LA VÉNUS À LA FOURRURE. 2013. 96´. Color.
Dirección : Roman Polanski; Guión: Roman Polanski y David Ives, basado en la adaptación teatral hecha por este último de la novela de Leopold Von Sacher-Masoch Venus im Pelz; Director de fotografía : Pawel Edelman; Montaje: Hervé De Luze y Margot Meynier; Dirección artística: Bruno Via; Música: Alexandre Desplat; Decorados: Philippe Cord´homme; Producción: Alain Sarde y Robert Benmussa,para R.P. Productions-A.S. Films-Monolith Films (Francia-Polonia).
Intérpretes: Emmanuelle Seigner (Vanda); Mathieu Amalric (Thomas).
Sinopsis: Thomas es un dramaturgo que ha escrito una adaptación teatral de La Venus de las pieles y está haciendo audiciones para encontrar a la actriz que interprete a Vanda. Tras un desfile de candidatas inadecuadas, a última hora aparece una mujer que dice llamarse Vanda y se ajusta a la perfección al papel.
Después de la magnífica Un dios salvaje, Roman Polanski ha seguido la senda de la traslación a la gran pantalla de obras de dramaturgos contemporáneos de referencia, y en esta ocasión ha escogido a un autor, David Ives, que adaptó una obra que no puede resultar más cercana al universo del cineasta de origen polaco: La Venus de las pieles, basada en una novela escrita en 1870 que describe los placeres del goce masoquista. Y si la novela y adaptación teatral ya resultan próximas al mundo polanskiano, el director convierte la película en una de las más personales de su carrera.
Para saber que el papel de Polanski en esta película va mucho más allá del de director y coguionista, basta con conocer su filmografía (en La Venus de las pieles cohabitan elementos de Lunas de hiel, La muerte y la doncella y El quimérico inquilino), con saber que la protagonista femenina es su esposa en la vida real, Emmanuelle Seigner… y con observar el enorme parecido físico de Mathieu Amalric, el actor que da vida a Thomas, el dramaturgo, con… Roman Polanski. Aficionado a los juegos de espejos, y a llevar su cine mucho más allá de las apariencias, el director riza el rizo en este tour de force a dúo. «Hay mucho de mí en esta obra», le dice Thomas a Vanda al poco de empezar la audición. No cabe duda de ello.
Lo único que vamos a saber del mundo exterior es que la acción se desarrolla durante una noche de tormenta. Thomas lleva todo el día haciendo audiciones a actrices que ni por asomo son adecuadas para el papel de Vanda. Cuando ya ha dado la jornada por concluida, y el solitario teatro es testigo de las amargas quejas que el dramaturgo suelta a través de su móvil, entra en escena una actriz que dice llamarse Vanda y que pretende, pese a lo intempestivo de su aparición, que Thomas le haga la prueba en ese mismo momento. El director tiene vida propia, una novia que le espera para cenar y pocas ganas de soportar otro fracaso interpretativo. Tampoco le impresionan muy favorablemente las maneras vulgares de la actriz, acordes con su vestuario, pero accede a que lea las tres primeras páginas de la obra para quitársela de encima lo antes posible y sin remordimientos de conciencia. Y Thomas asiste a una transformación: Vanda, que en principio parece una choni a la francesa, es otra persona leyendo el papel y ataviada con el vestido de época que ha traído para llevarlo puesto durante la audición. Contento por haber dado con alguien capaz de interpretar al personaje, Thomas le pide a Vanda que lea más páginas, y poco a poco va descubriendo que la aspirante a actriz sabe muchas más cosas de las que parecía en un principio. A medida que transcurre la lectura, la frontera entre teatro y realidad se difumina.
Pocas veces he visto un mejor aprovechamiento de las posibilidades del cine filmando teatro. En eso, esta película se sitúa a la altura de los más ilustres precedentes en ese arte, como Vania en la calle 42, de Louis Malle, e incluso La huella, de Mankiewicz. Polanski, un genio en la creación de atmósferas malsanas, explota hasta el límite todo lo que el texto le ofrece, que es mucho, y brinda al público un espectáculo absorbente, con un discurso lleno de inteligencia y una notable fuerza erótica. Como guinda a un pastel que va creciendo en intensidad y acaba siendo hipnótico, el director nos brinda una acertada crítica a esa odiosa manía contemporánea consistente en analizar el pasado, ya sea en lo artístico o en lo político, a través del cojitranco punto de vista que nos proporcionan los cánones ideológico-morales vigentes en estos acomplejados tiempos. Si aceptamos (lo que, si uno es mayorcito, no resulta muy difícil) que todas las relaciones humanas son en última instancia relaciones de poder, y que el sexo es uno de las principales fuerzas que explican nuestros actos, no es extraño que exista un gran número de individuos que obtienen placer causando dolor a sus semejantes, ni que, en contrario, haya multitud de seres que encuentren el goce en el castigo, la humillación y el sometimiento a la maldad ajena. Que desde el principio de los tiempos haya habido amos y esclavos, y que todos tengamos, en mayor o menor medida, pulsiones sádicas y masoquistas, no puede ser fruto del azar, salvo en el caso de que nuestra propia construcción como especie lo sea. Filosofías al margen, lo que nos cuenta La Venus de las pieles es, desde el punto de vista psicológico, apasionante. Y se nos cuenta haciendo uso de un dominio de la cámara impresionante, con un Pawel Edelman que brilla más que en Un dios salvaje y una labor de edición a la altura del resto. La música la firma quizá el mejor compositor cinematográfico de estos tiempos, Alexandre Desplat. Se utiliza poco, pero su trabajo tiene la maestría característica.
Sin duda, un texto soberbio ayuda mucho al lucimiento de los actores, pero merece la pena ensalzar las actuaciones de Emmanuelle Seigner y de Mathieu Amalric en el papel de alter ego de Polanski. La esposa del director nunca había logrado convencerme del todo en sus películas anteriores, pero me quito el sombrero ante su Vanda… o ante sus dos Vandas, para ser exactos. Seigner parece haber reservado buena parte de su talento para este papel, y hace gala de una madurez espléndida, tanto en lo físico como en lo artístico. Sobre las cualidades actorales de Mathieu Amalric uno albergaba menos dudas, y quizá ésta sea la mejor interpretación que le he visto. Su Thomas es, en este juego, un ratón de lo más verosímil.
La venus de las pieles, lejos de ser una obra obra menor o un ingenioso ejercicio de estilo, es un compendio de las obsesiones de Polanski, a la par que una demostración de sus mejores virtudes como cineasta. Podría verse también como su testamento cinematográfico, pero dada su calidad y el estado de forma que revela, espero sinceramente que no lo sea.