Lo primero que hay que decir respecto a la abdicación de Juan Carlos I es que llega tarde. Lo segundo, que por fin uno entiende el porqué de la cantidad de publireportajes que sobre las figuras del príncipe heredero y señora hemos tenido que soportar últimamente, fiebre que incluso se ha extendido a la más mayoritaria cabecera de la prensa progre. Está claro que la monarquía, como institución, vive sus peores momentos desde la restauración de la democracia, y por eso, la única solución que haría honor a esa palabra sería la celebración de un referéndum en el que todos pudiéramos decidir si se continúa la línea sucesoria de la Corona en la figura de Felipe de Borbón, o bien se instaura la Tercera República. Eso sí hay que votarlo. No se hará, claro, no vaya a ser que la mayoría opte por lo que no toca, pero ya va siendo hora de acabar con una institución ilegítima y salpicada por vergonzantes casos de corrupción. El jefe del Estado ha de ser elegido por los ciudadanos, y nadie debería nacer con más derecho a ese puesto que los demás. Lo contrario no hace más que ratificar que España es un país por modernizar, que no está en la cola de Europa por casualidad. La cuestión no es si Felipe de Borbón está o no preparado para ocupar el trono: lo verdaderamente importante es que, aunque no lo estuviera, nos lo tendríamos que tragar igual. Y eso, a estas alturas, es inaceptable.