Floja entrada en el Palau de la Música Catalana (ya ven, últimamente no dejo de ir a conciertos que se celebran en los lugares más emblemáticos del nacionalismo catalán) para asistir al concierto de una de las últimas figuras surgidas en el universo flamenco, Rocío Márquez. La cantaora onubense vino a presentar El Niño, su controvertido álbum de homenaje a Pepe Marchena, un heterodoxo del cante de quien se dice que mereció estas palabras de Carmen Amaya: «Merecería ser gitano».
A un servidor, que siempre ha sentido alergia hacia los puristas de toda especie, le encanta Rocío Márquez. Por su voz limpia y cristalina, por su ciencia, porque su respeto a la tradición no le impide buscar cosas nuevas y porque pocas cosas me congratulan más en el flamenco que comprobar que las semillas que sembró el maestro Enrique Morente continúan dando sus frutos. No se puede ser flamenco sin conocer a Chacón, a Vallejo, a Torre o a Marchena; tampoco se puede hacer el mismo flamenco de siempre después de haber escuchado con aprovechamiento a Hendrix, a Pink Floyd, a Sonic Youth o a Nirvana. Nada más iniciarse el concierto, con una colombiana muy sui generis y Raúl Fernández Refree a la guitarra eléctrica, ya se vio que la cosa iba de heterodoxias. Y me acordé de Omega, lo que siempre es buena cosa. Tras la introducción, apareció en el escenario uno de los patriarcas de la guitarra flamenca, Pepe Habichuela, que acompañó a la cantaora en tres piezas mucho más cercanas a los originales marcheneros. Más tarde, aparecieron Raúl Rodríguez y Miguel Ángel Cortés, guitarrista que allá por 1996 participó en aquel proyecto con el que Morente y Lagartija Nick cambiaron el flamenco. Sonó La Rosa, por supuesto, y el Romance a Córdoba, que tantas veces escuché siendo un crío. Al final, entró en escena el Niño de Elche, y con él llegaron la revolución, el ruido y la expresión ojiplática de los ortodoxos despistados. Este bloguero, que no sólo vive del flamenco y desde chico siente pasión por el hard rock y por esas guitarras y baterías que suenan como martillos y ahogan otros ruidos que enturbian la mente, aplaudió con ganas. Me gustaban lo que oía, su significado, y la valentía que había detrás de todo ello. Y por si las canciones junto a Pepe Habichuela no lo habían dejado claro, en el bis Rocío Márquez bordó unas seguiriyas, me da que dedicadas a aquellos que piensan que, si a algunos flamencos les da por hacer experimentos, es porque no son lo bastante buenos siguiendo los cánones. Allá ellos. Rocío Márquez posee un gran conocimiento de la tradición, una voz privilegiada y un espíritu libre. Alabada sea.
Tradición:
Transgresión, con epílogo marchenero: