THE CINCINNATI KID. 1965. 101´. Color.
Dirección: Norman Jewison; Guión: Ring Lardner Jr. y Terry Southern, basado en la novela de Richard Jessup; Dirección de fotografía: Philip H. Lathrop; Montaje: Hal Ashby; Música: Lalo Schifrin; Dirección artistica: Edward Carfagno y George W. Lewis; Vestuario: Donfeld; Producción: Martin Ransohoff, para Metro-Goldwyn-Mayer (EE.UU.).
Intérpretes: Steve McQueen (Eric Stoner, The Cincinnati Kid); Edward G. Robinson (Lancey Howard); Ann-Margret (Melba); Karl Malden (Shooter); Tuesday Weld (Christian); Joan Blondell (Lady Fingers); Rip Torn (Slade); Jack Weston (Pig); Cab Calloway (Jeller); Jeff Corey (Hoban); Theo Marcuse, Milton Selzer, Karl Swenson, Emile Genest, Midge Ware, Dub Taylor, Kenneth Grant Sr.
Sinopsis: The Cincinnati Kid es un talentoso jugador de poker que quiere aprovechar la visita a Nueva Orleans del mejor jugador del mundo, Lancey Howard, para vencerle y ocupar su lugar.
El rey del juego iba a ser un proyecto dirigido por Sam Peckinpah, pero el creador de Duelo en la alta sierra fue despedido por desavenencias con el productor. Pasó, pues, a convertirse en el quinto largometraje (y el primero importante) dirigido por un cineasta más eficiente que personal, Norman Jewison. Soy admirador de Peckinpah, pero el trabajo de su sustituto es mucho más meritorio que mejorable.
Dicen que la vida es una partida de poker, que ganan quienes tienen las mejores cartas y quienes juegan las que tienen de la mejor manera posible. Filosofías al margen, puedo entender a los apasionados de este juego, que sin duda disfrutarán esta película. Quienes no lo sean tanto no tienen motivos para el desinterés: el film es poderoso, está bien rodado, tiene un guión casi perfecto, un montaje soberbio y una partida final (que ocupa más o menos la segunda mitad del metraje) vibrante. Queda claro que todo nos lleva al postrero duelo entre el orgulloso número 1 y el joven lleno de talento y ambición que aspira a sucederle, pero nada de lo que ocurre antes es caprichoso ni innecesario: conocemos al Chico de Cincinnati, un tipo de la calle que aspira a reinar en el mundo del poker; a Howard, el genio de las cartas, educado y bon vivant; a Shooter, un hombre virtuoso pero víctima de sus debilidades; a Christian, que ama sinceramente a un hombre para quien ella no es lo más importante; a Melba, una mujer fatal en toda la regla; a Slade, un hombre tan poderoso como mediocre que piensa, casi siempre con razón, que el dinero todo lo puede; y, en definitiva, a toda esa galería de personajes que pueblan las timbas entre humo y dinero que cambia de manos. Interesante fauna, descrita con precisión (algunos diálogos, como el que mantienen Kid y Slade en un descanso de la partida definitiva, o las frases que Lady Fingers dedica a Howard, son de primera clase) en un film que, sin llegar a sus cotas de excelencia, tiene muchos puntos en común con El buscavidas. Jewison, que a partir de esta película tuvo los mejores años de su carrera, dirige con eficacia y buen pulso, la fotografía sabe captar con idéntica habilidad el verde de los paisajes rurales, los singulares rincones de Nueva Orleans y el ambiente oscuro y humeante de las salas de poker. Mención especial merece el montaje, obra de un crack en la materia como Hal Ashby: ya antes de eso encandila, pero la forma en la que se captan los rostros de Kid y Howard en el duelo final, o los de los personajes que asisten a él, es todo un tour de force que demuestra la importancia que en el resultado final de una película tiene ser bueno en la sala de edición. La música, de Lalo Schifrin, es buena aunque un tanto repetitiva: no obstante, merece elogios por el buen oído para el sonido Nola y por traer de la mano la voz y el talento de Ray Charles.
La primera parte del film está bien, por momentos bastante (me gusta la alusión a La Kermesse Heroica y la frase de Kid: «¿para qué te sirve el honor si estás muerto?»); la segunda es casi perfecta. Ambas nos hablan de quienes son íntegros y de quienes hacen trampa; de quienes tienen un don y de quienes pueden comprar todo lo demás; de la pasión por el juego y las debilidades de la carne; de la juventud y la experiencia; de la victoria y la derrota, de la inteligencia y del azar. Mucho más que poker, aunque todo empieza y acaba en las cartas.
La suma de talentos de la película tiene uno de sus puntos álgidos en el reparto: Steve McQueen es un prodigio de presencia, carisma y elegancia, y pone todas estas cualidades al servicio de un personaje hecho a su medida; de Edward G. Robinson sólo puede decirse que es una maravilla verle actuar. Ann Margret es puro sexo, un putón lleno de magnetismo animal. Tuesday Weld interpreta de forma más que correcta a la otra cara de la naturaleza femenina; Joan Blondell, una veterana del Hollywood dorado, está sensacional como Lady Fingers, Karl Malden no le va muy a la zaga en un papel de hombre pusilánime que siempre fue una de sus especialidades, e incluso Rip Torn, actor que en general no me gusta demasiado, hace una buena interpretación del rico y mezquino Slade. Destacar la presencia, en un rol más secundario, de un nombre importante del jazz como Cab Calloway.
El rey del juego es una gran película, seguramente la mejor que se haya hecho jamás sobre el poker. Cine de alto nivel, sin duda alguna, una joya de la que lo mejor que se puede decir (y es mucho) es que no deja margen para añorar a Sam Peckinpah.