TINKER TAILOR SOLDIER SPY. 2011. 123´. Color.
Dirección : Tomas Alfredson; Guión: Bridget O´Connor y Peter Straughan, basado en la novela de John Le Carré; Dirección de fotografía: Hoyte Van Hoytema; Montaje : Dino Jonsäter; Dirección artística: Tom Brown, Mark Raggett y Pilar Foy; Música: Alberto Iglesias; Diseño de producción: Maria Djurkovic; Producción: Tim Bevan, Eric Fellner, Robyn Slovo y Alexandra Ferguson, para Karla Films-Studio Canal-Working Title-Paradise Films-Kinowelt Filmproduktion (Gran Bretaña-Francia-Alemania).
Intérpretes: Gary Oldman (George Smiley); Colin Firth (Bill Haydon); Toby Jones (Percy Alleline); Benedict Cumberbatch (Peter Guillam); David Dencik (Toby Esterhase); Ciarán Hinds (Roy Bland); Mark Strong (Jim Prideaux); Tom Hardy (Ricki Tarr); John Hurt (Control); Kathy Burke (Connie Sachs); Stephen Graham (Jerry Westerby); Simon McBurney (Oliver Lacon); Stuart Graham (Ministro); Peter O´Connor, Roger Lloyd Pack, Philip Martin Brown, Svetlana Khodchenkova.
Sinopsis: Control, el director del Servicio de Inteligencia británico, tiene fundadas sospechas de que uno de sus más cercanos colaboradores es un topo al servicio del KGB. Para descubrirlo, envía al espía y asesino Jim Prideaux a Budapest, pero la misión fracasa y el encargo de desenmascarar al infiltrado recae en Smiley, un veterano agente.
Me confieso aficionado a las intrigas ambientadas en la Guerra Fría, tanto en lo literario como en lo cinematográfico. Por eso, cada nueva adaptación para la gran pantalla de una novela de John Le Carré es para mí una buena noticia. Ésta prometía: el propio novelista se involucró en la producción, al frente del proyecto estaba el director de la muy destacable Déjame entrar, y tanto el reparto como el equipo técnico eran de campanillas. Resumiendo, que El Topo lo tenía fácil para decepcionar. La buena noticia es que no lo consigue.
Alfredson ha hecho una película sobria, cuidada e inteligente, en la que el artificio brilla por su ausencia. Todo resulta creíble, a la vez que interesante. La siempre convulsa Europa es el escenario de una trama compleja en la que gente sin alma utiliza todos los métodos a su alcance para imponerse al enemigo, mientras, en los despachos, unos y otros son movidos por los cerebros en la sombra como piezas de ajedrez. Hablando de eso, la película es más ajedrecística que de acción: los personajes piensan tanto o más que actúan, el tono general es lacónico, la oscuridad está mucho más presente que la luz y el trabajo de los espías es mucho más intelectual y de oficina que físico, más de archivos que de Martinis, aunque cuando se ha de recurrir a la tortura o el asesinato, se hace. El imperturbable Smiley es el encargado de descubrir al hombre que amenaza con hundir, desde uno de sus lujosos despachos, al servicio secreto británico. Cuatro son los posibles candidatos, y en cuanto Smiley sale de su retiro las piezas del rompecabezas comienzan a encajar. Los cuatro sospechosos son personas a las que el protagonista conoce muy bien: son compañeros desde hace muchos años, han compartido misiones y y encuentros al más alto nivel, y también momentos más distendidos. Bob Haydon, uno de los cuatro posibles topos, fue además el amante de la esposa de Smiley. Su único punto débil, según el despiadado agente soviético, cuyo nombre en clave es Karla, que está detrás del asunto. Pese a ello, Smiley es capaz de obrar y de ejecutar su plan con una frialdad tan extrema como su precisión.
A través del relato de la búsqueda del topo por parte de Smiley, lo que realmente se construye es un film sobre la lealtad y la traición, no tanto hacia un país o una causa, que también, como entre personas de un mismo círculo. Los recuerdos del pasado de Smiley, cuyo epicentro se sitúa en una fiesta celebrada años atrás, le hacen revivir sus horas más placenteras, pero también más dolorosas, al tiempo que muestran al espectador cómo el protagonista ha logrado imponerse a ambas. O anestesiarlas. Smiley es un escéptico, un hombre traicionado y ajeno a todo ideal, y a la vez un individuo dotado de esa lucidez que sólo tienen, parafraseando a Leonard Cohen, aquellos que han visto la luz.
En lo narrativo, la película sabe hacer inteligible una trama que exige precisión, la desarrolla de un modo coherente y la finaliza de forma magnífica. Alfredson sabe capturar tanto la letra como el espíritu de Le Carré, más interesado en la verosimiltud de sus historias de espionaje que en el puro espectáculo. En lo técnico, se nota para bien que la producción no fue escasa de medios: no hay un despliegue aparatoso de medios, pero sí un producto elaborado con minuciosidad, gusto por los detalles (la recreación de los primeros años setenta desvela un meticuloso trabajo de producción), y tanto la fotografía como la música de Alberto Iglesias son muy destacables.
Imagino que los seguidores de Le Carré, y fieles devotos de George Smiley, dieron un respingo al saber que el personaje iba a ser interpretado por Gary Oldman, un actor con tendencia a la sobractuación. Sus temores eran infundados: Oldman es un gran intérprete que sabe contenerse cuando su rol así lo requiere, y construye un Smiley al que no cabe ponerle tacha alguna, pues sabe transmitir emociones desde el hieratismo. A su lado, grandes actores como Colin Firth o John Hurt, en un papel tan breve como destacado, y rostros mucho más nuevos en la gran pantalla pero también muy interesantes como los de Benedict Cumberbatch o Tom Hardy. En general, las actuaciones son muy buenas, y contribuyen a hacer de esta película uno de los mejores films de espionaje realizados en décadas. Su trama remite a otras épocas: su temática y su puesta en escena están a la altura de lo mejor del cine actual. Está claro que Tomas Alfredson es un cineasta a seguir con detalle.