A MIDSUMMER NIGHT´S SEX COMEDY. 1982. 86´. Color.
Dirección: Woody Allen; Guión: Woody Allen; Dirección de fotografía: Gordon Willis; Montaje: Susan E. Morse; Diseño de producción: Mel Bourne; Vestuario: Santo Loquasto; Música: Felix Mendelssohn; Producción: Robert Greenhut, para Orion Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Woody Allen (Andrew); Mia Farrow (Ariel); José Ferrer (Leopold); Julie Hagerty (Dulcy); Tony Roberts (Maxwell); Mary Steenburgen (Adrian); Adam Redfield, Moishe Rosenfeld, Timothy Jenkins.
Sinopsis: Leopold, un anciano profesor, va a casarse con Ariel. La ceremonia se celebrará en la casa de campo que poseen Andrew y Adrian, cuyo matrimonio está en crisis, y a ella también acudirán Maxwell, un médico mujeriego, y Dulcy, una enfermera.
La explosión de ego que Woody Allen experimentó tras el éxito de Annie Hall tuvo su particular Waterloo con Recuerdos, film denostado por crítica y público en el que el director se atrevió a recrear Ocho y medio, la obra maestra de Fellini. Después del batacazo, Allen se tomó un período de reflexión (1981 fue uno de los pocos años en los que no se estrenó ninguna película suya) antes de regresar con una comedia ligera en cuyo reparto figuraba la que fue su pareja cinematográfica más longeva, Mia Farrow.
Los referentes de esta película son muy evidentes: la comedia de Shakespeare El sueño de una noche de verano y la versión libre de esta obra que en 1955 dirigió Ingmar Bergman. A partir de ellos, Allen vuelve a sus temas recurrentes (las vicisitudes de las relaciones amorosas, el conflicto entre racionalismo científico y metafísica), pero lo hace en un tono ligero, de divertimento, que en este caso sí puede calificarse con propiedad de menor.
La acción, como en el film de Bergman, se sitúa a principios del siglo XX, y por lo tanto es uno de las escasas películas de época de Allen, así como una de las raras ocasiones en las que el cineasta se aleja de la ciudad que le inspira, Nueva York. Más allá de estas particularidades, La comedia sexual de una noche de verano es un film que lleva el sello de su autor, en el que la intención de resultar más divertido que pretencioso se consigue sólo a medias. Una vez más, las filias y fobias de Allen están muy presentes: sus víctimas, en este caso, son quienes niegan la existencia de otra realidad que la que conocemos, los apóstoles de la alta cultura (ambas características coinciden en el personaje de Leopold) y quienes reprimen sus sentimientos y, desde luego, sus impulsos sexuales. Allen utiliza con frecuencia en su cine la magia, lo paranormal y lo acientífico para mostrarnos la importancia del azar y la existencia de un gran número de elementos inexplicables, en nuestra propia mente y en todo el Universo. En general, creo que el modo de ilustrar sus teorías que tiene Allen no es ni de lejos lo mejor de su cine, y en esta película se refleja de dos maneras: en lo forzado y artificioso de su final (el film parece un río que fluye hasta que, cerca de su conclusión, se desvía su curso) y la escasa entidad de los momentos humorísticos, casi todos reservados al personaje del inventor de objetos inútiles que encarna el propio director. Como comedia de enredos, la película funciona sólo a ratos: entretiene, pero no sorprende.
La importancia del sexo en los films de Allen ha sido subrayada, y con razón, muchas veces. No obstante, su tesis de que todos los problemas de pareja empiezan y acaban en él (que es el mensaje central de A midsummer night´s sex comedy) siempre me ha parecido simplista en exceso. En la película, todos los personajes sufren una transformación, y queda claro de nuevo que, cuando el amor entra por la puerta, el raciocinio sale por la ventana. Al principio, Leopold se muestra tan orgulloso de su pasada soltería como dispuesto a contraer un matrimonio de lo más burgués; Andrew es un hombre confundido que no acierta a comprender por qué la llama de su matrimonio se ha apagado, y que además descubre que la mujer con la que Leopold va a casarse es un antiguo amor de juventud; Adrian es un ser reprimido y desconfiado, que quiere recuperar su matrimonio mientras ayuda a hundirlo; Maxwell es un donjuán irredento, y su ligue para la ocasión, Dulcy, una mujer libre. Al final, los sucesivos enredos harán evolucionar a los personajes, no siempre de manera convincente.
Otra vez, lo mejor de la película es el trabajo de Gordon Willis, que aprovecha las bucólicas escenas diurnas (en las que abundan los planos generales) para mostrar sus influencias impresionistas, y las nocturnas para lucir su soberbio don para el claroscuro. El uso de la música de Mendelssohn es acertado (Allen es uno de esos cineastas con capacidad casi infalible para encontrar la melodía más idónea para sus fines narrativos), y, en general, la experiencia campestre del neoyorquino obtiene buena nota en lo técnico.
Cuando colocas a seis personajes en una casa en mitad del campo y basas el éxito de la película en los diálogos, es fundamental conseguir actores capaces de recitarlos con convicción. Y aquí, como en botica, hay de todo: desde un José Ferrer brillante hasta una Mia Farrow dubitativa (fue nominada a los Razzies, aunque tampoco era para tanto), pasando por un Woody Allen que esta vez ofrece una pálida versión de sí mismo. Tony Roberts hace su mejor interpretación a las órdenes del director, y la labor de Mary Steenburgen y Julie Hagerty me parece acertada, en especial en el caso de la primera.
La comedia sexual de una noche de verano es un film al que, en mi opinión, le falta comicidad y le sobra discurso, por mucho que éste se oculte bajo una aparentemente desenfadada comedia de enredos. Dentro de la filmografía de Woody Allen, la situaría en el centro del pelotón.