INTERIORS. 1978. 90´. Color.
Dirección : Woody Allen; Guión: Woody Allen; Dirección de fotografía: Gordon Willis; Montaje: Ralph Rosenblum; Diseño de producción: Mel Bourne; Vestuario: Joel Schumacher; Producción: Jack Rollins y Charles H. Joffe, para Jack Rollins and Charles H. Joffe Productions- United Artists (EE.UU.).
Intérpretes: Diane Keaton (Renata); Geraldine Page (Eve); Mary Beth Hurt (Joey); E.G. Marshall (Arthur); Kristin Griffith (Flyn); Sam Waterston (Mike); Richard Jordan (Frederick); Maureen Stapleton (Pearl); Missy Hope, Kerry Duffy, Nancy Collins, Penny Gaston, Roger Morden, Henderson Forsythe.
Sinopsis: Tres hermanas de mediana edad reciben la noticia del próximo divorcio de sus padres, un millonario y una decoradora de interiores con problemas mentales.
Después del incontestable éxito de Annie Hall, Woody Allen tuvo un comprensible ataque de ego e ideó un total cambio de registro para su siguiente película, que por primera vez no protagonizaría, en la que no habría ni pizca de humor y con la que el director pretendía ser tomado en serio como intelectual y no sólo como cómico. El resultado fue Interiores, un irregular drama bergmaniano que no figura entre los films más memorables del director neoyorquino.
Vayamos al grano: Interiores es una película de Ingmar Bergman, y no de las mejores. Woody Allen se limita a cambio de idioma y geografía, pero en todo lo demás recrea el universo del director sueco, sin que se perciban huellas de su propio estilo. Para colmo, Allen elige al Bergman de Sonata de otoño, que tampoco es el mejor de los posibles. También se perciben muchas huellas de Chejov, pero estas influencias lo único que delatan es la diferencia de talento existente entre el Woody Allen dramaturgo y sus ilustres maestros.
No es que Interiores sea una mala película, pese a su falta de originalidad y a la pomposidad de algunos de sus diálogos. Su problema es que huele a impostura, a imitación. La película es como sus personajes: fría, autocompasiva, falta de vida. Como tratado de la infelicidad, incluso la de aquellos que en teoría lo tienen todo para ser felices, Interiores se resiente de que las reacciones de sus personajes van de lo incomprensible a lo detestable. En la filmografía de Allen abundan las madres castradoras y las terribles consecuencias de no poder expresar los propios sentimientos, que son dos de los centros neurálgicos de Interiores, pero aquí el director peca de tomarse a sí mismo, y a los problemas del primer mundo de la clase alta neoyorquina, demasiado en serio.
Lo mejor de esta película tiene nombre y apellidos: Gordon Willis. Hay muy pocas películas de Allen tan visualmente logradas como ésta, y ello se debe en gran parte al trabajo de este genio del claroscuro. No deja de ser curioso que sean las imágenes lo más destacable de una película en la que se concede tanta importancia al texto (de nuevo, la música destaca por su casi total ausencia), pero así es.
Madre hipersensible y obsesiva, carne de clínica mental, tóxica para sí misma y para quienes la rodean; padre que espera a que las hijas vuelen solas para librarse de semejante joya; hija 1 poetisa, ser creativo y autoexigente que mira a todos los demás (empezando por el borrachuzo escritor con el que comparte cama) por encima del hombro; hija 2 inestable, a la que tortura su falta de talento creativo, emparejada con uno de esos intelectuales que se hacen los marxistas mientras viven rodeados de lujo; hija 3 exitosa en un mundo tan intelectualmente inferior para su entorno como la televisión, a la que nadie toma en serio. Dos hechos marcan la película: el anuncio del patriarca de su intención de separarse, y su regreso, tiempo después, acompañado por una mujer vital y desacomplejada con la que planea casarse y rehacer su vida. Todo consiste en ver cómo reaccionan los personajes descritos ante estas circunstancias sobrevenidas. Sin embargo, a lo largo del metraje no percibo evolución en ninguno de ellos (degeneración, en algún caso, sí la hay).
No es descartable que Allen concibiera esta película como un vehículo para el lucimiento de Diane Keaton, justo en el momento en que la relación de pareja entre ambos empezaba a resquebrajarse. Keaton puede exhibir sus facultades dramáticas, que no son pocas, pero de todos los actores que intervienen en el film me quedo con Mary Beth Hurt, intensa sin caer en los excesos en los que a veces sí tropieza Keaton. La sobriedad de Sam Waterston y E.G. Marshall aportan equilibrio al conjunto, mientras que las interpretaciones del resto del elenco, entre ellas las de las dos actrices más veteranas, una demasiado unidimensional Geraldine Page y una Maureen Stapleton que no acaba de aprovechar el hecho de dar vida al único personaje susceptible de despertar simpatías en los espectadores, no me provocan demasiado entusiasmo.
Mi conclusión sobre Interiores es sencilla: si de lo que se trata es de ver una película de Bergman, rechace imitaciones.