NEBRASKA. 2013. 114´. B/N.
Dirección: Alexander Payne; Guión: Bob Nelson; Dirección de fotografía: Phedon Papamichael; Montaje: Kevin Tent; Música: Mark Orton; Dirección artística: Sandy Veneziano; Diseño de producción: Dennis Washington; Producción: Albert Berger y Ron Yerxa, para Bona Fide Productions-Paramount Vantage (EE.UU.).
Intérpretes: Bruce Dern (Woody Grant); Will Forte (David Grant); June Squibb (Kate Grant); Stacy Keach (Ed Pegram); Bob Odenkirk (Ross Grant); Mary-Louise Wilson (Tía Martha); Rance Howard (Tío Ray); Tim Driscoll (Bart); Devin Ratray (Cole); Angela McEwan (Peg Nagy); Glendora Stitt, Elizabeth Moore, Kevin Kunkel.
Sinopsis: Woody Grant, un jubilado alcohólico y con principio de Alzheimer, cree que ha ganado un millón de dólares por una carta-timo que ha recibido, y decide partir hacia Nebraska, su tierra natal, para cobrar el premio.
Alexander Payne es, con apenas media docena de largometrajes bajo el brazo, uno de los cineastas norteamericanos de mayor prestigio entre los críticos. Hasta ayer, de esas películas yo sólo había visto Entre copas, que me pareció muy buena. No puedo decir lo mismo de Nebraska, su última y premiada obra.
Creo que Nebraska fracasa por ser un film que siempre se queda a medio camino, en tierra de nadie: entre la comedia y el drama, entre la obra de arte y el producto comercial, entre el cuadro de costumbres y la disección psicológica. Para empezar, es del todo imposible hacer algo parecido a una comedia cuando sus personajes, sin excepción, son unos seres que viven absolutamente amargados, personas incapacitadas para la alegría en las que no se percibe un ápice de grandeza, de épica. Por su paisaje geográfico y humano, Nebraska podría pasar por una película de los hermanos Coen, pero carece de la agilidad narrativa y de ese punto enloquecido y surrealista que engrandece las obras mayores de esa bien avenida pareja. A ratos, Nebraska parece una versión amable de Aflicción, pero, siendo un film técnicamente mejor, no alcanza ni de lejos el desgarro emocional de éste, con lo que queda claro que Bob Nelson no es Paul Schrader ni, desde luego, Russell Banks. Su libreto cae en la indefinición, no es particularmente ágil en su desarrollo narrativo y busca, a mi parecer con demasiado énfasis en las escenas finales, una complicidad emocional con el espectador que ayude a obviar sus carencias… y que, en mi caso, no consigue. Ni lo que se cuenta me interesa, ni el cómo se cuenta me convence. El empecinamiento de un viejo borrachuzo y medio gagá en aferrarse a una quimera, que le conducirá a comprobar que buena parte de sus semejantes son gente indeseable, da lugar a unas escenas que casi nunca son divertidas ni conmovedoras, pero sí monótonas.
Nebraska posee no pocas virtudes, aunque una de ellas, la apuesta por el blanco y negro, resulta casi obligatoria dado el carácter profundamente gris de lo narrado. No obstante, el trabajo de Phedon Papamichael en la fotografía sí alcanza esa belleza poética a la que la película aspira de forma casi siempre infructuosa. Sus imágenes, junto a la música de Mark Orton, son dos de las principales bazas en que se apoya un Alexander Payne de cuyo buen hacer cinematográfico no tengo dudas, aunque espero que en el futuro escoja con mayor tino los guiones que filma.
Las interpretaciones son, en general, muy buenas, y consiguen hacer más soportable el visionado de una película que se hace larga. Gusta ver de nuevo en la pantalla a un Bruce Dern que siempre fue un buen actor, aunque muy dado a dilapidar su talento en films olvidables. Su personaje es profundamente antipático, un don nadie que, sin ser ni de lejos un malvado, dejará el mundo exactamente igual de mal de lo que estaba cuando llegó a él. Dern consigue hacerlo convincente y creíble, lo cual tiene su mérito. Will Forte, víctima de un rol unidimensional, se limita a interpretar con cara de perder al poker a un Sancho Panza átono (desustanciao, diría un amigo mío) como él solo, y quienes mejor están son June Squibb, en el papel de anciana católica, resentida y deslenguada, cuya ausencia de hipocresía le lleva a pronunciar casi todas las mejores frases de la película, y un también recuperado Stacy Keach, que vendría a representar algo así como al ser humano medio, y lo hace con convicción y acierto. Del resto de secundarios, poco a destacar, pues son poco más que estereotipos de una América profunda que, si es parecida a como Nelson y Payne la retratan, hace que uno entienda mejor Bowling for Columbine o La matanza de Texas.
Nebraska es, en mi opinión, una película que pasa con más pena que gloria, como sus personajes por el mundo, cuyas mejores cualidades están en la estética y en las interpretaciones, pero que está lejos de merecer las elogiosas críticas que mayoritariamente se le han dedicado.