SHADOWS AND FOG. 1991. 79´. B/N.
Dirección: Woody Allen; Guión: Woody Allen; Dirección de fotografía: Carlo Di Palma; Montaje: Susan E. Morse; Diseño de producción: Santo Loquasto; Vestuario: Jeffrey Kurland; Música: Miscelánea. Temas de Kurt Weill y Bertolt Brecht, etc.; Producción: Robert Greenhut, para Orion Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Woody Allen (Max Kleinmann); John Malkovich (Payaso); Mia Farrow (Irmy); Donald Pleasence (Doctor); John Cusack (Jack); Madonna (Marie); Michael Kirby (Asesino); Kate Nelligan (Eve); Julie Kavner (Alma); Kathy Bates, Jodie Foster, Lily Tomlin, Anne Lange (Prostitutas); James Rebhorn, Victor Argo, Daniel Von Bargen, David Ogden Stiers (Vigilantes); Philip Bosco, John C. Reilly, Kurtwood Smith, Wallace Shawn, Fred Gwynne, Josef Sommer, William H. Macy, Kenneth Mars.
Sinopsis: Europa, época de entreguerras. En una ciudad indeterminada, un estrangulador va llenando las calles de cadáveres. Los ciudadanos han creado patrullas de vigilantes para capturarle. Max Kleinmann, un insignificante oficinista, pertenece a una de ellas, y una noche se le encomienda una misión cuyo objetivo nadie parece conocer.
De vez en cuando, Woody Allen nos sorprende con una película que se aleja de sus habituales registros. Por lo general, estos films son un eficaz antídoto contra la monotonía, en especial cuando al neoyorquino no le da por imitar a otro director. Sombras y niebla es, como Broadway Danny Rose (ambas están fotografiadas en blanco y negro, por cierto), una de las joyas ocultas de la filmografía de Allen. Por resumir, es su película expresionista.
Con un punto de partida similar al de la obra maestra de Fritz Lang M, El vampiro de Düsseldorf, y un desarrollo que recuerda no poco a El Proceso, de Kafka, Allen nos ofrece una de sus obras más complejas y de mayor riqueza en el discurso. A partir del tema kafkiano del individuo superado por unos acontecimientos que ni conoce, ni entiende, pero se ve obligado a soportar, el director crea una especie de ronda de noche en la que tiene tiempo para reflexionar, con no poco tino, sobre la naturaleza del mal, la función social de los cómicos y, en general, de los artistas, la guerra de sexos, la predisposición del ser humano al sectarismo, la lucha de clases (sólo los poderosos parecen conocer el alcance de una conspiración que afecta a todos), el antisemitismo, la religión o la angustia existencial. Todo eso, en una noche de niebla y crímenes, servido con las maravillosas canciones de Kurt Weill y Bertolt Brecht e iluminado, siguiendo la estética de Lang o Murnau, por un Carlo Di Palma que hace su mejor trabajo a las órdenes de un director que, esta vez, no duda en realizar complicados movimientos de cámara y ejercicios de virtuosismo nada frecuentes en sus inicios.
Llama la atención que un film de Allen empiece con un asesinato, narrado además por una cámara en continuo movimiento. Desde los primeros fotogramas, el director nos avisa de que va a ofrecernos una obra extraña, peculiar. Su protagonista, Kleinmann, es un perfecto Don Nadie, un ser insignificante al que todos miran por encima del hombro. La misma noche del crimen que se nos muestra al principio, Kleinmann es sacado de la cama para cumplir con una misión que nunca llega a conocer. Al final de esa noche, en la que vivirá todo tipo de aventuras (será acusado de los asesinatos, se verá perseguido por una turba de ciudadanos dispuestos a lincharle, conocerá a un mago al que siempre admiró, observará todas las caras de la mujer y acabará cruzándose con el verdadero asesino), Kleinmann será un hombre nuevo, pues por vez primera consigue ser libre.
Quienes disfruten con el ingenio y agudeza de Woody Allen, aquí los encontrarán a espuertas. Más allá de su naturaleza de experimento visual, Sombras y niebla es, en lo narrativo, uno de sus films más inspirados, una de sus obras en las que mejor casan su humor característico y su afán de trascendencia. En cierto modo, puede decirse que esta película (en la que tampoco faltan alusiones u homenajes a Bergman, Fellini, Browning o Chejov) es una mezcla entre Groucho Marx y Franz Kafka, servida con la estética de El gabinete del doctor Caligari. Elementos en teoría discordantes que, juntos, funcionan a la perfección, como esas fusiones entre estilos musicales a las que soy tan aficionado.
Sombras y niebla se nutre de uno de los mejores y más extensos repartos de toda la filmografía de Allen, que esta vez se reserva el papel protagonista, el cual, obviamente, está escrito a su medida. No cuesta verle creíble al interpretar a un tipo insignificante, enclenque, cobarde y angustiado, empujado por los acontecimientos del modo más caprichoso. Mia Farrow no consigue sustraerse del todo de su predisposición a la ñoñez, pero ofrece buenos momentos interpretativos. El resto de personajes tienen roles mucho más episódicos (algunos, como el de Madonna, no van -gracias a Dios- más allá del cameo), pero a algunos de los actores (John Malkovich, John Cusack, Donald Pleasence, Julie Kavner) les sobra tiempo para demostrar el talento que poseen. Para mi gusto, las escenas que transcurren en el burdel están entre las mejores de la película, y parte del mérito lo tienen grandes actrices como Kathy Bates, Lily Tomlin y una Jodie Foster a la que uno hubiera querido ver más en pantalla, pero a la que a cambio se le ofrece una de las mejores frases que ha escrito Allen en toda su vida (su respuesta cuando Kleinmann le dice que nunca ha pagado por tener sexo, tan cínica como verdadera).
Sombras y niebla tiene la belleza de lo extraño, supone un loable esfuerzo de su director por huir de los lugares comunes y, a pesar de no estar considerada como tal, es, en mi opinión, una de sus mejores películas.