Anoche estuve por primera vez en una de las coctelerías con más pedigrí de Barcelona, el Dry Martini. Es sabido que, fuera de las zonas eternamente canallas (en su mayoría colonizadas por los guiris) el ambiente nocturno de la ciudad en días laborables está entre lo desierto y lo deprimente, y el día de ayer no fue una excepción. El trayecto desde mi casa hasta el número 162 de la calle Aribau es de unos veinte minutos caminando, y durante el mismo apenas me crucé con una docena de personas. Una de ellas muy simpática, eso sí: se trataba de un anciano que captaba clientes para un club de alterne situado a unas dos calles de mi lugar de destino. Joder con la crisis.
El Dry Martini tiene clase, en los dos sentidos del término. Es uno de esos lugares en los que, si te caes al suelo, al levantarte estarás más limpio que antes del costalazo. Confieso que, en general, eso me hace sentir incómodo, me pasa siempre con el exceso de finura, también con las personas. Abrevio: los taburetes son cómodos, el gin fizz muy bueno ( a doce euritos; la clase, ya se sabe) y la clientela, al menos la de ayer, abominable. Viejos que juegan a ser jóvenes, que dicen estupideces y que no pueden disimular la pinta de haber trabajado en la vida lo mismo que yo trabajé ayer. En fin, búsquenme en el Boadas.
Buenas tardes, don Alfredo,
Esta sección suya llamada BARCELONA me parece admirable. ¿Y sabe vd por qué? Porque considero que tiene magia. Ahí si que creo que ha dado en el clavo. Si tenía la intención de abrirnos una ventana con vistas a toda la ciudad, lo ha conseguido.
Mis más sinceras felicitaciones.
Gracias, por este y por todos sus otros comentarios. Esta sección intenta retratar la relación de amor-odio que un urbanita necesariamente tiene con su ciudad.