El mismo día en que Grecia recuperó su dignidad, servidor se fue a Zaragoza a ver el concierto de una de las máximas referencias de la cultura popular, Bob Dylan. Los infames precios de su actuación en Barcelona me decidieron a emprender la ruta hacia la capital aragonesa, que nos recibió con una temperatura de 40º, ideal para lanzarse de cabeza al Ebro.
No se llenó el pabellón Príncipe Felipe, que asistió en primer lugar al concierto del artista sevillano Andrés Herrera, Pájaro. Lo suyo es fácil de definir: buena música, bien tocada. Intérprete a seguir. Con extrema puntualidad, Bob Dylan y su banda hicieron acto de presencia en el escenario. Convertido en leyenda, uno diría que a su pesar, es conocido el gusto de Mr. Zimmerman por hacer lo que le da la real gana y confundir a su entregada parroquia de todas las maneras posibles. Una de ellas es ofrecer versiones casi irreconocibles de sus temas, y así empezó la cosa, con una lectura up-tempo de Things have changed, una de mis canciones favoritas de Dylan, y en mi opinión, una de las mejores definiciones que se han escrito de la época actual: «People are crazy and times are strange/I´m locked in tight, I´m out of range/I used to care but… things have changed». Alternando el piano con su papel de frontman, el antidivo más divo de la música confirmó que en esta gira ha optado por ofrecer un repertorio fijo de canciones, que excluye casi enteramente su último disco (del que sólo interpretó dos canciones) y sus grandes éxitos. Acompañado por una banda de altísimo nivel y haciendo gala de su enciclopédico conocimiento de la música norteamericana, Dylan demostró que su voz ni tiene arreglo, ni ganas, pero sonó espléndido en Duquesne Whistle y Tangled up in blue. Poco después, pausa de veinte minutos (su anuncio supuso la única vez que el trovador de Minnesota se dirigió a su intergeneracional audiencia), y una segunda parte más intimista de la que destaco, sobre todo, los tres temas finales: Autumn leaves, Blowin´in the wind (lo irreconocible de la versión nos ahorró las cargantes dosis de hippismo trasnochado que suelen acompañar a este clásico) y un contundente final con Love sick, tema que abre ese álbum magistral llamado Time out of mind. Traje blanco, sombrero, voz imposible, cínico, esquivo… Bob Dylan, un músico imitado por muchos compañeros de profesión que se niega a imitarse a sí mismo. Ah, y al salir la temperatura en la calle había descendido más de 15º, por lo que la supervivencia fue más sencilla y hoy puedo contar cómo fue el concierto.
Un videoclip excelente para una canción imprescindible:
Love sick, tal y como suena en esta gira: