IDA. 2013.79´. B/N.
Dirección : Pawel Pawlikowski; Guión: Rebecca Lenkiewicz y Pawel Pawlikowski; Dirección de fotografía: Lukasz Zal y Ryszard Lenczewski; Montaje: Jaroslaw Kaminski; Diseño de producción: Marcel Slawinski y Katarzyna Sobanska-Strzalkowska; Música: Kristian Selin Eidnes Andersen; Producción: Piotr Dzieciol, Ewa Puszczynska y Eric Abraham, para Opus Films.Phoenix Film Investments (Polonia).
Intérpretes: Agata Kulesza (Wanda Gruz); Agata Trzebuchowska (Ida); Dawid Ogrodnik (Lis); Jerzy Trela (Szymon); Adam Szyszkowski (Feliks); Halina Skoczynska (Madre superiora); Joanna Kulig (Cantante); Dorota Kuduk, Natalia Lagiewczyk, Afrodyta Weselak, Mariusz Jakus.
Sinopsis: Antes de tomar los votos y encerrarse definitivamente en el convento, Ida va a la ciudad a conocer a su tía, una jueza alcohólica que le explicará su propia historia y la de su familia.
De Polonia, que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial fue una de las cinematografías más interesantes de todo el Este de Europa, no llegaban a nuestro país (ni creo que a ningún otro, con la posible excepción de Polonia) películas interesantes desde hace años. Ida, un multipremiado film, consigue recuperar buena parte de ese prestigio perdido.
Dentro de un mundo cinematográfico en el que abunda el exceso, y en el que se abusa de intentar conquistar al espectador por aplastamiento, Ida destaca por todo lo contrario: su austeridad extrema, su minimalismo, su economía material y sentimental, nos trae ecos de otros tiempos y hace que nos vengan a la memoria nombres como Bergman, Dreyer o Bresson. Pawel Pawlikowski, director del que hasta esta película no tenía noticias, hace una apuesta valiente y, a juzgar por la historia que nos narra, llena de coherencia. En Ida, continente y contenido, estilo e historia, ligan a la perfección. Al verla, uno piensa que no hay mejor forma de contar lo que se nos cuenta que la elegida por el director. La narración, ambientada en la Polonia comunista, parece exigir el blanco y negro; la belleza de sus planos (prácticamente toda la película está rodada con cámara fija) cautiva desde la sobriedad; la música clásica contribuye a darle al film un tono atemporal; Pawlikowski, ya desde los primeros planos, triunfa por la estética.
Pasemos a la ética, que también hay mucha. Ida es una joven, criada en un convento, que está a punto de tomar los votos y, por lo tanto, de consagrarse definitivamente a la vida religiosa. Antes de eso, la madre superiora le ordena que vaya a ver a su único familiar vivo, una tía, de nombre Wanda, que vive en la ciudad. Ida, cuyo conocimiento del mundo es prácticamente nulo, se encuentra con una mujer poderosa (es jueza, y fue fiscal del Estado después de la guerra) pero vencida, que busca en el alcohol y en esporádicas aventuras eróticas el alivio de su tristeza. Gracias a Wanda, Ida descubre que es judía, y que sus padres fueron asesinados, como tantas otras personas de su raza, durante la guerra. Ambas mujeres, de personalidades antagónicas, parten en busca del paradero de sus familiares.
Ida es un viaje, exterior e interior, pero en cierto modo es la antítesis de una road-movie al uso. Enfrentadas a un pasado traumático y al silencio cómplice de un presente siempre gris, tía y sobrina acabarán por comprenderse, por asumir, cada una a su manera, verdades muy difíciles. La lección moral de la película es que quienes conocen la maldad del mundo acaban por renunciar a él, cada cual de acuerdo a sus convicciones. «Tienes que conocer el sacrificio que conllevan esos votos», le dice Wanda a Ida al poco de producirse su primer encuentro. Al final del camino, su sobrina será consciente de lo que es el mundo, en lo bueno (ese saxofonista que, cuando no debe satisfacer los gustos de los pueblerinos que le contratan, toca canciones de John Coltrane) y en lo malo (el genocidio, la banalidad del mal, lo hijas de puta que pueden ser las personas normales en un contexto sociopolítico adecuado). Hobbes y Dios, suponiendo que ambos signifiquen cosas distintas.
Las interpretaciones de las dos actrices protagonistas son excelentes, aunque a uno, por cuestiones puramente personales, le entusiasma la forma en que Agata Kulesza muestra el desgarro interior de su personaje, convencido, valga la paradoja, de la futilidad de sus convicciones y condenado a un forzoso cinismo. Agata Trzebuchowska sabe también ser creíble al mostrar la transformación de su personaje, lo que es fundamental para la película. Volviendo a las simpatías personales, el personaje interpretado por Dawid Ogrodnik, tiene todas las mías, y este actor sabe crearlo con sobriedad y estilo. El resto de personajes cumplen a la perfección con sus roles de monstruos cotidianos o aves de paso.
Ida es una magnífica película, que ofrece mucho, y buen cine, en muy poco metraje. Nos explica una gran verdad: que muchas personas pueden vivir gracias a su falta de memoria (ingrediente necesario de la inteligencia), pero que otras, sencillamente, no pueden permitirse la ignorancia y deben recuperar esa memoria, por mucho que la verdad duela. El árbol de la ciencia y el árbol de la vida. Mi más sincera felicitación, señor Pawlikowski. Su película me ha recordado a lo mejor del cine de su país, a Has y al primer Wajda. Ida es una joya muy rara en el cine actual, lo que aumenta su valor.