CAMILO JOSÉ CELA, El bonito crimen del carabinero. Bruguera. 191 páginas.
Sin duda alguna, la faceta literaria más conocida de Camilo José Cela, y a la que el escritor gallego debe gran parte de su celebridad, es la novelística, pero el autor de La Colmena cultivó muchas otras, desde la poesía a la narrativa breve. Cela escribió multitud de relatos cortos, y algunos de ellos se reunieron en El bonito crimen del carabinero, obra compuesta de cuatro partes y un curioso prólogo, que constituye uno de los testimonios más interesantes para conocer a este autor, pues en él Cela explica su modo de entender la literatura, cuenta (de manera harto irónica) su historia personal y familiar, y remata con una autoentrevista en la que, entre otras cosas, se pregunta a sí mismo por cuánto dinero aceptaría dejar de llamarse Camilo José Cela y manifiesta su predilección hacia las mujeres que se llaman Juana.
A decir verdad, la división de los cuentos en cuatro partes uno la encuentra un tanto arbitraria, pues todos forman una unidad bastante más homogénea de lo que la estructura del libro parece sugerir. Los relatos son pequeños retazos de realidad, cuadros de costumbres en los que, como no podía ser de otra forma, humor y tragedia van íntimamente unidos. El Cela novelista asoma de tal manera que algunos de los relatos parecen más bien ensayos de novelas que no llegaron a dar el estirón. En otras ocasiones, el resultado es del todo redondo: así ocurre, por ejemplo, en el cuento que da título al libro. Uno siempre ha defendido que, si se quiere escribir bien en castellano, uno de los autores a los que hay que acudir sí o sí es Camilo José Cela: su dominio del idioma es apabullante, la riqueza de su vocabulario complicada de ver en estos tiempos, y su estilo, a pesar de, o gracias a eso, es fluido, ágil y dotado de esa facilidad sólo aparente que distingue a los verdaderos maestros.
En el libro aparecen con frecuencia las costumbres, a veces un poco bestias, de la España rural, la inanidad de los cenáculos literarios 0 la vida de quienes han de buscársela de maneras un tanto inusuales. El magnífico cuento La tierra de promisión debería ser leído con todo detalle en la Catalunya actual; el Cela de La colmena, lo que equivale a decir el mejor de los posibles, asoma en Unas gafas de color, y los recuerdos familiares e infantiles del escritor están explicados con una mezcla de ternura y sarcasmo que no puede menos que disfrutarse. En la última sección, Otras historias, aparecen dos de los relatos más divertidos que he leído jamás: Zoilo Santiso, escritor tremendista (cuento con trazos autobiográficos, repleto de mala leche, en el que el autor se permite decir cosas como la que sigue: «A Zoilo Santiso lo que le hubiera gustado era ser torero o cantor de tangos, pero se hizo escritor porque es más fácil y, además, porque no se necesita arte, ni valor, ni voz, ni sentimiento, ni nada»), y Casiano Expósito, el aberrado, en el que se incluye un poema que demuestra que las letras de Mecano se enmarcan en la más ancestral tradición lírica española. He aquí un ejemplo: «Esperancita, ¡qué apuradamente/salí trotando al ver cómo el demente/de tu esposo legal, hacia mi mente/dirigió su paraguas inclemente».
Hay que leer a Cela, porque se disfruta y se aprende. Este libro ofrece la posibilidad de apreciar la perfección de su estilo en relatos que en ningún caso superan las veinte páginas, y que en su mayoría no llegan a las cinco. Esa mezcla de compasión y sadismo con la que retrata a sus personajes y esa claridad expositiva que distinguen al Cela novelista están también en El bonito crimen del carabinero, libro en el que el tono general es más liviano, más de divertimento, que el que encontramos en sus novelas.