UNA VEZ AL AÑO SER HIPPY NO HACE DAÑO. 1969. 83´. Color.
Dirección: Javier Aguirre; Guión: José Luis Dibildos y Juan José Alonso Millán; Dirección de fotografía: Manuel Rojas; Montaje: Petra de Nieva; Música: Adolfo Waitzman; Decorados: Adolfo Cofiño; Producción: José Luis Dibildos, para Ágata Films, S.A. (España).
Intérpretes: Concha Velasco (Lisarda/Flor de Lis); Tony Leblanc (Johnny); Alfredo Landa (Ricardo); Manolo Gómez Bur (Silvestre); José Sazatornil Saza (Anaskira Matuti/Marcelo Bonet); Rafael Alonso (Pololo); Joaquín Prat (Don Raúl); Laly Soldevila (Betsy); Alejandra Nilo, Erasmo Pascual, Rafael Hernández, Blaki.
Sinopsis: Flor de Lis y los dos del Orinoco es un grupo musical que trata de ganarse la vida haciendo giras por España. Lo suyo son las canciones tradicionales y lo caribeño, pero los gustos del público han cambiado y mandan los grupos que siguen la huella de los Beatles. Cuando el trío conoce a Johnny, un caradura que vigila un camping en Torremolinos, se ve inmerso en el mundo hippy y decide cambiar de estilo.
Para bien o para mal, en la década de los 60 empezó a surgir la España que hoy conocemos, la del ladrillo y el todo sea por entretener al turista. Lo de antes era peor, pero no para todo el mundo, así que en esa época se produjo un conflicto, a todos los niveles, entre quienes, ya fuera por motivos ideológicos o económicos, eran partidarios de una apertura de España al mundo exterior, y quienes ya estaban bien como estaban. Numerosas películas españolas de la época reflejan el impacto que entre los españolitos tuvo el primer aluvión turístico, el de las suecas en bikini, los hoteles a pie de playa y los primeros destellos de libertad. Por diversas razones, Una vez al año ser hippy no hace daño es una de las más destacables de esas películas.
Javier Aguirre, el director, es una de esas razones. Músico de vocación y cineasta a caballo entre la experimentación y las películas de encargo más descaradamente comerciales, el donostiarra ofrece aquí mucho de lo segundo, pero también algo de lo primero. Sólo hay que ver esos planos iniciales que nos retrotraen a una de sus más queridas facetas, la de documentalista, o esa labor de montaje que aleja a este film de los productos taquilleros españoles más pedestres, por no hablar del homenaje a la figura de Jean Seberg en Al final de la escapada que encontramos cuando la protagonista vende el Herald Tribune a los turistas. No obstante, prima, y con mucho, el afán por realizar un producto divertido y comercial, y aquí el resultado es irregular: hay momentos jocosos y delirantes, pero no un guión sólido que los estructure, humoradas memorables (Aguirre se permite incluso una broma a costa de sí mismo), una muy sana ausencia de complejos (quienes disfruten con programas del tipo Cachitos de hierro y cromo encontrarán aquí momentos que sin duda les harán reír), pero también más de cuatro tópicos y algunos tiempos muertos no muy justificables en un film que apenas supera los 80 minutos. De todas maneras, sólo en los clips que ilustran las diversas canciones que aparecen en la película ya hay motivos suficientes para el disfrute del espectador poco prejuicioso. Entrando en materia, para mí, quien tuviera la idea del gag del mirón con vaca, la de hacer una canción llamada Los negros con las suecas, la de presentar a un gurú de la India nacido en Terrassa y, sobre todo, la de llamarle al nuevo grupo de Flor de Lis y sus muchachos Los Hippyloyas (palabro que, por cierto, un servidor utiliza con frecuencia para definir a cierta clase de especímenes que abundan por encima de la Diagonal y suelen poblar los sitios más in, aunque estén debajo), se merece un monumento. Repito que se echa en falta un mejor nexo entre escenas, que se percibe la precipitación y el descuido hacia el acabado del producto que son marca de fábrica de buena parte del cine patrio, y que algunos gags y personajes deslucen más que aportan, pero divertir, a mí me ha divertido bastante, en buena parte por el excelente trabajo de un plantel de cómicos que ya querríamos tener entre los actores jóvenes de ahora: Concha Velasco, justificado mito erótico hispánico de la época, canta, baila y actúa con mucha gracia, y deja claro que es una actriz a la que la cámara quiere muchísimo; Tony Leblanc sabía hacer como nadie el papel de caradura simpático, y sólo por ver las pintas que lucen dos actores de muchos kilates como Alfredo Landa y Manolo Gómez Bur ya merece la pena ver una película que todos ellos engrandecen con su calidad y con su oficio. Por si esto fuera poco, el jugosísimo papel que interpreta con mucho acierto José Sazatornil, el gran Saza, ese profeta místico venido del Ganges (perdón, del Vallès Occidental) a quien le pierden los ombligos de las cantantes y le sale el catalán cuando le pillan con el carrito del helado, es otro de los puntos fuertes de la función. Lo de Rafael Alonso haciendo, una vez más, de locaza, no está a la altura de su talento, y la presencia de una de las mayores estrellas televisivas de la historia de España, Joaquín Prat, tampoco aporta demasiado.
Una vez al año ser hippy no hace daño es una película hecha por gente que intentaba aportar alegría a un país muy falto de ella, y que trata sobre un conjunto de músicos dedicados a eso mismo y que, como suele ocurrir en España, vive a salto de mata, a la espera de que el siguiente bolo les permita pagar las facturas. Y es también un film más que interesante a nivel sociológico, y con muy buenos actores. Para muchos, todo este cine es sólo caspa, sin distinción. Ellos se lo pierden, por hippyloyas.