LE WEEK-END. 2013. 91´. Color.
Dirección: Roger Michell; Guión: Hanif Kuneishi; Dirección de fotografía: Nathalie Durand; Montaje: Kristina Hetherington; Música: Jeremy Sams; Dirección artística: Cécile Arlet; Diseño de producción: Emmanuelle Duplay; Producción: Kevin Loader, para Film 4-Free Range Films-Le Bureau (Gran Bretaña-Francia).
Intérpretes: Jim Broadbent (Nick); Lindsay Duncan (Meg); Jeff Goldblum (Morgan); Olly Alexander (Michael); Judith Davis (Eve); Brice Beaugier (Robert Ertel); Sophie-Charlotte Husson, Xavier De Guillebon, Lee Michelsen, Dennis Sebbah.
Sinopsis: Un matrimonio inglés pasa un fin de semana en París para celebrar su trigésimo aniversario de boda.
París es conocida (por los extranjeros) como La Ciudad del Amor. Así, en mayúsculas. Sin duda, es uno de los lugares a los que más parejas de todo el mundo van a celebrar su luna de miel, pero… ¿qué ocurre treinta años después? Ocurre que la mayoría de esas parejas no han sobrevivido. ¿Y qué ocurre con las que sí lo han hecho? Imagino que algo bastante parecido a lo que se explica en Le Week-End.
Nick es un profesor de filosofía al que están a punto de despedir por culpa de un comentario inapropiado a una alumna, y que tres décadas después de su matrimonio sigue enamorado de su mujer y, lo que es todavía más raro, sigue deseándola. Meg, su esposa, es maestra, pero está insatisfecha con su vida y dispuesta a abandonar a su marido. Para ella, la monogamia ha sido y es un castigo, y se resarce torturando al culpable de ese hecho, que no es otro que el hombre que la ama. Lo que fue su matrimonio, y lo que es ahora, queda plasmado en el radical contraste entre el hotel parisino que recordaban de su luna de miel y lo que realmente es éste en la actualidad, un lugar cutre y sin encanto. Meg empuja a su marido a ir a un hotel de lujo, a lo que éste accede, pese a que la situacion económica de la pareja no es demasiado boyante. En la comodidad de su habitación, lo mismo que ante las mesas de los restaurantes de guía Michelin, esta pareja culta vive la vida que nunca ha tenido, la que tienen quienes de verdad viven.
Como la existencia misma, Le Week-End es un film agridulce, con momentos distendidos y un poso de amargura. El inteligente guión de Hanif Kuneishi, escritor cuya relación con el cine es muy profunda desde hace décadas, muestra el desgaste y la frustración que asoma bajo un matrimonio en apariencia feliz. Toma algo de Bergman, otro poco de ¿Quién teme a Virginia Woolf? y unas gotas de Mike Leigh (sin olvidar algún momento Polanski), y nos habla de la imposibilidad del amor perfecto, de cómo herimos a quienes nos quieren, del vacío que se experimenta cuando uno mira hacia atrás (y, pasados los sesenta años de edad, es difícil mirar hacia otro sitio) , ve que sus sueños no se han cumplido y ya no están a tiempo de hacerse realidad, de cuánta distancia hay entre la imagen que tienen los demás de nosotros y cómo somos en realidad. Lo hace con diálogos agudos, casi siempre escuetos (la explosión se reserva para la cena en casa de Morgan, un intelectual que parece sacado de cualquier película de Woody Allen), que en ocasiones son divertidos y no pocas veces punzantes. Hay momentos distendidos que atenúan el tono bergmaniano y dejan ver que el director, Roger Michell, ha obtenido sus mayores éxitos en la comedia. Le Week-End lo es en algunas escenas, pero el tono predominante es más bien oscuro. El título de la película es en sí mismo un homenaje a Godard, y en la película se recrea, por si la cosa no ha quedado clara, una de las escenas más recordadas de Banda aparte.
Del mayoritariamente femenino equipo técnico del film destaca la labor de Nathalie Durand, brillante en la exposición de esa ciudad tan cinematográfica que es París. En lo demás, dirección incluida, el resultado no pasa de correcto, aunque conviene resaltar que el metraje es muy ajustado: la película, y esto hoy en día supone un valor añadido, dura lo que tiene que durar, ni un segundo más.
El peso interpretativo de Le Week-End lo llevan, como no podía ser de otra forma, Jim Broadbent y Lindsay Duncan, la pareja protagonista. La química entre ellos funciona, también cuando se trata de mostrar su falta de química. Broadbent está soberbio, es el perfecto caballero inglés que, en apariencia, ni siente ni padece, pero al que no se le escapa (y el mérito del actor está en saber captar la expresión de ese estado de ánimo) que sus antiguas pesadillas y su realidad actual se parecen sospechosamente. Duncan, actriz que ha desarrollado gran parte de su carrera en la televisión, se ajusta a la perfección a la inestabilidad emocional de su personaje, mostrando sus diferentes aristas como lo hacen los buenos, incluso en la misma escena. La intervención de Jeff Goldblum, que como he dicho recrea al típico intelectual neoyorquino de las películas de Woody Allen, es breve, decisiva y muy acertada, y lo mismo cabe decir de la aún más breve aparición de Olly Alexander en el papel del díscolo hijo de Morgan.
Sin duda, el apartado interpretativo es uno de los que elevan a Le Week-End a la categoría de film notable. Más amarga que dulce, más collagística (perdón por el palabro) que original, y seguramente conservadora en su mensaje, pero con virtudes que la convierten en un film muy digno de verse.