CRIMES AND MISDEMEANORS. 1989. 102´. Color.
Dirección: Woody Allen; Guión: Woody Allen; Dirección de fotografía: Sven Nykvist; Montaje: Susan E. Morse; Diseño de producción: Santo Loquasto; Vestuario: Jeffrey Kurland; Música: Miscelánea. Temas de Schumann, Rodgers & Hart, Cole Porter, Irving Berlin, etc.; Producción: Robert Greenhut, para Orion Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Woody Allen (Clifford Stern); Martin Landau (Judah Rosenthal); Mia Farrow (Halley Reed); Anjelica Huston (Dolores Paley); Jerry Orbach (Jack Rosenthal); Alan Alda (Lester); Sam Waterston (Ben); Claire Bloom (Miriam Rosenthal); Joanna Gleason (Wendy); Stephanie Roth, Victor Argo, Jenny Nichols, Martin Bergmann, Caroline Aaron, David S. Howard, Anna Berger, Daryl Hannah.
Sinopsis: Judah Rosenthal es un famoso oftalmólogo y filántropo cuya vida se tambalea cuando Dolores, su amante, le amenaza con hacer público su affaire. Mientras, Cliff, un desconocido director de documentales, recibe el encargo de filmar la vida de Lester, su cuñado, un exitoso creador de comedias televisivas a quien detesta.
Si algún pero podía ponérsele a las primeras dos décadas como director de cine de Woody Allen, eran sus dificultades para conciliar al cómico de raza que es, con el autor trascendente que siempre quiso ser. Habiendo dirigido magníficas películas como Annie Hall, Broadway Danny Rose o La rosa púrpura de El Cairo, a Allen le faltaba cuadrar el círculo, ser profundo sin renunciar a ser él mismo. Lo consiguió con Delitos y faltas, película a la que considero su obra maestra.
En esta película se narran dos historias, que confluyen en la parte final: la de Judah, un profesional de éxito, respetado y admirado por todos los que le rodean, y la de Cliff, un documentalista sin suerte en eso de rentabilizar su arte. Judah, en apariencia el hombre perfecto, no lo es tanto: tiene una amante desde hace más de dos años, y ha aprovechado sus actividades filantrópicas para hacer pequeños desfalcos. Cuando Dolores, la amante de Judah, amenaza con airearlo todo harta de falsas promesas, el eminente oftalmólogo ve cómo el mundo se abre a sus pies: sabe que sus faltas no le serán perdonadas, y que su priviliegiada vida pende del hilo que maneja su amante. Cuando comprende que las palabras no bastarán para calmar a Dolores, Judah acude a ver a Jack, su hermano, un gángster que es la oveja negra de la familia. Jack sabe lo que Judah quiere ignorar: que todos los problemas de su exitoso hermano desaparecerán en cuanto lo haga Dolores. Pero… ¿y la culpa? Mientras, Cliff, que se dedica a ver películas antiguas con su sobrina mientras su matrimonio naufraga, debe escoger entre seguir con sus documentales experimentales que apenas llegan al público, o ganar un dinero fácil haciendo un film para ensalzar a su cuñado Lester, un creador de sitcoms televisivas tan vacuo como exitoso. Los dos, además, acaban enamorándose de la misma mujer, Halley, con la que Cliff (que hace el trabajo de encargo, pero sin traicionar sus principios) prepara un documental sobre un reputado filósofo.
La historia de Cliff es tragicómica; la de Judah, negrísima, más aún de lo que la cámara de Sven Nykvist alcanza a sugerir. Cuando ambos coinciden en la escena final, y Judah cuenta su historia, dice: «Ya se lo dije, es escalofriante». Hay buen jazz, parejas que van y vienen, homenajes a films clásicos (espléndidamente escogidos para ilustrar las historias de los protagonistas), pero hay mucho más: el abismo del amor no correspondido, el error de confundir calidad y popularidad, el crimen y el castigo (Delitos y faltas es, sin duda, el Dostoievski de Woody Allen), lo engañoso de las apariencias y, sobre todo, hay una gran verdad: que vivimos en un mundo carente de justicia, en el que la historia la escriben los vencedores (que, para serlo, siempre necesitan que otros más duros les hagan el trabajo sucio) y los valores religiosos y/o morales que nos fueron inculcados en la infancia se caen a pedazos. Un crimen sólo es tal si te pillan, la culpa acaba desapareciendo cuando uno comprueba que sus malas acciones no reciben castigo, Dios deja ciegos a los más morales de sus seguidores, el cineasta íntegro y enamorado acaba fracasando como artista y como hombre, los demás sólo pueden castigarte por tus debilidades si las conocen… no faltan los chistes, algunos muy buenos, pero si alguna vez Allen ha logrado hacer una obra artística brillante que bebe directamente de los grandes novelistas rusos y con verdadero poso filosófico, fue ésta. La película está, esta vez sí, a la altura de sus pretensiones. Otra cosa es que la reflexión del autor sea, en verdad, un punto escalofriante (el crimen sin castigo o el final del filósofo Levy nos llevan a un mundo caótico, sin valores a los que asirse). Repito dos cosas que ya he dicho: la fotografía es de lujo, y la elección de los temas musicales que acompañan a la acción, así como de las escenas de otros filmes que aparecen, de lo más inspirada.
En el capítulo actoral, casi todos rayan a gran altura, en especial un espléndido Martin Landau, capaz de darle todo el brillo a un personaje tan interesante como complejo, y una gran Anjelica Huston. La cara de Allen cuando ve aparecer juntos en la boda a Lester (muy bien Alan Alda) y Hallie (una Mia Farrow que sólo me convence a ratos) es de lo mejor que le he visto como actor, es la cara del fracaso puro, y eso tiene mérito. Sam Waterston está tan bien como siempre, y tanto Joanna Gleason como Jerry Orbach aportan buenas cosas a la película.
Lo digo otra vez: obra maestra. Delitos y faltas es el mejor Woody Allen posible, y una gran obra cinematográfica que su propio director copió años después, con resultados claramente inferiores. Sí, hablo de Match Point.