Son varias las veces que he visto cantar en directo a Dianne Reeves. La excepcional cantante estadounidense publicó el año pasado su primer álbum de estudio en un lustro. Beautiful life es un logrado intento de mezclar jazz y soul que presentó Reeves anoche en el Coliseum, dentro del ciclo de conciertos Round about midnight. Y hasta allí fue un servidor, algo cansado después de una semana bastante ajetreada. Una vez más, valió la pena asistir al espectáculo.
La actuación comenzó con un número instrumental que permitió el lucimiento de la banda que acompañaba a Reeves, formada por Peter Martin al piano, Reginald Veal al bajo, Romero Lumambo a la guitarra y Terreon Gully a la batería. A continuación apareció en el escenario la diva, Dianne Reeves, cantante a la que me cuesta encontrar un defecto (pues su eclecticismo, criticado por algunos puristas, es para mí una virtud más). No sólo posee una voz privilegiada, que maneja con la técnica y el feeling de los mejores instrumentistas, sino que es además toda una show-woman. Reeves consigue que el espectador se sienta especial, crea un ambiente cálido e íntimo en el que uno piensa que cada una de las canciones le pertenecen. La cantante dedicó el concierto al maestro B.B. King, junto a quien, según recordó, cantó en la primera de sus visitas a Barcelona. Como homenaje, Reeves bordó Every day I have the blues, e interpretó varias de las piezas que engrandecen su último disco, como Dreams (de Fleetwood Mac) o Waiting in vain, de Bob Marley. Reggae, pop, soul y blues servidos por la gran diva del jazz contemporáneo, que encandiló al público y dejó claro que va sobrada de voz, de talento y de swing. Momentazo: una versión de Our love is here to stay que comenzó a dúo con Lumambo y a la que terminó uniéndose el resto de la banda. La cosa terminó cerca de la una y media, y aún se hizo corta.
Una de las mejores cosas que nadie haya hecho con una canción de Bob Marley:
The man I love, que sonó anoche en una versión mucho más íntima que ésta, de 1989: