BALADA TRISTE DE TROMPETA. 2010. 105´. Color.
Dirección: Álex de la Iglesia; Guión: Álex de la Iglesia; Dirección de fotografía: Kiko de la Rica; Montaje: Alejandro Lázaro; Música: Roque Baños; Dirección artística: Eduardo Hidalgo, hijo; Producción: Gerardo Herrero, Franck Ribière y Vérane Frediani, para Tornasol Films-La Fabrique 2- Castafiore Films- uFilms-Canal + España (España-Francia).
Intérpretes: Carlos Areces (Javier); Antonio de la Torre (Sergio); Carolina Bang (Natalia); Manuel Tallafé (Ramiro); Alejandro Tejería (Motorista fantasma); Manuel Tejada (Jefe de pista); Enrique Villén (Andrés); Gracia Olayo (Sonsoles); Sancho Gracia (Coronel Salcedo); Santiago Segura (Padre de Javier-Payaso tonto); Fernando Guillén Cuervo (Capitán miliciano); Paco Sagarzazu, Fofito, Luis Varela, Terele Pávez, José Manuel Cervino, Fernando Chinarro, Fran Perea, Raúl Arévalo.
Sinopsis: En 1937, un grupo de artistas de circo son reclutados a la fuerza por los republicanos. Uno de esos artistas, el Payaso Tonto, se distingue en la batalla pero acaba siendo apresado por las tropas fascistas. Después de la guerra, es forzado a trabajar en la construcción del Valle de los Caídos. Varias décadas después, su hijo Javier, convertido en el Payaso Triste, es admitido en un circo para acompañar en su número a Sergio, la estrella más querida por los niños.
Álex de la Iglesia es una de las personalidades más destacadas del cine español contemporáneo. Con su segundo largometraje, El día de la bestia, consiguió el mayor éxito de su carrera. Balada triste de trompeta supone, en cierto modo, un retorno al espíritu de aquella película, con el mismo afán transgresor y mayores ambiciones.
Por primera vez en su carrera, De la Iglesia firma el guión de la película en solitario, lo que da una idea del interés que en él despertó este proyecto. A la hora de llevarlo a la pantalla, el director donostiarra puso lo mejor de sí mismo: por aquello de empezar por el principio, hay que decir que los títulos de crédito de Balada triste de trompeta son los mejores de la historia del cine español. Con las muy acertadas imágenes de archivo y esa música que es un quejido profundo, Álex de la Iglesia nos anuncia que va a hablar de un país machacado, doliente y castigado. El resto del metraje lo dedica a mostrarnos cuánto de ese castigo merece. Y lo hace en un marco ideal (un circo), y con la ayuda de dos payasos enamorados de la misma mujer, España (perdón, Natalia). Javier, el payaso triste, no tuvo infancia: se la arrebataron la guerra, la omnipresente visión de la muerte y la de su padre en prisión, clamando venganza. Por eso no puede ser otra cosa que lo que es. Ya convertido en un hombre adulto, encuentra trabajo en un circo, y en él descubre a Natalia, la bella trapecista, de la que se enamora al instante. Pero Natalia pertenece a Sergio, la estrella del circo, un malnacido con encanto, un payaso al que los niños adoran y que en la intimidad es un tirano borracho y violento. Sergio domina el circo (el jefe de pista no es más que otro pelele a su servicio) gracias a su encanto con los más pequeños, pero sobre todo al miedo que despierta entre el resto de la compañía. Natalia, que ama al hombre que la apaliza, descubre en Javier a otra clase de individuo: ingenuo, sensible, cariñoso… y que no disimula que los chistes de Sergio no le hacen gracia, lo que en el fondo es (y el propio Sergio así lo entiende) una forma de insumisión. El problema es que al payaso triste le falta un hervor, o unos cuantos, y que a ella quien le pone de verdad es el tipo encantador que la maltrata, el macho alfa del circo. El amor (no propiamente correspondido) que Javier siente hacia Natalia, y las continuas humillaciones que Sergio inflige a ambos, acaban por sacar al exterior toda la violencia que el payaso triste llevaba dentro desde la infancia, lo que desencadena un enfrentamiento que se enmarca en los años en los que la dictadura daba sus últimos coletazos.
Balada triste de trompeta es una película que ha generado mucha controversia, no poca literatura y amores y odios muy encendidos. Quede claro que yo me incluyo entre quienes la aman: esta película es lo que ocurriría si alguien con el talento visual y el caracter gamberro de Tarantino fuera poseído por el espíritu de Berlanga y quisiera explicar la esencia de su país, como el director valenciano hizo en La Vaquilla, película con la que Balada triste de trompeta tiene varios puntos en común. Álex de la Iglesia ha construido un arriesgado y espectacular film, que empieza fuerte y mantiene el interés hasta desembocar en un tour de force final (en el Valle de los Caídos) que supera al de El día de la bestia y demuestra que, en los quince años que separan ambas películas, el director ha aprendido unas cuantas cosas. El film tiene defectos (el principal, en mi opinión, es que los 36 años que transcurren entre el prólogo y el resto de la película no se corresponden con la apariencia de edad del protagonista, además de que el uso de la elipsis y el montaje me parece en ocasiones un punto arbitrario), pero lo que lo he disfrutado me lleva a perdonarle éstos, y más que tuviera. Conseguir un film que tiene una carga simbólica tan profunda (y tan dolorosamente exacta) y hacer además que su visionado sea un puro espectáculo es algo digno de todo elogio. Álex de la Iglesia, cuyo talento visual (cuánto bien le han hecho sus orígenes comiqueros) es incuestionable, y que como director posee un universo propio (si algo puede critícarsele como cineasta es que, cuando ha intentado explorar otros territorios –Perdita Durango– los resultados no han sido los esperados), crea aquí una verdadera joya del cine español, por puesta en escena (en maquillaje y efectos visuales, el film es excelente), por valentía y por potencia, una película en mi opinión muy difícil de superar. Quizá ni él mismo lo consiga.
En cuanto a los actores, un poco de todo. Bien Carlos Areces, en un papel complicado, más exigente de lo que parece. Protagoniza dos de los momentos que más he disfrutado: su dentellada al dictador (ésa que nadie llegó a darle en vida) y esa frase antológica que dedica a quienes acaban de hacer saltar por los aires el coche de su heredero: «… y vosotros, ¿de qué circo sois?». Areces representa a la España que las pierde todas, que ha de escoger entre conformarse en la humillación o luchar… sólo para que el miedo cambie por algunos momentos de bando. Quien está (otra vez) excelente es Antonio de la Torre, la España eterna, la del chiste tabernario, la que oculta al criminal tras la sonrisa, la que utiliza su encanto para explotar y humillar. «Me hice payaso porque si no, hubiera sido un asesino», dice Sergio al encontrarse por primera vez con Javier. Bien, uno puede ser ambas cosas. El eslabón más débil del trío protagonista es Carolina Bang, cuyo talento interpretativo es inferior al que exige su personaje: no obstante, sí posee la belleza y el punto de ambigüedad necesarios para no estropear el conjunto. Su Natalia es la tierra que se debate entre las dos Españas, una criatura a la que su cabeza guía hacia la bondad y su coño hacia la condena. La causa (hay que anotar la frase que le dedica el personaje interpretado por la gran Terele Pávez) y la víctima. La primera aparición de Bang en escena es toda una declaración de amor por parte del director: la última, un magistral ejercicio de cine. Del plantel de secundarios, muchos de ellos rostros conocidos por esa televisión que tanto ha influido en la educación, no sólo sentimental, de la generación de De la Iglesia (y de todas las posteriores), destaco la brutal aparición de Fernando Guillén Cuervo, a la ya nombrada Terele Pávez y a Enrique Villén. Santiago Segura no acaba de dejarme claro si hay vida más allá de Torrente, y a Sancho Gracia le he visto mejor otras veces (en especial, en la película que protagonizó para De la Iglesia en 2002, 800 balas).
Tarantino y Berlanga, con un toque de Buñuel. El día de la bestia y Muertos de risa. Las dos Españas, siempre tirando de la cuerda. Violenta, excesiva, arriesgada, necesaria. Enhorabuena a Álex de la Iglesia por haber tenido los cuadradísimos cojones de hacer esta película, y también por el resultado obtenido.