A veces, la vida de quienes buena parte del tiempo hemos de limitarnos a sobrevivir puede hacerse cuesta arriba. Por eso, a un servidor le gusta darse caprichos de vez en cuando, para recordar que existen mundos mejores, y que están en éste. No pocos de esos caprichos son gastronómicos, y el último me llevó hasta El Regulador, es decir, al restaurante del Hotel Bagués, que se ubica justo al lado del Palau de la Virreina. En lo climatológico, el día era horrible. Lo bueno me esperaba al cruzar la puerta del hotel. El restaurante se encuentra en el hall, y es pequeño, pero todo lo elegante, limpio y bien cuidado que puede esperarse de un hotel de cinco estrellas. En la carta, mucho para elegir, una extensa y cuidada selección de vinos y unos postres que invitaban a dejar un hueco en el estómago. La especialidad de la casa, las ostras, no me apasiona, así que fui por otros derroteros: tras dar buena cuenta de los aperitivos de la casa (almendras, patatas fritas, olivas y unas sobresalientes croquetas de jamón ibérico), llegó el primer plato, una ensalada de burrata con tapenade de trufa y jamón de bellota Maldonado. Casi ná, que dicen en la tierra de mis antepasados. Cuidada presentación, acertadísima mezcla de sabores y cantidad suficiente. Con todo, lo mejor vino después, en forma de suprema de merluza con estofado de ceps y chipirones. Se nota que el restaurante está muy cerca del mercado de la Boquería, y que la materia prima es de lo mejor de por allí. Excelente, rozando la perfección, no voy a añadir mucho más. Para rematar, una tentación de chocolate en la que el pecado es no caer y, al salir, la sensación de haber estado en uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Y, de nuevo, listos para los habituales ejercicios de supervivencia.