GRUPO 7. 2012. 94´. Color.
Dirección: Alberto Rodríguez; Guión: Rafael Cobos, basado en un argumento de Alberto Rodríguez y Rafael Cobos; Dirección de fotografía: Alex Catalán; Montaje: José M. G. Moyano; Música: Julio de la Rosa; Dirección artística: Pepe Domínguez; Producción: Gervasio Iglesias y José Rafael Sánchez-Monte, para Atípica Films-La Zanfoña Producciones- Sacromonte Films (España).
Intérpretes: Antonio de la Torre (Rafael); Mario Casas (Ángel); José Manuel Poga (Miguel); Joaquín Núñez (Mateo); Julián Villagrán (Joaquín); Estefanía de los Santos (La Caoba); Alfonso Sánchez (Amador); Carlos Olalla (Don Julián); Lucía Guerrero (Lucía); Carolina Montoya, Diana Lázaro, Eduardo Tovar, Alberto López.
Sinopsis: A falta de cinco años para la inauguración de la Exposición Universal de 1992 en Sevilla, una de las máximas preocupaciones de las autoridades es erradicar el tráfico de drogas del centro de la ciudad. Rafael, Ángel, Miguel y Mateo forman el Grupo 7, la unidad policial más eficaz en este terreno.
Dentro de una cinematografía como la española, en la que cuesta encontrar entretenimiento de calidad (gran parte de las películas que se producen son una cosa, la otra, o ninguna, pero raras veces ambas), el género policíaco ha producido, ya desde la década de los 50, un puñado de honrosas excepciones. Entre ellas hay que incluir Grupo 7, en la que el novel Alberto Rodríguez ha sabido dar con la cuadratura del círculo al realizar un film con mucho poso y no menos intención de llegar al gran público.
Servidor creció en la España de los 80 y, por razones familiares, conoce bien la Sevilla de aquella época, tanto la que sale en las postales y tiene un color especial, como la de los barrios marginales. En esos años, la heroína y el SIDA hicieron auténticos estragos, en especial, pero no sólo, entre los colectivos más desfavorecidos. Pero he aquí que España acababa de entrar en la entonces Comunidad Económica Europea y se disponía a organizar dos grandes eventos: los Juegos Olímpicos y la Exposición Universal. Llovió dinero (algunos aún viven muy bien de lo que sustrajeron entonces), se acometieron grandes obras, y tocaba mostrar al mundo la mejor cara de un país al que desde fuera se veía, no sin razón, demasiado cerca de lo que había sido durante la larga dictadura franquista. En Barcelona sabemos bien cómo se las arreglaron los mandamases para hacer limpieza (estética, que no ética) en las zonas más céntricas, y por tanto más proclives a ser visitadas en aluvión por los turistas extranjeros. Grupo 7 nos muestra la cara sevillana de la moneda, centrándose en los avatares de un cuarteto de policías dedicado a erradicar el tráfico de drogas y sus molestas consecuencias colaterales (delincuencia, inseguridad ciudadana) del centro de la capital andaluza.
La película empieza fuerte, con una redada policial narrada con mucho brío. En ella puede verse que los protagonistas son buenos en lo que hacen y no se andan con chiquitas para sumar detenciones e incautaciones, hecho que da pie a un interesante debate moral entre quienes piensan que es posible derrotar a un hijo de puta sin remordimientos con un lirio en la mano y quienes creemos que es inevitable pelear con sus mismas armas para vencerle. Con su enfoque de la historia, Rafael Cobos y Alberto Rodríguez tienen la virtud de no idealizar, y con ello consiguen esquivar a la vez el topicazo del policía íntegro y sin tachadura moral, y el mito del alegre bandolero tan frecuente en el cine quinqui. Los agentes de la ley utilizan sin muchos miramientos la violencia física, guardan para sí partes de lo incautado para llegar más allá de lo que sus exiguos sueldos les permiten; sus superiores miran para otro lado mientras se obtengan resultados y la prensa no moleste; al otro lado, los narcos defienden con uñas y dientes su mortal negocio, y cuentan con el apoyo de muchos de los vecinos de las barriadas marginales. Unos y otros utilizan a la que pueden la ley del Talión e intimidan de todas las formas posibles a quienes se interponen en su camino: en el fondo, se trata de una guerra en la que los contendientes se destruyen sin derrotarse. Llama la atención, y esto es real como la vida misma, lo preocupadas que están las autoridades de apartar del centro de la ciudad a quienes se lucran con las drogas, y lo poco que les importa que estos mismos individuos campen a sus anchas en los barrios periféricos. El tono no decae nunca, la película transpira verismo, la narración es un modelo de coherencia en el que nada ocurre por capricho, y el final no desmerece lo visto desde el primer fotograma. Quizá el principal defecto del film sea el sonido: a veces cuesta entender las palabras de los actores, mientras que los tiros, explosiones y demás se escuchan la mar de bien. Las redadas y escenas de acción están filmadas en un adecuado modo cuasidocumental, con un montaje acelerado que le da un plus de autenticidad a lo que se cuenta sin provocar mareos en el espectador.
Los personajes están bien construidos, y se consigue plasmar con sensatez su evolución a lo largo del lustro que transcurre entre el inicio y el fin de la película. Los pasos que uno da marcan el camino de los que dará, y nada sale gratis. En su mayoría, esos personajes están interpretados por actores poco conocidos, a excepción de un Antonio de la Torre que se luce a lo largo y ancho de la película, y del ídolo forracarpetas (iba a poner otra palabra compuesta de mucho peor gusto, pero creo que ya se me entiende) Mario Casas, a quien su papel de joven y ambicioso policía antidroga le viene grande. El chico hace lo que puede, y da la talla en las escenas de acción, pero es el que más sufre los defectos del sonido por su mejorable vocalización y, al contrario que De La Torre, parece más inexpresivo que duro. Del elenco de secundarios, destaco a Joaquín Núñez, el más inequívocamente sevillano del cuarteto protagonista, a Julián Villagrán en el papel de yonqui confidente, y a Estefanía de los Santos, en el único papel femenino en el que escritura e interpretación parecen ir de la mano, pues ni Lucía Guerrero ni Carolina Montoya acaban de convencer con sus actuaciones.
Grupo 7 es buen cine de género, que por su tono recuerde a veces a los films policíacos de Lumet (en especial a la que quizá sea la menos recordada de sus joyas, El príncipe de la ciudad), y es además una de las mejores películas españolas de los últimos años (y de las mejores que se han rodado nunca sobre las cloacas de las grandes ciudades), por bien escrita, por auténtica y por las pocas concesiones que hace. Y si la presencia de Mario Casas ha servido para que más gente se acerque a este film, bienvenida sea.