. El emperador del Norte se sitúa en el año 1933, quizá el más duro de los que siguieron al crack bursátil de 1929, y repite una constante en la filmografía del director: en su obra, es poco frecuente que el protagonismo recaiga de una manera equilibrada entre ambos sexos. Los films de Aldrich son masculinos o femeninos, con pocas concesiones al término medio. El emperador del Norte es, con toda seguridad, uno de las películas con más testosterona del director, y en ella nos habla del enfrentamiento entre dos hombres que no sólo se encuentran en situaciones antagónicas, sino que las llevan hasta sus últimas consecuencias: Número 1 es el rey de los vagabundos, todo un líder para aquellos que no tienen nada, la encarnación del espíritu de rebeldía; Shack, el supervisor del ferrocarril número 19, es el fiel y abnegado defensor del orden establecido, que no es para él algo ajeno o impuesto, sino algo propio, su misma razón de ser: el 19 es su tren y, para él, mantenerlo libre de mendigos es lo que le convierte en el mejor de su profesión. Por ello, los medios, a veces brutales, que utiliza para alejar a los vagabundos de su preciado tesoro le son indiferentes. Importa el resultado. Número 1 y Shack tienen muchas cosas en común, pero la vida les ha colocado en lugares muy distintos y ellos asumen su rol con todas las consecuencias: son lo que son, hasta el final. Testigo privilegiado de la lucha entre estos dos hombres es Cigaret, un joven vagabundo del que se hace un retrato muy poco favorecedor en el que no es difícil ver las reticencias que a Aldrich le inspiraban los valores dominantes de la juventud de su tiempo: Cigaret es un embustero, un fanfarrón y un cobarde, un ser carente de valores. Un impostor, en el fondo. Número 1 y Shack poseen, a su modo, grandeza, y tienen principios. El vagabundo es un lobo solitario, pero a la vez alguien que necesita destacar, ser el líder de su manada, aunque ésta esté compuesta por despojos sociales; el supervisor es un Rottweiler rabioso al servicio de quienes se hacen ricos y dominan el mundo gracias a la labor de diques de contención que realizan hombres como él.
En muchos sentidos, El emperador del Norte antecede a otra excelente película que en su mayor parte transcurre en un ferrocarril: El tren del infierno. El film de Aldrich enfoca el enfrentamiento entre sus protagonistas enfatizando lo social frente a los filosófico, pero ambas películas se recrean en el devenir de dos hombres frente a su mayor desafío: el Otro, el único adversario a su altura que de forma inevitable le arrastrará a un duelo a muerte. Porque Número 1 y Shack, como Manny y Ranken, no son de los tipos que huyen o se esconden, sino de los que pelean.
Una vez más, Aldrich, que en esta película firma exclusivamente como director, se rodea de sus técnicos de confianza, y una vez más eso se nota para bien. La fotografía de Joseph Biroc es, con toda seguridad, una de las mejores que hizo en color este cameraman talentoso e infatigable. Su manera de captar los rostros de los desheredados (en este film, no aparece nadie que en el fondo no lo sea), así como el movimiento de los trenes en mitad de unos paisajes tan bellos como hostiles es fantástica, y hace de esta película un éxito visual, además de narrativo (y ello pese a que la historia es mejor que un guión falto a veces de la inspiración que emanan el resto de elementos del film), rodada por un cineasta en un gran momento creativo que crítica y público no supieron apreciar en su justa medida. El emperador del Norte está filmada con brío, energía y mucho, mucho talento.
Al frente del reparto, dos actores superlativos e idóneos para representar sus papeles: Lee Marvin, en mi opinión uno de los grandes intérpretes del cine americano, retoma en cierto modo su personaje de La leyenda de la ciudad sin nombre, adaptando su idiosincrasia a la de un film de enfoque bien distinto. Ernest Borgnine encarna a la perfección la tan humana furia fanática del hombre que defiende lo que no es suyo con la misma o mayor fiereza que si lo fuera. Estamos ante un duelo actoral de los que no abundan, por la fuerza de los personajes y la calidad y la convicción de los hombres que les dan vida. Y no, ya no quedan actores como ellos. Keith Carradine bastante hace con aguantar el tipo entre esos dos gigantes, y el resto del reparto cumple una función poco menos que testimonial. No importa, los intérpretes están magníficos y a Aldrich, que también supo brillar en los films corales, siempre se le dio bien sacar lo mejor de sus protagonistas.
No hay mucho más que decir, salvo reiterar que El emperador del Norte es una gran película, cuyos veinte minutos finales consiguen elevar un tono ya de por sí alto. Dejando de lado la excelente y mutilada Alerta:misiles, estamos ante la última película importante de Robert Aldrich, un director que amó y hace amar el cine.