Finalizó el Eurobasket de Lituania con el triunfo de la mejor selección del continente: España. En general, ha sido un torneo en el que el nivel baloncestístico no ha sido especialmente destacable, pero en el que los resultados han hecho justicia al juego desarrollado por cada uno de los participantes: liderada por Juan Carlos Navarro, merecedísimo MVP del campeonato, España ha hecho valer su gran talento y su extenso arsenal de recursos ofensivos para vencer sin agobios en los encuentros decisivos, practicando además un baloncesto rápido, alegre y ofensivo que incluso contagió a Macedonia y Francia, sus dos últimos rivales por el título. Junto a Navarro, es justo destacar la superioridad en el juego interior de los hermanos Gasol, la dirección de José Manuel Calderón, el poder intimidatorio de Serge Ibaka y lo bien que ha aprovechado Víctor Sada los escasos minutos de que ha dispuesto. De cara a futuros campeonatos, sería de desear que los más jóvenes (Rudy -impresentable falta antideportiva la suya en la final, por cierto-, Llull y en especial un muy decepcionante Ricky Rubio) dieran el paso adelante que ya ha dado Marc Gasol, único de los estandartes de la selección española que no pertenece a la generación, ya treintañera, de los juniors de oro, y asumieran mayores niveles de protagonismo de cara al ya cercano relevo generacional, aunque de cara al próximo gran reto, las Olimpiadas de Londres, España tiene poco que cambiar para ser segura medallista, sin descartar el oro.
Francia, liderada por Tony Parker, ha hecho un buen campeonato. La clase de Batum y el poderío de Noah han hecho crecer a una selección que ha superado mis expectativas previas al torneo. En la final optaron por jugarle a España de tú a tú, cosa que los aficionados al baloncesto han de agradecer, y dieron siempre la cara, quizá para hacer olvidar el penoso espectáculo de su autoderrota de la semana anterior, frente al mismo rival, para asegurarse mejores cruces. Con todo, exitosa participación gala y merecido billete para los Juegos Olímpicos en los que, jugando al mismo nivel, tienen buenas opciones de medalla.
Rusia, con un gran Kirilenko, mucha polivalencia y poderío físico y un gran entrenador como David Blatt, ha sabido aprovechar sus cualidades, así como el hecho de haber jugado las dos primeras fases en la parte más sencilla del cuadro, y se ha llevado con todo merecimiento la medalla de bronce. Se trata de un equipo joven, sólido y difícil de batir, que sin embargo carece de la mentalidad ganadora imprescindible para ser una primera potencia baloncestística a nivel mundial. No obstante, su actuación ha sido casi impecable.
El cuarto semifinalista fue el invitado sorpresa, Macedonia, una selección que, con muy poco (el maravilloso McCalebb, buena defensa, ninguna presión y una confianza a prueba de bomba en su juego) ha conseguido ser el equipo revelación y dejar fuera de las medallas a la anfitriona Lituania, selección que encabeza una lista de decepciones en la que han de figurar necesariamente Serbia, Croacia y Turquía. A la anfitriona, falta de carácter y liderazgo, le pudo la presión y cayó estrepitosamente en cuartos de final, ronda en la que suele verse de qué pasta está hecho un equipo. Serbia ha ido de más a menos, y su ausencia en las Olimpiadas de Londres tendría que provocar un replanteamiento, tanto en la composición del equipo como en la figura del seleccionador. Croacia, sin más, ha hecho el ridículo y Turquía… bueno, ha actuado como suele hacerlo cuando un campeonato se disputa fuera de su país.
En conclusión, triunfo merecido de España, nivel baloncestístico mejorable, mucho de que hablar para los buenos aficionados y ganas de que empiece la temporada oficial, con la sombra del lockout en la NBA planeando sobre todo lo demás.