WILLIAM SHAKESPEARE. Ricardo III. Planeta. 108 páginas. Traducción de José María Valverde.
Como es sabido, Ricardo III cierra la tetralogía de obras que su autor dedicó a la historia de Inglaterra. En este drama, Shakespeare retrata a un tirano, a un ser despiadado cuya deformidad física es el punto de partida hacia la indignidad moral más absoluta. Ricardo, duque de Gloucester, es la clase de individuo que explota sus cualidades (valor, capacidad de persuasión, inteligencia) para hacer el mal, con el objeto de acceder al trono de Inglaterra. Para conseguirlo, intrigará, conspirará, manipulará y empleará la mayor crueldad ante quienes se interpongan en su camino, sin importarle la edad o la condición de sus víctimas. Se trata de uno de los malvados más perfectos que ha dado el teatro, y por ello no es de extrañar la cantidad de grandes actores que han interpretado al personaje, sobre las tablas o en la pantalla. Sin embargo, Ricardo no es un malvado absoluto, pues, a diferencia de varios siniestros personajes de nuestra época, tiene conciencia: se le presenta en sueños, antes de la batalla decisiva, con la forma de los espectros de quienes sacrificó para acceder al trono.
La obra se estructura en cinco actos, y es una de las más largas escritas por Shakespeare. Comienza, a su vez con una de sus frases más famosas («Ahora, el invierno de nuestro descontento se vuelve glorioso verano con este sol de York»), y desde buen principio nos muestra quién es Ricardo y a qué objetivos consagra su existencia. El resto de personajes, más allá de la lealtad o el odio que le profesen, tienen algo en común respecto al protagonista: todos le temen, pues sabe ser lisonjero (hay que leer con atención su cortejo a Ana, la mujer a la que sus manos convirtieron en viuda) y disimular sus intenciones cuando la situación así lo exige, y no repara en medios cuando se trata de eliminar obstáculos, aunque éstos sean dos príncipes que ni siquiera han llegado a la pubertad. Se trata de una obra palaciega que culmina en el campo de batalla, no sin antes dejar un buen reguero de cadáveres, la mayoría debidos a Ricardo, por el camino. Como es habitual en Shakespeare, las pasiones humanas aparecen desnudas, más allá de las formalidades cortesanas y lo literario de los discursos, y hay lugar también para las maldiciones (aquí obra de Margarita) y los presagios funestos (en especial, la pesadilla de Ricardo antes de Bosworth,el lugar donde se pondrá fin a la Guerra de las Dos Rosas y del que surgirá la nueva dinastía reinante en Inglaterra, los Tudor). En cierto modo, el duque de Gloucester es la antítesis de otro ilustre tullido de la literatura: el emperador Claudio: éste utiliza su inteligencia para exagerar sus visibles taras físicas para salvar el pellejo, y jamás aspira al trono; Ricardo es todo ambición y crueldad, y hallará su mayor placer en someter y humillar a quienes le ven como un ser deforme y huérfano de belleza.
Ricardo III una obra mayor, que se encuentra entre las mejores escritas por Shakespeare. Tiene momentos de gran brillantez, y un diálogo que no me resisto a reproducir, de esos que valen la lectura de una obra entera:
Lady Ana: «Incluso las más fieras bestias conocen la piedad»
Ricardo: «Yo no la conozco, luego no soy una bestia».
Respecto a la traducción, José María Valverde hace un excelente trabajo, a la altura de lo que merece esta obra teatral imprescindible.