THE PURPLE ROSE OF CAIRO. 1985. 81´. Color-B/N.
Dirección: Woody Allen; Guión: Woody Allen; Dirección de fotografía: Gordon Willis; Montaje: Susan E. Morse; Diseño de producción: Stuart Wurtzel; Vestuario: Jeffrey Kurland; Música: Dick Hyman; Producción: Robert Greenhut, para Orion Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Mia Farrow (Cecilia); Jeff Daniels (Tom Baxter/Gil Shepherd); Danny Aiello (Monk); Dianne Wiest (Emma); Edward Herrmann (Henry); John Wood (Jason); Deborah Rush (Rita); Van Johnson (Larry); Zoe Caldwell (La Condesa); Eugene Anthony (Arturo); Milo O´Shea (Padre Donnelly); Peter McRobbie (El comunista); Alexander Cohen (Raoul Hirsch); Irving Metzman, Stephanie Farrow, David Kieserman, Paul Herman, John Rothman, Glenne Headly.
Sinopsis: En plena Gran Depresión, Cecilia se refugia en el cine para escapar de su infierno cotidiano. En una de las sesiones, uno de los personajes de la película sale de la pantalla con la intención de conocer el mundo real junto a su más fiel espectadora.
Los años centrales de la década de los 80 fueron, sin duda, una de la etapas creativas más fructíferas en la trayectoria de Woody Allen. Sus films de la época, empezando por Zelig, contienen algunas de sus mejores ideas y, según afirma el propio director, la distancia entre sus pretensiones y el resultado que se ve en pantalla es escasa.
Allen ambienta la trama en una de sus décadas predilectas (la que le vio nacer), y toma una idea que uno de los grandes cómicos de la historia del cine, Buster Keaton, tuvo y plasmó en El moderno Sherlock Holmes: ¿Qué pasaría si los personajes del celuloide atravesaran la pantalla y pasaran a formar parte del mundo real? El director lleva esta premisa a su terreno, y construye una preciosa fábula sobre el poder sanador del cine, y del arte en general, frente a los golpes de la vida. La existencia de Cecilia bien puede calificarse de horrible: su lugar en el mundo en un país azotado por el desempleo y la miseria, está casada con un vago borracho y violento y tiene un empleo de mierda, del que encima la despiden. Su único consuelo son las salas de cine, en las que sueña con la vida de glamour y aventuras de las estrellas de la pantalla y disfruta del único espacio en el que vislumbra otros mundos opuestos a su miserable rutina. Sin embargo, uno de los protagonistas de una de esas películas, La rosa púrpura de El Cairo, se siente agobiado por la monotonía y falsedad de su mundo y, atraído por Cecilia, sale de la pantalla para conocerla y vivir una aventura real, ante la perplejidad del resto de los actores y del público, y la alarma de todos los implicados en el negocio del cine, empezando por Gil Shepherd, el prometedor actor que dio vida al personaje fugado de la película.
Inspirado como pocas veces, Allen nos habla de la necesidad de magia en un mundo gris y hostil, que reacciona con pánico ante una situación insólita. Dicen que la vida no tendría sentido sin las películas: algo de eso hay, aunque yo más bien pienso (y creo que esa es la idea que Allen quiere manifestar) que el cine es una de las mejores formas que hemos inventado los humanos para llevar mejor la falta de sentido de la existencia. En todo caso, en lo puramente cinematográfico el film funciona de maravilla: el guión es agudo, muy pesimista en el fondo pero tan ligero y ágil en la forma como Fred Astaire bailando Cheek to cheek. En apenas 80 minutos, Allen presenta una historia redonda, llena de puntos de interés y elementos para la reflexión pero que sabe convertir al espectador en Cecilia por mucho que, una vez más, el caramelo acabe teniendo un sabor amargo. Además, Gordon Willis vuelve a dar otra de sus lecciones con la cámara (su fotografía en color es magnífica, pero aún así me quedo con las imágenes en blanco y negro de los actores de La rosa púrpura de El Cairo), el acompañamiento musical es excelente y el contraste entre lo mágico y lo profano pocas veces ha sido expuesto de una forma tan amena.
Para ayudar al conjunto, Mia Farrow continúa con la buena línea mostrada en Broadway Danny Rose y Jeff Daniels, en un doble papel que muestra como pocos la distancia entre el cine y el mundo real, hace su mejor interpretación en la gran pantalla. El momento ukelele (guiño a Some like it hot) que ambos protagonizan es una de las mejores escenas de Allen en toda su carrera. Danny Aiello tiene el papel más esquemático de la función, pero sus maneras rudas le ayudan a darle el toque preciso, y los actores de la película en blanco y negro están, en general, espléndidos.
Cine dentro del cine, fantasía y realidad, esos mundos paralelos sin los que resulta imposible soportar el real. La rosa púrpura de El Cairo es una de las películas que Allen prefiere de entre las suyas. No es extraño, le quedó muy bien.