Esta madrugada, Troy Davis ha sido ejecutado en Estados Unidos, país cuyo sistema judicial está podrido hasta el tuétano. Sólo aceptando esta premisa se entiende cómo se puede ejecutar a un hombre por un asesinato sin que se hallara el arma del crimen y basándose únicamente en el testimonio de unas personas que, con los años, se han desdicho. ¿Por qué enviaron a Davis a la muerte en su momento? ¿En qué estaban pensando? La respuesta a estas preguntas deja en muy mal lugar al propio concepto del jurado popular, aunque los jueces profesionales tampoco salen mucho mejor librados. Entiendo a la familia del policía asesinado, pues es humano desear que el asesinato de un ser querido no quede impune, aunque no sé qué pensaron esas personas al oír en directo a Davis proclamar su inocencia cuando ya nada tenía que perder. Culpable o no, ha sido condenado en un proceso sin garantías, como les ocurre a tantas personas en todo el mundo. Muchas peticiones de clemencia después (una incluso del Vaticano, yo que creía que en ese Estado sólo preocupan las vidas de los nonatos), la ejecución es un hecho. Mañana, quienes hoy se rasgan las vestiduras por ello se dedicarán de nuevo a sus cosas, y todo seguirá igual.
Descanse en paz…
Lo triste es que en muchos países estas cosas ocurren a menudo, y me temo que seguirán ocurriendo,