PETER SLOTERDIJK. Celo de Dios. Sobre la lucha de los tres monoteísmos. Siruela. 166 páginas.
Es muy probable que Peter Sloterdijk sea el filósofo contemporáneo más interesante. Por ello, hace tiempo que tenía ganas de hincarle el diente a su ensayo sobre una cuestión que siempre me ha interesado mucho: el análisis del pasado, presente y futuro de las tres religiones abrahámicas, cuestión abordada por el teólogo cristiano Hans Küng en tres volúmenes imprescindibles. Sloterdijk plantea su estudio desde un punto de vista no militante, y lo estructura en siete partes y un epílogo en el que indica las soluciones de futuro a tan espinoso asunto.
En la primera parte, Las premisas, Sloterdijk arranca de una frase no poco hiperbólica de Jacques Derrida («La guerra por la apropiación de Jerusalén es hoy la guerra mundial») para, a partir de ahí, desglosar lo que de verdadero y falso contiene tan lapìdario enunciado. El pensador de Karlsruhe, basándose en lo dicho sobre el tema por Mühlmann y en lo planteado en su anterior Ira y tiempo, plantea cómo surge la trascendencia, elemento imprescindible para entender la aparición del judaísmo, cronológicamente la primera de las religiones monoteístas, de la que las dos siguientes no son mucho más que versiones corregidas y aumentadas. En otras palabras, qué hizo que un pueblo humillado encontrara la explicación, y a la vez la superación, de sus pesares en la creencia de ser el pueblo elegido por el Creador de todas las cosas del mundo, es decir, la aparición del celo de Dios (ser supremo al que hay que obedecer y servir) propiamente dicho. Aclarado este punto, el autor entra en el meollo del libro: la lucha por el poder, no sólo espiritual, entre estas tres grandes sectas de adoradores de un único y verdadero Dios.
Celo de Dios es una obra que posee un indudable rigor analítico, y es de alabar el desapasionamiento con el que el autor trata la cuestión que, sin duda, mayor número de cadáveres ha producido en la historia de la humanidad. Ese rigor analítico no está, además, reñido con un discurso inteligible y bien estructurado que comulga con el propósito eminentemente divulgativo de la obra.
Partiendo, como no podía ser de otra forma, del judaísmo, Sloterdijk analiza, en primer lugar, cómo apareció el cristianismo (en el que se pierde el carácter étnico de la condición de elegido, y por tanto se convierte en la primera religión de carácter universal, cuyo destino final no puede ser otro que la conversión del mundo entero… o la eliminación de quienes no abracen la fe verdadera) y, a continuación, cómo unos siglos después surgió, de nuevo en Oriente, el islam, en cuya misma concepción ya estaba la expansión de la fe mediante la espada, y que durante sus primeros siglos de historia constituyó, tanto a nivel espiritual como político-militar, un rotundo éxito para, a partir del Renacimiento y la Contrarreforma, devenir en un fracaso sin paliativos cuyos argumentos actuales son la demografía, el petróleo y el terror. Sloterdijk no se queda ahí, sino que analiza cuánto (y no es poco) de monoteísmo tienen las ideas liberales y ateas surgidas con la Ilustración, haciendo especial énfasis en el comunismo y los fascismos totalitarios del siglo XX. Después de enumerar, en ocasiones haciendo gala de unas notables dotes para la ironía, los distintos mecanismos de defensa que han ido elaborando las sociedades para protegerse del fanatismo de los celosos extremos, el autor nos habla del futuro, el cual ha de partir necesariamente de la tesis central del libro, expuesta unas páginas antes: la matrix de las clásicas metafísicas religiosas y filosóficas está agotada, en todos los sentidos del término. Hay que asumir, además, que los actos de violencia que se han realizado y realizan en nombre de Yahvé, Cristo o Alá no son sangrientos exabruptos fanáticos, sino que forman parte de la misma esencia de las religiones monoteístas. Sloterdijk, basándose en Assmann y apoyándose no poco en Nietzsche, el gran ateo, preconiza un retorno espiritual a Egipto, con todos los matices que puedan extraerse después de miles de años de historia, en el sentido de aceptación, por todos los monoteísmos, de la imposibilidad de la conversión universal que sin duda pretenden. Tolerancia frente a celo. Civilizarse de una vez, o perecer. Tan fácil y tan complicado como eso. Ojalá todo el mundo leyera Celo de Dios con el interés que merece y extrajera las conclusiones adecuadas de esta importante obra.