HISTORIAS DE LA RADIO. 1955. 95´. B/N.
Dirección : José Luis Sáenz de Heredia; Guión: José Luis Sáenz de Heredia; Dirección de fotografía: Antonio L. Ballesteros; Montaje: Julio Peña; Música: Ernesto Halffter; Diseño de producción: Ramiro Gómez; Producción: Eduardo De La Fuente, para Chapalo Films-Suevia Films-Cesáreo González (España)
Intérpretes: Francisco Rabal (Gabriel Matilla); Margarita Andrey (Carmen); José Isbert (Inventor); Ángel De Andrés (Ladrón); José María Lado (Don Senén); Alberto Romea (Don Anselmo); Juanjo Menéndez (Alfredo); Tony Leblanc (Chófer de la camioneta); Pedro Porcel (Párroco); José Luis Ozores (Don Matías); Juan Calvo (Señor gordo de la gimnasia); Juan Vázquez (Señor calvo de la gimnasia); Adrián Ortega (Alcalde); José Orjas (Ayudante del inventor); Guadalupe Muñoz Sampedro, Gustavo Re, Teresa Del Río, Rafael Bardem, Xan Das Bolas, Bobby Deglané, Rafael El Gallo, Luis Molowny, Gracia Montes.
Sinopsis: Varias historias suceden alrededor de una emisora de radio: la de un inventor deseoso de patentar su último descubrimiento; la de un ladrón atrapado en mitad de su robo y la de un niño enfermo y sin recursos que puede salvar su vida si consigue reunir el dinero para ser operado en Estocolmo.
Cineasta estrechamente vinculado a la dictadura franquista, José Luis Sáenz de Heredia dirigió, a pesar de ello , algunas películas estimables. La que más, sin duda, Historias de la radio, film coral que, pese a rezumar nacional-catolicismo por los cuatro costados, es digno de elogio por su habilidad a la hora de mezclar drama y comedia, por su excelente plantel de actores y por el retrato que ofrece de una España gris, en la que la radio era el gran entretenimiento para unas masas a las que, por faltarles, les faltaba casi de todo, y encontraban en las ondas refugio y diversión.
Como es natural, la visión que se nos ofrece de un país al que la pobreza y la falta de libertades invitaban a abandonar es amable, en ocasiones incluso almibarada. Gentes humildes y generosas buscan la salida a sus problemas económicos y la encuentran en la caridad, virtud tan apreciada por los poderosos, y no en la justicia, que es cosa de rojos y de librepensadores. «El Estado está para construir pantanos, hacer carreteras y sacarnos el dinero», dice un personaje en la historia final, la de un niño enfermo y pobre al que un cirujano sueco se ofrece a operar gratis, pero cuya madre viuda está muy lejos de poder afrontar los gastos del desplazamiento. El pueblo entero organiza una colecta, pero no se logra reunir todo el dinero. Las esperanzas del muchacho se centran en su maestro, Don Anselmo, quien acude a un concurso radiofónico de preguntas y respuestas culturales (una especie de Saber y ganar de entonces) para conseguir el dinero que falta. En ésta, así como en las otras historias, Sáenz de Heredia tiene la virtud de divertir y conmover al unísono al espectador: el monólogo radiofónico del inventor vestido de esquimal, que consigue transformar las carcajadas del público en respetuoso silencio, o la emoción de Don Anselmo cuando descubre que la pregunta que le han puesto para que falle habla de sí mismo, colocan a esta película a la altura de las grandes obras italianas de la época. La historia del ladrón (fusilada por Woody Allen en Días de radio) debió de resultar muy reconfortante para el párroco censor que pululaba por todos los rodajes españoles de la época, pero pierde parte de su fuerza por su exceso de nacional-catolicismo rancio, sólo salvado por otra magistral línea de diálogo: «Si no hablara con ladrones, no podría dedicarme a los negocios». Con todo, lo que encuentro más flojo son las escenas en las que se explica la vida en la emisora, con ese locutor engreído, ese desfile de estrellas de la época que huele a anzuelo para la taquilla y ese final tan azucarado. Salvo al personaje de Alfredo, ese trepa segundón que es más español que la copla y el monólogo disfrazado de diálogo, y a los dos señores de la gimnasia. Esta historia, con todo, es de aprobado raspado; la del ladrón, aprobado holgado; la del niño enfermo, notable alto; y la del inventor, magistral, un diez sobre diez.
La puesta en escena es sencilla, sin aspavientos. Si algo faltaba en el cine español de la época (y en el país entero) eran medios, así que, como en todo lo demás, en las películas de entonces había más voluntarismo que presupuesto. Con todo, es apreciable la labor de montaje, y la música de Ernesto Halffter sabe encontrar el tono adecuado para cada escena. Sáenz de Heredia, más artesano que virtuoso, tiene la virtud de no querer jugar a lo que no sabe, y sabe aprovechar el gran guión que escribió.
Con todo, Historias de la radio demuestra, una vez más, que lo mejor del cine español del franquismo eran, sin duda, sus actores. Con el gran José Isbert a la cabeza, grandes nombres de la interpretación patria, como Francisco Rabal (que lidia con acierto con el personaje más tópico de la película), Ángel De Andrés, José Luis Ozores o Tony Leblanc (que en una sola escena muestra lo gran comediante que era) van pasando por la pantalla mientras derrochan carisma y saber hacer. Eso sí, los personajes femeninos son escasos y demasiado tópicos, pero en eso también la película es muy de su época.
Historias de la radio es una de las grandes comedias españolas de siempre, con momentos de gran altura, diversión y emoción. Sin duda, la mejor película de un director de trayectoria mayoritariamente prescindible.