Parece ser que los nuevos dirigentes del Ayuntamiento de Barcelona andan molestos por un quítame allá esas chapas, o séase, porque en algunos museos de la ciudad, gestionados por el Consistorio, se comercializan artículos de esa especie que evocan fenómenos muy típicos de la ciudad, como el robo, la prostitución callejera, el top manta, la venta de latas de mala cerveza en las calles o el porrazo a manifestantes desarmados, tan de moda desde que Felip Puig, alias Don Limpio, asumió el mando de la Conselleria de Interior de la Generalitat. Quien esto escribe, como la gran mayoría de sus conciudadanos, agradecerá a los mandos políticos y policiales cualquier actuación eficaz que contribuya a la erradicación de conductas como las que se describen en las chapas, las cuales considero divertidas y necesarias para que las ofendidas autoridades sepan a qué queremos que se dediquen. Obviamente, el Ayuntamiento es libre de decidir qué productos se comercializan en los espacios culturales que gestiona, pero el tufillo a censura que desprende la reacción oficial es tan difícil de disimular como un pedo diftongado en un vagón de metro en hora punta. Añado que la concesión de los espacios de la discordia la tiene la librería La Central, empresa que por su esfuerzo en la difusión de la cultura goza de mi plena simpatía, y cuya sucursal del Raval es una isla en mitad de todo eso que sale en las chapas. Espero que los responsables municipales sean rápidos y efectivos en la ardua tarea de conseguir que las polémicas imágenes dejen de ser un fiel retrato de lo que ocurre en muchas zonas de la ciudad (no en las que ellos habitan, por supuesto) día tras día, y que mientras tanto compren un poco de humildad y algo de sentido del humor en Pedralbes Centre, aunque no sé si allí se venden esas cosas.