Anoche, en Razzmatazz 1, servidor, y todos los que cupimos en ese horno, teníamos una cita con el cantante más carismático del rock español, Loquillo, uno de esos individuos que llevan la distinción y la chulería en el ADN, y una de esas personalidades que se atreve a decir lo que piensa en un país mucho más acostumbrado a cobardes intelectuales que sólo dicen lo que (les) conviene.
Elegante como siempre, el rockero del Clot y su banda aparecieron en el escenario a los sones de la excelente y muy marcial música que Ron Goodwin compuso para El desafío de las águilas. En cuanto el Loco pisó las tablas, tuve claro que la noche iba a ser calurosa en todos los aspectos: un público entregado, en su mayoría de la generación que creció con los Trogloditas, ovacionó cada canción y cada gesto de un cantante cuya presencia y dominio del escenario son incuestionables.
La primera parte del concierto se centró en canciones publicadas en los últimos años: El creyente, Línea clara («tuve muchos nombres/me vieron con otra cara/pero siempre fui yo/marcando una línea clara») y la excelente Memoria de jóvenes airados, que supuso el primer punto álgido de la actuación. Muchas guitarras, actitud a raudales, sonido menos malo de lo que era de temer, platea entregada y mucha, mucha energía. Loquillo lleva décadas cantando letras que muchos hemos sentido como propias, y que apoyadas en su carisma se han convertido en himnos. Con los años, el cantante ha ampliado su paleta de colores y añadido a su repertorio versos de Benedetti, Gil de Biedma, Luis Alberto de Cuenca o Brassens, en una demostración de madurez sin pérdida del norte no demasiado frecuente entre los artistas de su generación. Después de otro de los grandes momentos de la noche, El hombre de negro, apareció en escena Dani Nel·lo y, con él, clásicos de los Trogloditas como El ritmo del garaje o Carne para Linda, que provocaron el éxtasis en el respetable. Tampoco faltó La mataré, quizá el mejor tema de aquella potente banda de rocanrol. En los bises Loquillo tuvo también la compañía de Gabriel Sopeña, su mano derecha durante los años post-Sabino Méndez, y con él cantó el poema de Jacques Brel Con elegancia. Mucha música, poca oratoria, y Spanish bombs para homenajear a Joe Strummer antes de cerrar con Cadillac solitario. Ovación, vuelta al ruedo y salida a hombros para uno de los nuestros, un tipo de barrio con un pasado glorioso (muy bien explicado en Cuando fuimos los mejores) y un presente muy reivindicable. Me faltaron La mala reputación y Hombres, canción cuya letra decora un lugar muy especial para mí, pero disfruté lo mío.
Como el Duque:
Videoclip de esa canción que se escribió para tipos como yo:
Aplausos para una gran crítica de alguien que también estuvo en el horno. El Loko es un buen ejemplo de cómo envejecer con dignidad.
Gracias por los aplausos. Lo cierto es que llevaba tiempo sin ir a un concierto de rock, y lo disfruté. Respecto a lo de envejecer, vas a hacerlo igual, cada cual decide cómo. Y Loquillo está decidiéndolo bastante bien.