DEAD AGAIN. 1991. 105´. B/N-Color.
Dirección: Kenneth Branagh; Guión: Scott Frank; Dirección de fotografía: Matthew F. Leonetti; Montaje: Peter E. Berger; Diseño de producción: Tim Harvey; Vestuario: Phyllis Dalton; Música: Patrick Doyle; Dirección artística: Sydney Z. Litwack; Producción: Lindsay Doran, Charles H. Maguire y Dennis Feldman, para Paramount Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Kenneth Branagh (Mike Church/Roman Strauss); Emma Thompson (Grace/Margaret Strauss); Derek Jacobi (Franklyn Madson); Andy García (Gray Baker); Wayne Knight (Pete); Hanna Schygulla (Inga); Campbell Scott (Doug); Robin Williams (Dr. Carlyle); Jo Anderson, Christine Ebersole, Lois Hall, Richard Easton, Patrick Montes, Raymond Cruz.
Sinopsis: Una mujer amnésica y que sufre unas terribles pesadillas se refugia en un orfanato. Para averiguar su identidad, el rector recurre a Mike Church, un detective privado.
La primera película norteamericana de Kenneth Branagh fue este thriller sobrenatural de acusadas reminiscencias hitchcockianas que dividió a la crítica en su estreno. El maestro del suspense tenía el don de saber entretener y ser brillante incluso cuando los guiones con los que trabajaba eran tan inverosímiles que casi no había por dónde cogerlos. Branagh trabaja con un libreto de todo punto inverosímil, sabe entretener y es brillante sólo a ratos. Su mayor problema es que gran parte de esos ratos se concentran en la primera mitad de la película. El final consigue ser a la vez previsible, efectista y poco creíble, ardua combinación que evidentemente desvirtúa el resultado de una obra que, al principio, promete mucho.
La amnesia suele dar muy buenos resultados en el cine negro, así como en la literatura de ese género. Una persona que no recuerda quién es se convierte por ese hecho en alguien aún más fácil de manipular que un ser humano normal y corriente. Branagh, apoyado en el guión de Scott Frank, aprovecha este punto de partida y le da otra vuelta de tuerca, pues la mujer amnésica sufre además unas recurrentes pesadillas relacionadas con el asesinato, en la América de los 40, de una concertista, muerte por la que su marido, un compositor de música clásica, fue ejecutado. Pasado y presente se mezclan en un guión que acaba por no satisfacer las expectativas creadas, pues mientras toda la trágica historia de Roman y Margaret Strauss, en la que además intervienen un periodista, un ama de llaves y su hijo, resulta de los más interesante, el caudal de esoterismos con que se intenta trasladar esa historia a la época actual desemboca en un despropósito bastante importante. No obstante, esa historia también convence al principio, con ese detective más Woody Allen que Humphrey Bogart, ese anticuario que utiliza la hipnosis para ampliar su negocio y esa eminencia de la psiquiatría relegada a un empleo en un supermercado. Mola… hasta que aparecen dos personajes maquillados de forma imposible que con sus palabras marcan un giro final que decepciona más que sorprende.
Branagh bebe mucho de Hitchcock (también de Welles, aunque eso se ve más en lo técnico, en la composición de ciertos planos, por ejemplo los de la mansión de los Strauss durante la noche del crimen): hay referencias más que explícitas a Crimen perfecto, Rebeca y Recuerda, un malvado muy cautivador (que acaba siendo, por desgracia, una parodia) y mucha tensión en el ambiente. Lo mejor, con todo, es la gran banda sonora que firma Patrick Doyle.
En cuanto a los actores, hay que decir que el reparto es excelente, aunque no siempre está bien aprovechado: la pareja protagonista (y por entonces pareja también en la vida real) raya a muy buena altura. Tanto Branagh como Thompson son grandes intérpretes, y aquí su labor es perfecta hasta el final, en el que ambos tienden a la sobreactuación. Al soberbio actor que es Derek Jacobi tampoco le hacen justicia las últimas escenas, pues destrozan una labor hasta entonces impecable. Entre los desaprovechados, Andy García (muy bien cuando aparece sin maquillaje) y Hanna Schygulla (ídem). Destacar la intervención (no acreditada) de Robin Williams, contenido y lejos de los excesos con los que acostumbraba a arruinar sus interpretaciones cómicas.
Morir todavía es un buen ejemplo del pudo ser y no fue: una historia interesante y que arranca con mucha fuerza se ve lastrada por la acumulación de esoterismos e incoherencias que deslucen lo que en principio debía ser su fase culminante. Entretiene, se ve con interés, pero no llega a ser lo que promete.