A BULLET FOR JOEY. 1955. 89´. B/N.
Dirección: Lewis Allen; Guión: Geoffrey Homes (Daniel Mainwaring) y A. I. Bezzerides, basado en la historia de James Benson Nablo; Dirección de fotografía: Harry Neumann; Montaje: Leon Barsha; Música: Harry Sukman; Dirección artística: Jack Okey; Decorados: Joseph Kish; Producción: Samuel Bischoff y David Diamond, para Bischoff-Diamond Corporation (EE.UU.).
Intérpretes: Edward G. Robinson (Inspector Leduc); George Raft (Joe Victor); Audrey Totter (Joyce Geary); George Dolenz (Dr. Macklin); Peter Van Eyck (Eric Hartman); Toni Gerry (Yvonne); William Bruyant (Jack Allen); John Cliff (Morrie); Stephen Geray, Joseph Vitale, Sally Blane, Peter Hansen.
Sinopsis: Una organización criminal contrata a Joe Victor, un gangster que fue deportado de los Estados Unidos, para que vaya a Canadá y secuestre al doctor Macklin, un físico nuclear. Para ello, recluta a su antigua banda.
A mediados de los 50, el cine negro estaba en franco retroceso frente a las grandes superproducciones, hijas de los nuevos formatos panorámicos, que se veían en Hollywood como la mejor respuesta posible frente a la competencia de la televisión. Aún se hicieron productos estimables en esa época (El beso mortal, o los dos últimos filmes americanos de Fritz Lang), pero lejos de los grandes presupuestos y del favor de las audiencias mayoritarias. El regreso del gangster es un intento de revitalizar el género, cuya principal peculiaridad es que la trama se sitúa en Canadá, y que en ella aparecen dos de las paranoias americanas más típicas de la época: las armas nucleares y el comunismo. Al principio, un organillero saca unas fotos de un científico canadiense especializado en física nuclear. Su actitud despierta las sospechas de un policía, que le persigue y al final resulta asesinado. La investigación del crimen recae en Leduc, un veterano inspector de policía. Mientras, el organillero va a rendir cuentas al hombre para quien trabaja y éste, una vez localizada su presa, decide contratar al gangster deportado Joe Victor para que la secuestre. El criminal acepta el trabajo por dos motivos: por el dinero y porque desde Canadá puede volver más fácilmente a su añorado país. Victor reúne a sus antiguos compinches, entre los que está Joyce, su antigua amante, en quien recae la tarea de seducir al científico, a cuyo alrededor se desata una espiral de crímenes que Leduc debe resolver.
Pese a resultar simpática por varios aspectos, El regreso del gangster no pasa de ser un correcto film de género, fácil de seguir pero carente de inspiración. Ni el guión, trufado de tópicos en la parte final, da para grandes florituras, ni el trabajo de Lewis Allen va más allá de lo funcional, ni los aspectos técnicos, lastrados por un presupuesto que se adivina escaso, realzan una película más rutinaria que importante. Entre los aciertos, el plano del mono en la escena del asesinato del policía y algunos, no demasiados, diálogos en los que se perciben chispazos de pasados brillos.
Sin duda, el gran atractivo de la película es ver juntos a dos iconos del cine de gangsters como Edward G. Robinson y George Raft. Ambos, pero sobre todo el segundo, estaban lejos de sus años de mayor popularidad, pero aún así su trabajo es lo mejor de la función. Robinson está tan bien como siempre en el papel de un policía inteligente y escéptico, y Raft, pese a que deja ver que ya no era quien fue, sigue haciendo gala de presencia y carisma. El resto de intérpretes se mueven en la misma línea de mediocridad del resto de la película, de la que sólo sobresale un poco Peter Van Eyck.
Lo dicho, un film aplicado pero sin brillo, loable por su pareja protagonista pero no muy sobrado de otros méritos. Se deja ver, pero no va más allá.