MANHATTAN. 1979. 94´. B/N.
Dirección : Woody Allen; Guión: Woody Allen y Marshall Brickman; Dirección de fotografía: Gordon Willis; Montaje: Susan E. Morse; Diseño de producción: Mel Bourne; Vestuario: Albert Wolsky; Música: George Gershwin; Producción: Jack Rollins y Charles H. Joffe, para Jack Rollins and Charles H. Joffe Productions- United Artists (EE.UU.).
Intérpretes: Woody Allen (Isaac); Diane Keaton (Mary); Michael Murphy (Yale); Mariel Hemingway (Tracy); Meryl Streep (Jill); Anne Byrne (Emily); Karen Ludwig (Connie); Michael O´Donoghue, Victor Truro, Tisa Farrow, Wallace Shawn, Karen Allen.
Sinopsis: Isaac es un cómico neoyorquino, dos veces divorciado, que trabaja para la televisión. Sale con Tracy, una estudiante de 17 años, hasta que se enamora de la amante de su mejor amigo.
Después del paréntesis dramático que supuso Interiores, Woody Allen volvió a la comedia (y a la interpretación) con Manhattan, considerada una de sus mejores obras. Crítica y público saludaron con entusiasmo el regreso del director neoyorquino al terreno que mejor domina, aún teniendo en cuenta que Manhattan dista mucho de ser una comedia pura.
Desde el mismo prólogo, con esos planos de homenaje al marco geográfico de la película, al son de la música de Gershwin y con la voz en off del protagonista lanzando propuestas para el inicio del libro que va a escribir, el espectador puede tener dos cosas claras: que la película va a ser muy buena, y que al mismo tiempo el film será un notable ejercicio de narcisismo. Si la frontera entre realidad y ficción en las obras de Woody Allen es muchas veces difusa, sin duda es Manhattan uno de los momentos de su filmografía en que el carácter autobiográfico se hace más evidente. Isaac es un nada disimulado alter ego de Allen, un cómico recién entrado en los cuarenta, divorciado en dos ocasiones, que sueña con escribir una novela importante mientras desperdicia su talento en una banal sitcom televisiva. Su reducido universo lo forman Tracy, una estudiante de bachillerato con la que sale, aunque sin plantearse nada serio por la diferencia de edad que les separa; Yale, su mejor amigo; Emily, la esposa de éste, y Jill, su segunda esposa y madre de su hijo, que le dejó por otra mujer y está escribiendo una novela en la que saca a la luz los trapos sucios de su matrimonio. Un día, Yale, que en opinión de Isaac forma con Emily un matrimonio perfecto, confiesa a éste que tiene una amante.
Allen profundiza esta vez en uno de sus temas recurrentes: el eterno conflicto entre la lógica y las leyes de la atracción. Cuando Isaac conoce a Mary, la amante de Yale, no logra entender como éste es capaz de poner en riesgo su matrimonio por una mujer que oculta su patente inseguridad bajo un manto de pedantería sentenciosa, la cual le lleva a considerar, entre otras cosas, que Mahler, Scott Fitzgerald o Bergman son artistas sobrevalorados. Sin embargo, a él, que es hostil a cualquier planteamiento serio en su relación con Tracy por la abismal diferencia de edad entre ambos, le ocurre exactamente lo mismo, y cuando Mary rompe con Yale, corre a emparejarse con ella. ¿Por qué? «No hay lógica en eso», le dijo la rana al escorpión. «Lo siento, es mi carácter», le responde éste mientras ambos se ahogan. Así funcionan casi siempre las relaciones, como una patada al entendimiento. Isaac, por si el mapa expuesto no fuera lo suficientemente complicado, debe soportar la doble humillación de que su ex-esposa le abandone por otra mujer, y que además divulgue todos sus secretos de alcoba en una novela.
«Nabokov está sonriendo en alguna parte», le dice Mary a Isaac cuando, durante su primer encuentro, descubre que éste tiene una relación con una adolescente. Pocas personas han comprendido tan bien los caprichosos mecanismos de la libido como el novelista de origen ruso, a quien Allen parece haber tomado como principal referencia (Chejov y Bergman andan, una vez más, por ahí) en Manhattan. En las relaciones amorosas da igual lo culto, inteligente o racional que uno sea: la conclusión más frecuente después de analizarlas suele ser la perplejidad.
Una vez más, Allen se pone al frente del reparto para ofrecernos una muy lograda versión de sí mismo. Su por entonces ( y por poco tiempo) pareja en la vida real, Diane Keaton, representa al personaje elegido por el director para mostrar cómo algunas mujeres pueden atraernos y repelernos a la vez, y lo hace con su buen hacer característico. Del resto del reparto, me quedo con la joven Mariel Hemingway, que está perfecta encarnando a un personaje puro, ingenuo y sin dobleces. Allen retrata su falta de experiencia en la vida como un plus, pues, a diferencia de los adultos, no es retorcida, amargada, analítica o resentida: se deja llevar, obedece a sus sentimientos, y en cierto modo es un ser mucho más libre que los cuarentones neuróticos e inseguros que la rodean en la película. Michael Murphy cumple con creces en su rol de mano derecha del protagonista (y detonante del nudo dramático de la película), y Meryl Streep no parece demasiado inspirada en su breve papel.
Manhattan es, a la vez, un homenaje a una ciudad y una inspirada tragicomedia sobre las relaciones amorosas. Figura entre las mejores películas de Woody Allen, contiene gags muy logrados y frases para el recuerdo, pero por momentos se resiente de los excesos narcisistas de su autor. No obstante, la música de Gershwin y la magistral fotografía en blanco y negro de Gordon Willis contribuyen en gran medida a que el balance final de la película sea muy satisfactorio.