La victoria de Barcelona en Comú en las elecciones municipales es, en mi opinión, la mejor noticia política que ha tenido esta ciudad desde, como mínimo, los tiempos de Pasqual Maragall. Ada Colau es la cabeza visible de un proyecto que hace apenas un año no era ni un partido político y ahora ha sido capaz de arrebatar a la derecha la alcaldía barcelonesa. Muchos miopes no les tomaban en serio pero, a día de hoy, lo más probable es que Ada Colau se convierta en la primera alcaldesa de una Barcelona cuyas clases populares se han hecho oír con contundencia. Una Barcelona plural, resistente y deseosa de ser punta de lanza de los nuevos tiempos políticos ha dado su apoyo a la lista encabezada por Colau. Su triunfo contribuye a corregir una anomalía: que un partido que siempre ha gobernado Catalunya en contra de los intereses de Barcelona ocupara la alcaldía de la ciudad. El candidato de CiU, Xavier Trias, que anoche fue un señor en la derrota, admitió que lo que ahora le toca es pasar a la oposición, y subrayó la necesidad que tienen los suyos de reflexionar para hallar las causas de sus malos resultados (pérdida de 4 regidores, 16.000 votos y 6 puntos porcentuales). Esas causas las tenía, anoche, detrás y a los lados. En Fabra i Coats hubo mucha alegría; en la Estació del Nord, caras largas. En mi casa, había un hombre muy satisfecho con el resultado. No se me escapa que, después de la victoria, llega lo difícil: gobernar la ciudad y cumplir las promesas hechas en un consistorio más fragmentado y variopinto que nunca. Ciutadans entra en él como tercera fuerza política, en lo que es un anticipo del gran resultado que muy probablemente obtendrá en las autonómicas de septiembre, si éstas por fin se convocan. ERC aumenta su representación en tres concejales, buen resultado pero corto para sus pretensiones, el PSC se da un batacazo sin paliativos, víctima de su errática trayectoria y de sus conflictos internos, y el PP pasa a ser una fuerza casi testimonial. La CUP entra por primera vez en el Consistorio barcelonés, y lo hace con tres concejales. Si entienden el mensaje de que en esta ciudad de escaparate y desigualdades profundas (y crecientes) importa mucho más lo social que lo nacional, su presencia es una buena noticia. La participación ha superado en ocho puntos la de las anteriores elecciones, aunque sin acercarse a los porcentajes que suelen darse en las elecciones generales, circunstancia que, a mi parecer, ha perjudicado más a la candidatura ganadora que a ninguna otra. No obstante, fiesta y alegría: por una vez, han ganado los buenos. Y parece que en la ciudad de Madrid también van a gobernar. Que esto sea el principio de lo que ha de venir.