AMBROSE BIERCE. El diccionario del Diablo (The Devil´s Dictionary). Alianza Editorial. 366 páginas. Traducción de Aitor Ibarrola-Armendariz.
Dicen que el sarcasmo salva más vidas que la penicilina. Entre ellas, la mía. Por eso, les digo a todos aquellos mortales que saben disfrutar los innumerables efectos terapéuticos de la sátira y no han leído El diccionario del Diablo, que corran a la librería o biblioteca más cercana y se lleven a casa esta joya, en la que se funden un estilo brillante y una mala hostia brutal. Más de tres décadas empleó el autor (Bitter Bierce, para los enemigos) en darle su forma definitiva a este diccionario, que no se parece a ningún otro.
Que nadie espere una reseña objetiva de un libro con el que lo difícil es no reírse, aunque uno lo lea en un transporte público lleno de gente, pisotones y calor humano. Refinado y pesimista, ante todo gran misántropo, Bierce parece tocado por la varita mágica de la lucidez. Se anticipa a sus detractores con su definición de cínico («sinvergüenza cuya defectuosa visión ve la cosas como son, y no como debieran ser»), no deja títere con cabeza y utiliza su fino estilismo en el uso de las palabras para atizar sin piedad contra todo lo que se mueve y parte de lo estático. Cuesta creer que el libro se publicara hace más de un siglo, porque su contenido parece escrito ayer mismo. Léase, por ejemplo, su defición de inmigrante («persona poco inteligente que cree que un país es mejor que otro»). O la de voto («signo e instrumento del poder que tiene un hombre libre para convertirse en un inepto y destrozar su país»). Divertido y feroz de la A a la Z, Bierce, que bebe de una tradición que abarca desde Juvenal a Twain, pasando por Swift, marcó un hito en la historia de la literatura con este diccionario que deja claro que el cinismo, puesto en manos hábiles, es un gran invento.