Soy un europeísta convencido. Por ello, visto el desenlace de la crisis griega, creo que un proyecto europeo tan profundamente antidemocrático como el que se nos ofrece, vendido a los designios de los tiburones financieros y comandado en lo político por un Estado criminal, debería ser liquidado de la manera más rápida e indolora posible. Si no hay un proyecto común y democrático, en el que la gente sea protagonista y no esté indefensa frente a los errores de sus gobiernos y los caprichos de los poderosos, si Europa no consigue escapar del nacionalismo rancio y es incapaz de comportarse como la federación que debería ser, lo mejor es aceptar el fracaso del experimento y que cada cual se busque su espacio en el mundo contando con verdadero poder de decisión sobre su economía. Para ser pobre, es mejor manejar el propio dinero. Y ya que hay que pagar las deudas, que Alemania pague las suyas. Si puede.
En estos tiempos de plataformas, manifiestos, uniones de la izquierda y demás gente que no ha entendido absolutamente nada del país en el que vive y del dilema que se plantea, alivia leer un artículo tan lleno de inteligencia como el que hoy publica Pablo Echenique en El País, que reproduzco acto seguido:
» AHORA, LA GENTE COMÚN
Desde hace algo más de un año, soy activista a tiempo completo. Es decir, dedico (todos y cada uno de) mis días a buscar y ejecutar iniciativas que espero que conduzcan a que todos vivamos un poco mejor… especialmente los que viven peor y tienen, por tanto, legítima urgencia. “Trabajar por los demás”, como me dijo hace unos días Jose, socialista y el primer alcalde de la democracia de la pequeña localidad aragonesa de Biota.
Hace algo más de un año, dejé temporalmente mi trabajo como científico para poner mi esfuerzo al servicio del cambio social en una herramienta llamada Podemos. He sido eurodiputado durante nueve meses y medio y hoy soy diputado autonómico en las Cortes de Aragón. Ha sido un año vertiginoso y envolvente en el que he aprendido y he cambiado mucho, pero, por fortuna, no tanto como para haber olvidado cómo se ven las cosas desde fuera de este mundo en el que me he metido. Aún puedo, de vez en cuando, dar un paso atrás y mirar los acontecimientos desde los ojos de esa persona que entendía algo de mecánica cuántica pero no mucho del juego de la política.
Con mis ojos de ciudadano común, sin embargo, lo que más me importa es que los representantes me representen; que sean como yo, que entiendan y vivan mis problemas. Que sean valientes y honestos y defiendan a la mayoría. Cuando vuelvo temporalmente a mi viejo lugar, en el que no entendía de primarias y sin desmerecer la importancia del tema, me pregunto si el debate realmente da para tanto y si no hay otras cosas de las que hablar.
Desde mi nuevo lugar de activista sigo también con interés las diferentes corrientes y sectores dentro de los partidos y me fijo en quién ha firmado cada uno de los muchos manifiestos que van apareciendo por aquí y por allá. Entiendo los puntos de vista de unos y otros, empatizo más con algunos compañeros y compañeras y suscribo algunos textos que —desde dentro del juego político— juzgo importantes o más o menos acertados.
Desde mi viejo lugar de científico teórico y persona de la calle, sin embargo y aunque resulte duro escribirlo, no entiendo por qué toda esta gente tan lista y tan trabajadora dedica semejante cantidad de tiempo y esfuerzo a los culebrones internos cuando hay tantísimas cosas que hacer fuera de los partidos. Con mis ojos de ciudadano común, leo los manifiestos y no entiendo muy bien en qué se diferencian y por qué tanto ruido con ellos.
Como militante informado de Podemos, de nuevo, miro con curiosidad y respeto iniciativas como Ahora en Común y me consta que a muchos compañeros y compañeras les pasa lo mismo. Me agrada ver auditorios llenos de activistas con deseo de cambio y creo que, desde estos espacios, se plantean debates que resultan interesantes para cualquiera que esté metido en el ajo… para cualquiera que esté metido en el ajo, repito. El pasado viernes me vi en directo una buena parte de la asamblea de Ahora en Común y seguí las diferentes intervenciones con atención y fui tomando muchas notas mentales; percibiendo y calibrando los matices.
Al día siguiente, en el Foro por el Cambio que organizó Podemos en el obrero barrio de Vallecas, más de 2.500 asistentes en 38 mesas adoptaron la actitud dialéctica inversa: se habló de todos los ejes temáticos que definen el presente y el futuro de nuestro país y de nuestra gente y apenas se oyó la palabra Podemos. Se habló de sanidad, vivienda, TTIP, cultura, economía, discapacidad, ciencia o infancia. La mirada, lejos del ombligo, hacia afuera, hacia la sociedad, hacia adelante. El objetivo: escribir, con la participación de centenares de movimientos y plataformas de la sociedad civil, el mejor programa electoral para las elecciones generales. Los ojos del activista y los de la persona de a pie, curiosamente —en este caso— vieron lo mismo.
Volviendo a casa en el tren, repasé la clave que nunca debemos olvidar en este tiempo acelerado: Esto no va de nosotros, no va de las fuerzas o plataformas políticas, no va de los logotipos o las marcas y, sobre todo, no va de los militantes y los activistas. Esto no va de nosotros. Esto va de esa inmensa mayoría de la gente que nunca baja a las asambleas, que no hace campañas, que no milita y no firma manifiestos. Esto va de los excluidos y de los que empiezan a ver el futuro borroso. De todos esos que votaron candidaturas municipalistas pensando que votaban a Podemos… y en el fondo tenían bastante razón. Esto va de los que no entienden la diferencia entre listas abiertas y sistema Dowdall, pero saben perfectamente lo que cuesta llegar a fin de mes, no poder pagar la hipoteca o que el hijo se te tenga que ir a Alemania porque aquí es imposible conseguir trabajo.
Los militantes son —somos— indispensables y es fundamental que estemos motivados. Pero eso se consigue pensando hacia afuera, con los ojos de los ciudadanos no activistas, hablando para y sobre la gente, de sus problemas y de sus vidas… y buscando soluciones. Si no, acabaremos en la autorreferencia de los partidos viejos y no habrán hecho falta tantas alforjas para este viaje».