Tengo claro que uno de los principales motores del desquiciamiento mental creciente de nuestra sociedad es la idea de que, si afrontas las cosas de una manera positiva, te saldrán bien. Imagino que eso se le ocurrió al tipo que inventó el Prozac. O a uno de esos vendeburras que escriben libros de autoayuda. Lo único importante es cómo hagas las cosas, no con qué espíritu las afrontes, pues éste (o sea, tu actitud ante la vida) vendrá determinado por tus experiencias anteriores. El perro que ha recibido cariño se acerca a los hombres con confianza y moviendo la colita; el perro apaleado huye de ellos y, cuando se los encuentra, enseña los dientes para que eviten cruzarse con él. Creo que no hace falta que explique qué tipo de perro soy yo. Lo terrible es que, si haces las cosas mal, las posibilidades de que te salgan como las hiciste son máximas, pero eso mismo, al contrario, no sucede ni de lejos: es obvio que si haces las cosas utilizando el cerebro, tendrás más posibilidades de que te salgan bien. Más posibilidades, sí, pero ninguna garantía. Puedes hacer lo justo y lo correcto, dedicarle a las cosas reflexión y esfuerzo, y que te salgan de pena. Y cuantas más personas intervengan en algo que te afecte, más opciones hay de que el resultado sea desastroso. No es verdad que las cosas te salgan según cómo las afrontes; saldrán como tengan que salir, y tú las afrontarás según cómo te hayan salido las anteriores. Con la ilusión (podemos llamarla fe) se nace: se pierde o no según los éxitos o fracasos que uno va acumulando.