El otro día hablaba de vergüenza ajena. Ése fue justamente el sentimiento que me invadió al ver, y sobre todo al oír, el vídeo en el que unos policías y bomberos españoles abucheaban e insultaban a sus colegas catalanes porque a éstos les dio por lucir una bandera independentista. Los hechos ocurrieron en Nueva York, durante los Juegos Mundiales de Policías y Bomberos, evento más bien ridículo que Barcelona organizó años atrás. Suerte que allá en la ciudad de los rascacielos tenían problemas más urgentes en forma de huracanes e imagino que pocos repararían en tan sonrojante espectáculo, que, más allá de si la culpa es del huevo, de la gallina o del cha cha cha, pagamos todos. Me pregunto, con la que está cayendo, por qué tenemos que sufragar un viajecito a las Américas para que separatistas y españolísimos machotes se luzcan en disciplinas tales como el aporreo a manifestantes, o intenten ganar la medalla de oro al mejor calendario en bolas, en vez de estar aquí apagando incendios y deteniendo delincuentes, que es lo suyo. Aprovechar además la estancia para dejarnos en ridículo a todos es puro recochineo. Ahora me queda más claro por qué este país es el paraíso de las mafias. No olviden que esos cuerpos de seguridad tan orgullosos de la combinación de los colores rojo y amarillo que lucen en sus respectivos uniformes están obligados a colaborar (y, visto lo visto, uno se imagina lo peor) en lo que a los demás realmente nos importa: que las organizaciones criminales sean perseguidas con éxito, y los incendios extinguidos con celeridad y eficacia. Lo demás sobra, y no está el patio para tonterías.