En las últimas semanas he tenido ocasión de visitar diversos locales considerados entre lo mejor de la ciudad para eso del tapeo. Por orden cronológico, el primero en ser catado fue El Pràctic, pequeño bar de tapas ubicado en el barrio de Sants que esconde unos cuantos tesoros. En su apariencia no hay glamour, pero sí mucha calidad en sus platos. Presumen de su oreja de cerdo, y con razón: es crujiente y deliciosa. La carta es breve, pero lo que hay (pulpo, secreto de cerdo ibérico, sorbete con ginebra incorporada) le deja a uno la sensación de que tiene que repetir. Lo único flojo fueron las bravas al estilo peruano. Fallo mío, porque me habían recomendado las de toda la vida y opté por lo exótico. Fuera de eso, nota muy alta, pues el servicio y la relación calidad-precio están a la altura exigible.
En la cervecería gastroómica Mondoré ya he estado dos veces. La primera, rozando la perfección: el arsenal de cervezas está muy bien escogido, con tesoros como La Chouffe de Barril, un par de esas excelentes e inclasificables joyas de la factoría Brewdog y clásicos que le hacen a uno muy feliz como la Budejovicky Budvar rubia. En cuanto a la comida, el pulpo a la llauna, el arroz del Delta y el solomillo son tres imprescindibles del local. Mejillones, calamares y bravas también son capaces de satisfacer paladares exigentes. Súmenle a esto un local decorado con gusto y unos precios acordes con la calidad de lo servido, pero también con los tiempos de crisis, y saquen sus propias conclusiones. El único fallo, que comprobé en la segunda visita, es que, una vez hecha la comanda, si después añades algún plato extra el tiempo de espera, en general muy correcto, puede eternizarse. Con todo, local a frecuentar, situado en el límite entre Floridablanca y Paralelo.
Aplaudan y agiten sus servilletas, que llegan palabras mayores. En la calle Unió, es decir, en el corazón de Guiripakilandia, existe un oasis de la excelencia gastronómica que tiene el muy castizo nombre de Cañete. Por abreviar, diré que el local no es precisamente barato (en los vinos, especialmente), pero que, por lo que probé, casi puedo asegurar que merece la pena catar la carta entera. Deliciosa torta de camarones, ensaladilla rusa de diez, salmorejo para chuparse los dedos, un mollete de pringá que se saborea con especial deleite si uno tiene raíces andaluzas, y un tártaro de atún salvaje con mascarpone y huevas de trucha que consigue que por un momento aparques tu sueño de comprarte una isla y dejar que la especie humana se vaya al carajo ella solita. Postres excelentes. Cómo consiguen que cada plato supere al anterior, un misterio. Lo que sí se es que mi deseo para la próxima Nochevieja será poder permitirme ir cada día al Shunka… y al Cañete.
A diferencia de otros más recientemente construidos, el barrio de Sant Antoni me está dando bastantes alegrías de un tiempo a esta parte. Una de ellas fue la visita a Els Sortidors del Parlament, local situado en la calle del mismo nombre, cerca de la esquina con Urgell. Se trata de una bodega clásica al gusto de los modernos, pero en la que se bebe bien (hay una extensa carta de cervezas, Urquell y Master de barril, e infinidad de buenos vinos) y se tapea igual o mejor. Conservas de la mejor calidad y unas cuantas tapas, platillos y cazuelitas (la de rabo de toro me pareció sobresaliente) dignas de mención. Merece, sin duda, otras y más extensas visitas.
Y vamos al clásico revisitado. Cuando uno vuelve a un local después de muchos años, la noticia es que siga siendo tal y como uno lo recordaba, máxime si ese local está ubicado en el corazón del Born, o séase, de la Guirilandia Cool. Lo mejor que puedo decir del restaurante Senyor Parellada es que sigue siendo el clásico de la buena cocina catalana a precios decentes que guardaba en mi memoria. Al entrar, el tiempo parece retroceder, cosa que agradecemos los que ya tenemos dos edades y ocasionales arrebatos de nostalgia. Es un restaurante señorial, en el buen sentido de la palabra, los platos son los de siempre, y siguen igual de bien hechos. La papelina de verduras (no me negarán que pedir una papelina en el Borne tiene su gracia) es un entrante perfecto, y los pies de cerdo (con albóndiga y sepia), estaban exquisitos. Lo mejor vino en el postre, un poco precipitado por las circunstancias, pero de los que se recuerdan: sorbete de anís del Mono. Toma ya. Muy bueno, dicho sea de paso. Por un instante, el tiempo recuperado.