¿Piensa usted, escritor, que es más divertido presentar sus libros que escribirlos? Si la respuesta es afirmativa, pase a la siguiente píldora.
LIBROS
En la biblioteca, unas ocho o diez personas se reunieron para asistir a la presentación del primer, y tal vez único, libro de poemas de Eloísa Granados, última joven promesa del verso libre. La mitad de los asistentes eran escritores amigos (dentro de lo que cabe) de la autora, y el resto familiares, a excepción de un joven de pelo largo y aspecto desastrado a quien nadie conocía, y de Neus Solà, concejala de cultura del ayuntamiento y presentadora del acto.
El chico a quien nadie conocía se llamaba Javier, y, como buen lector compulsivo que era (si en las bibliotecas dejaran llevarse diez libros lo hubiera hecho, pero sólo permitían sacar seis), iba cargado de obras (Forastero en tierra extraña, Hambre, Cròniques de la veritat oculta, Pregúntale al polvo, Obabakoak y Bartleby, el escribiente) que, a juicio de sus amigos con criterio, eran de lectura obligada. Cuando, veinte minutos después de la hora prevista, se decidió dar comienzo a la presentación, porque la concejala tenía prisa y a aquellas horas ya no iba a crecer el número de asistentes (llovía, y en diez minutos el Barça se jugaba su futuro en la Champions League), Javier decidió quedarse en la biblioteca por simple curiosidad, guardó como pudo sus libros en la mochila negra que llevaba al hombro y ocupó una de las muchas butacas vacías.
Que la concejala no había hecho los deberes quedó claro nada más abrió la boca. Soltó cuatro o cinco topicazos sobre la poesía, la juventud (en la sala pudo oírse el aullido proferido por Rubén Darío al asistir a la enésima profanación de su más célebre frase) y la sensibilidad femenina, dijo un par de cosas sobre la autora que podían leerse en la solapa del libro y empezó a hablar de sí misma, tema en el que se movió con mayor soltura. Se recreó unos minutos en Dulce María Loynaz, una de las poetisas favoritas de la autora, según le había dicho uno de sus asesores culturales, y un buen rato después cedió la palabra a la verdadera protagonista del acto.
A Javier ya se le habían escapado cuatro o cinco bostezos antes de la intervención de la autora, pero decidió quedarse por si los poemas eran buenos. Eso sí, mientras Eloísa describía en voz alta su corto trayecto entre el club de fans de los Backstreet Boys y la publicación de su primer libro de poesía, Javier aprovechó para abrir su ejemplar de Obabakoak. Leyó: “Encuadernados la mayoría en piel y severamente dispuestos en las estanterías, los libros de Esteban Werfell llenaban casi por entero las cuatro paredes de la sala…”. Interrumpió su lectura al ver que Eloísa Granados empezaba por fin a leer sus versos. Versos que Javier encontró bastante mediocres, un escalón más en el extenso catálogo de miradas lacrimosas a las estrellas y reproches (no demasiado encendidos para no ofender a nadie) a ese mundo que no nos comprende que llenan las secciones de poesía de los grandes almacenes durante no más de un par de semanas.
Al décimo poema, Javier decidió perderse el resto de la velada, es decir, lo que quedaba del libro, las dedicatorias de su autora y el piscolabis y la copa de cava con que se obsequiaría a los asistentes. Los seis libros que llevaba en la mochila le esperaban.
Cruel. Guai.
Guai, no ho sé. Cruel… una mica, sí. Entre el meu selecte club de fans hi ha unanimitat respecte al meu talent per a la crueltat, suposo que tenen raó.