WALL-E. 2008. 95´. Color.
Dirección : Andrew Stanton; Guión: Andrew Stanton y Jim Reardon, basado en la historia de Andrew Stanton y Pete Docter; Montaje : Stephen Schaffer; Música: Thomas Newman.; Diseño de producción: Ralph Eggleston; Producción: Jim Morris y Lindsey Collins, para Pixar Studios-Walt Disney Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Ben Burtt (Voz de Wall-E); Elissa Knight (Voz de Eve); Jeff Garlin (Voz del comandante del Axiom); Fred Willard (Jefe de BnL); Sigourney Weaver (Voz de la computadora del barco); MacIn Talk (Voz del piloto automático); John Ratzenberger, Kathy Najimy, Lori Alan, Bob Bergen, Jon Cygan, Pete Docter, Andrew Stanton (Otras voces).
Sinopsis: En 2775, la Tierra es un planeta inhóspito en el que apenas subsisten algunas formas de vida. Ajeno a ello, Wall-E continúa con la labor para la que fue programado: almacenar y reciclar las toneladas de basura acumuladas. Un día, aterriza una nave cuya misión es averiguar si se dan las condiciones de vida necesarias para que los terrícolas, que orbitan por el universo a bordo de una gigantesca nave de recreo, pueden regresar a su planeta.
De entre los grupos de palabras de los que procuro huir, «película para niños» es uno de los de efecto más inmediato. No obstante, las casi unánimes críticas laudatorias hacia los films de animación creados por la factoría Pixar me han hecho acercarme a Wall-E, primera película dirigida en solitario por Andrew Stanton. Bien, empezaré por lo obvio: el film constituye un espectáculo visual fascinante, hasta el punto de que su primera mitad enamora sin necesidad de utilizar para nada la palabra. Un robot, una cucaracha y un paisaje desolado son suficientes para que el espectador siga sin parpadear lo que ocurre en la pantalla. ¿Y qué ocurre? Pues que, como en todos los clásicos de la ciencia-ficción, los humanos hemos conseguido nuestro cada vez menos secreto propósito y convertido la Tierra en un inhabitable pozo de basura del que en un momento dado hubo que huir a la carrera. En el planeta sólo han quedado una pequeña cucaracha y un robot que cada día dedica sus fuerzas a una tarea imposible: limpiar esa basura. El robot colecciona lo que los modernos llamarían objetos vintage (Zippos, cubos de Rubik…) que almacena en su refugio, el único lugar donde puede estar a salvo de las terribles y frecuentes tormentas. Allí, Wall-E dedica el tiempo a ver una vieja cinta de vídeo que contiene una película musical, que por más señas es Hello, Dolly. El robot, cuyo aspecto recuerda en algo a ET, disfruta cantando y bailando las canciones de la película, último vestigio de las cosas buenas que ocurrían en el planeta antes de su destrucción.
Un día, una nave aterriza en la Tierra. En ella viaja un robot hembra, pelín agresivo y con estética Daft Punk, que responde al muy simbólico nombre de Eva. La envían para encontrar pruebas de que el planeta puede volver a ser habitable, y encuentra una definitiva: una planta. De paso, enamora al ingenuo Wall-E, que la acompaña en su vuelo espacial de regreso. Hasta aquí, un poema visual de rara belleza. En adelante, una fábula de ciencia-ficción llena de referencias, que impacta por su virtuosismo y agilidad pero no alcanza la categoría de obra maestra que apuntaba. El mundo feliz en el que aterriza Wall-E es una especie de Marina D´Or estilo yanqui; los humanos, seres estúpidos y pasados de peso. Al margen de Huxley, la influencia más obvia la encontramos en 2001, hasta el punto de que uno de los personajes clave de la trama es directamente un plagio de HAL 9000. El final es demasiado hippie para mi gusto, pero la película tiene tantas cosas buenas también en esta segunda parte, que no cuesta mucho perdonar las concesiones hechas a los herederos del tío Walt. Entre otras cosas, porque Wall-E no sólo toma cosas sueltas de 2001, sino que tiene una de sus grandes virtudes: una perfección técnica absoluta. Hay que agradecer a todos los que han intervenido en la elaboración de esta película su enorme pericia profesional, puesta al servicio de una imaginación desbordante. Además de la de Kubrick, la huella de ese genio de la animación llamado Hayao Miyazaki también está presente, y decir eso es decir mucho. Wall-E es una obra mucho menos infantil de lo que parece a simple vista, que bebe de lo mejor de la ciencia-ficción, se contempla con deleite y le deja a uno con la sensación de haber visto una película importante, de esas que escasean.